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Claudia Palacios habla de 'Perdonar lo imperdonable'

En este libro, la periodista se dedicó a contar las historias de reconciliación que se están dando en todo el país entre víctimas y victimarios del conflicto.

13 de marzo de 2016 Por: Santiago Cruz Hoyos | Periodista de GACETA

En este libro, la periodista se dedicó a contar las historias de reconciliación que se están dando en todo el país entre víctimas y victimarios del conflicto.

¿Perdonaría al hombre que le apuntó con un arma al tiempo que lo obligaba a cavar su propia tumba? Es más: ¿le daría trabajo? Y a quien lo secuestró, ¿le ayudaría a pagar el abogado para su defensa? O en caso de que, por fortuna,  usted no sea una víctima directa de la guerra en Colombia, ¿qué está dispuesto a hacer por la paz del país?

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Claudia Palacios regresó a Colombia en 2012, después de diez años de trabajar para CNN. Justo un par de semanas después, el Gobierno  anunció el inicio de los diálogos de paz con las Farc. La noticia polarizó al país. Una gran parte de los colombianos estaba de acuerdo con el proceso, otra gran parte  no. Claudia, en el medio, no entendía  quién tenía la razón.  

Así que, por curiosidad y porque como periodista sentía el deber de entender, comenzó a investigar. Se reunió con expertos en procesos de paz, con académicos, con víctimas, con victimarios. Y lo que descubrió resultó muy interesante: en Colombia, todos tienen la razón.

- Los argumentos de quienes se oponen al proceso de paz son tan legítimos como los que están de acuerdo. En el primer caso las razones tienen un  asidero: la desconfianza que existe debido a lo que ha pasado en negociaciones pasadas.

Además, hemos sido formados con la idea de que quien hace el bien se premia, el que hace el mal la paga. Cambiar ese principio básico con el que una familia forma sus hijos es  complicado. Pero también los que están a favor de la negociación  tienen argumentos  legítimos como decir bueno: no han funcionado las cosas que hemos hecho hasta el momento, no ha funcionado combatir con las armas, entonces tenemos que hacer algo diferente.  

Durante su investigación, Claudia se encontró también con una realidad que la sorprendió: en todo el país se estaban gestando una gran cantidad de ‘procesos de paz’ individuales, comunitarios, pequeños, “como pacecitas muy exitosas”. Y sin embargo, los medios  no lo  contaban. ¿Por qué, si el hombre estaba mordiendo al perro? 

- Yo me pregunté  cómo es que en un país en donde hemos vivido  en guerra las historias de paz, que son las raras,  las que se salen de la cotidianidad, no eran noticia.  

Entonces le propuso a Julio Sánchez, en La W, una sección  en la que se contaran esas paces exitosas, “las micro paces”. Por ese trabajo, Claudia recibió un premio Simón Bolívar. Pero sentía que hacía falta  algo. 

El tiempo en una emisora es  corto, y encima sus entrevistados a veces iban en una buseta, o estaban haciendo una fila, o limpiando un lote, lo que hacía que por momentos no se escuchara bien lo que decían. Además  en tres minutos es imposible abordar los detalles de una historia.

Claudia tenía la sensación de que al final estaba contando la misma historia,  el mismo comienzo, el mismo desenlace. Fue ahí cuando se le ocurrió viajar por todo el país, encontrarse con esas víctimas y esos victimarios, para escribir un libro, contar el perdón en toda su dimensión: ‘Perdonar lo imperdonable’. 

En el prólogo, escribe: “Robo una frase de una de las voces del libro, la del chef del restaurante El Cielo, Juan Manuel Barrientos. Él dice: “Como soy cocinero, estoy cocinando la paz de Colombia”. Yo digo: como soy comunicadora, estoy comunicando la paz de Colombia. ¿Usted qué es y qué va a hacer?”

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El libro lo plantea: es una obra que no está ni a favor del proceso de paz, ni en contra.  Pero usted, ¿de qué lado está? 

