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Charla con María Thereza Negreiros, una brasilera que ama a Cali

La obra de María Thereza Negreiros será la protagonista del calendario 2016 de Propal.

29 de noviembre de 2015 Por: Claudia Bedoya | El País.

La obra de María Thereza Negreiros será la protagonista del calendario 2016 de Propal.

Su taller y su bodega son de puertas abiertas, como su vida. Esos espacios que para otros creadores son recintos privados, para María Thereza Negreiros son  su vida y los enseña como un álbum de fotos.  

“Las obras son como hijos de uno y uno a los hijos no los esconde cuando llega la visita”, dice  la artista, oriunda de Brasil y que lleva 60 años viviendo en Cali, levantándose cada mañana para ver  “cómo amanece el río”. 

Desde su apartamento en el barrio Santa Rita puede observar, al  otro lado del río,  la casa donde edificó  una familia    junto al arquitecto Ernesto Patiño Barney. Allí crecieron sus  dos hijos   y   dio vida a muchas de sus obras. 

Entre  sus otros hijos, los  de lienzo, paridos entre la intensidad colorida de sus óleos y el aroma a trementina está  ‘Amazonia’ y una  selección de  12 piezas que integran el calendario Propal 2016.

Para  Negreiros este honor permitirá  que su obra llegue a muchas manos.   En el calendario hay piezas realizadas entre la década del 70 y el 2015 porque la maestra, a sus 85 años, sigue pintando. 

“Estoy aprovechando la ñapa que Dios me dio (risas). Estoy tranquila,  tengo salud, tengo cabeza, tengo energía para aprovechar hasta el último momento de mi vida. No sé vivir sin la pintura, ha sido algo que he hecho desde niña. En los momentos alegres y difíciles la pintura  me ha sostenido”.

¿Qué es pintar para usted?

- Es algo especial. Tengo mi ropa de combate, mis zapatos y aguarrás porque chorreo pintura por todos lados. No pinto en el caballete, pinto sobre cuatro tarros de pintura que ubico en el piso y me la paso caminando por todos  lados la obra. Eso para mí es un combate  para dar lo mejor,  decir algo profundo en lo que nadie puede meterse.

Por eso, nadie mejor que ella para guiar por el  universo de  ‘Amazonia’.

 “Los girasoles para mí son sinónimo de libertad, pintarlos es sentir la voluptuosidad de la materia y el infinito placer de pintar”.

 La imagen está viva:  Era un día de 1962 en su finca de Florida, Valle. 

“Mi marido hizo un experimento y sembró una plaza de girasoles. Logramos un bello campo de girasoles. Era una belleza la voluptuosidad de la flor. Eso me impactó  y desde 1962 pinto girasoles. Ese campo amarillo era una cosa fantástica. El girasol hace parte de mi vida. De esa época es el cuadro del Museo de Arte Moderno de Bogotá, de girasol, que yo llamé ‘