Yo soy de ese grupo de colombianos que cree que si no ha funcionado lo que se ha hecho hasta ahora, debemos hacer algo distinto. Reconociendo, eso sí, que cada una de las cosas que se han hecho han tenido un nivel de éxito, pero también un nivel de fracaso. 

Por ejemplo: esa guerra frontal contra la guerrilla de Álvaro Uribe Vélez ha sido parte de lo que ha llevado a las Farc a  la negociación. Sin embargo, sí soy de esas personas que piensan que hay que sentarse a negociar, aunque uno diga “las Farc se desdibujaron, perdieron sus propósitos iniciales de justicia, equidad, se volvieron un grupo que hace parte de la cadena del narcotráfico”. 

No hay que desconocer tampoco que lo que alimenta el conflicto  es una inequidad enorme. Y si esa inequidad se acabara, pues  ningún niño o niña decidiría  que su mejor opción en la vida es ser parte  de un grupo guerrillero o  paramilitar. La firma de la paz dará frutos en la medida en que el Estado llegue a esas zonas donde el reclutamiento de niños por parte de los grupos armados ilegales se ha convertido en la única opción de muchos. 

Pero  pienso que es importante la negociación, aunque no estoy de acuerdo con algunas de las cosas que se han pactado.  

El núcleo del libro es muy claro: invitar al lector a pensar en qué va a aportar  para  la paz del país. 

 Yo lo que planteo es que usted puede estar de acuerdo con el proceso de paz, e ir a votar el plebiscito.  Pero eso no es suficiente para decir: “yo trabajo por la paz de mi país”. O, usted puede estar  en desacuerdo, ir a decir no al plebiscito, o no votarlo, pero eso tampoco lo exime de trabajar por la paz del país. 

Lo que muestro a través de las historias es que incluso personas que han sido víctimas, o que aún están en un estado de vulnerabilidad ya sea por la violencia o porque sus condiciones socio económicas son muy precarias, han tenido la capacidad de usar su tiempo, su talento. y los pocos recursos, para crear entornos de paz exitosos. ¿Entonces cómo los demás, esos  millones de colombianos que no hemos sido estrictamente víctimas del conflicto, no vamos a poner nuestro talento, tiempo,  recursos, para generar entornos de paz?

Estas historias  demuestran que desde el rol de cada uno en la sociedad, llámese periodista, ama de casa, bombero, médico,  hay algo que no solo podemos, sino que tenemos que hacer para generar  paz. 

Además le recuerdo al lector que ya hemos firmado procesos de paz. Nos pasó en tiempos de Belisario,  el M19, el Quintín Lame, y no hemos tenido paz porque el ciudadano le ha dejado esa tarea a los poderosos que gobiernan y a unos malosos que han estado  al margen  de la ley, para que firmen un papel.

Eso es parte de la paz, pero  no es la paz que buscamos. No podemos dejarle la responsabilidad a otros, y decir denme un país en paz y ahí sí yo empiezo a ser buen ciudadano.  

¿Está Colombia lista para recibir a los guerrilleros  una vez se firme la paz en La Habana?  

Yo tengo una preocupación: que empecemos a ver de nuevo lo que pasó con la Unión Patriótica, por esa desconfianza que hay. Muchos de los de la Unión Patriótica estaban en un limbo: “Tenemos las armas al ladito por si acaso”. Eso no puede pasar, porque como en el caso de la Unión Patriótica,  alimenta la desconfianza de quienes desde la contraparte dicen:  a esa gente no hay que creerle, hay que eliminarla. 

Por eso creo que el ejercicio de pedagogía del posconflicto tiene que ser  más intenso de lo que ha sido hasta ahora. Todos los sectores de la sociedad tenemos que incorporar a nuestro acontecer el pensar qué nos corresponde hacer en este momento de la historia de Colombia para construir la paz.   

Sin embargo hay comentarios muy fuertes en la calle del tipo: “A mí que no he matado a nadie no me dan nada y a los guerrilleros sí les dan casa, carro y beca”…

 A las personas que piensan de esta manera les digo que no nos podemos quedar en el facilismo de  criticar según solo lo que oímos en los medios, porque en los medios lo que se oye es la polarización de los líderes políticos.  Hay que entender que eso es parte de la política. La política es señalar lo que no me gusta del contrario para tener alguna ventaja entre la gente que me apoya. 

Y la realidad es que cuando uno habla con esos líderes políticos que aparentemente están en orillas  distintas, tienen muchos puntos en común. Pero eso no lo dicen a gritos, como sí sus diferencias, y por lo tanto eso no sale en los medios. Eso hay que tenerlo en cuenta.  

La gente no se puede   limitar a formar un criterio por lo que oye en los medios, porque en ellos solo hay una parte de la realidad del país. No estoy diciendo que sea una parte parcializada,   sino que es parcial en cuanto a que no es toda la realidad. 

Por cierto, como periodista, ¿cómo analiza el papel de los medios en el cubrimiento del proceso de paz?

Yo quisiera que  hubiéramos hecho  más pedagogía de lo acordado en el proceso. Hemos sido poco profundos en el sentido de desmenuzar cada uno de los acuerdos. Pero eso es muy complejo,  tendría que hacerse un modelo  distinto de medios  para que eso se pudiera dar. 

Porque  por lo complejo resulta un trabajo extenso, aburrido para algunos directores  o periodistas, además de que muchos están pensando  en la noticia del día, en ver el árbol y no el bosque.

Entonces creo que nos ha faltado profundidad, nos ha faltado detenernos a plantear una propuesta de medios diferente para un país que se aproxima a la paz. Creo que estamos cubriendo el proceso  sobre la marcha, como si fuera cualquier otra noticia, y no dándole un espacio creativo en función de lo que eso representa para el país. El proceso de paz es una noticia tan distinta que requiere de una forma distinta de abordarla.

¿Qué le enseñó a usted la experiencia de escribir este libro?  

 De las víctimas que me contaron su historia para el libro he aprendido   que si a mí me pasara lo que a ellos,  quisiera tener su misma capacidad de perdonar. Se han convertido en mi punto de referencia a situaciones terribles que me puedan pasar, pero también en lo chiquito, en los problemas del día a día. Aunque me parece un poco atrevido comparar las tragedias de ellos con las cosas que nos pasan  a quienes no hemos sido víctimas directas del conflicto.  Pero uno sí puede aplicar esas grandezas de espíritu y esa capacidad de sacar fuerzas para los  problemas de la vida cotidiana. 

Para finalizar, entonces, ¿qué decirle a la gente que tiene rabia y que no aceptaría ni de fundas a los guerrilleros de vuelta a la sociedad en el escenario del posconflicto? 

Como dice el padre Leonel Narváez, creador de las Escuelas de Perdón y Reconciliación, no le hacemos ningún favor a las víctimas multiplicando su rabia. Es decir: quienes no hemos sido víctimas directas del conflicto tenemos que tener claro que a las  víctimas directas no les sirve  de nada que yo exprese mi solidaridad llenándome de más rabia e insultando y vociferando.

A esas víctimas lo que les sirve es que yo, desde el rol que tenga, pueda hacer  algo que les permita recuperar o rehacer su vida. Y en ese sentido los empresarios y todo el mundo tiene un rol determinante por jugar. Y diría que aunque no estén de acuerdo con el proceso de paz, sé que están de acuerdo con la paz.  Que la paz del gobierno Santos no le guste a algunos no significa que esa sea la paz real que buscamos. 

 El 97% de los homicidios en Colombia no son causados ni por las Farc ni por el ELN. Y hay miles de hechos de violencia que no tienen nada que ver con el conflicto: el robo del celular, el madrazo que echamos manejando. Entonces no podemos decir “me da rabia por los guerrilleros, no trabajo por esto”, sino que pues listo, no vote el plebiscito, está bien, pero tiene que trabajar por el resto de la paz que el país está buscando. Es un deber ciudadano.

 

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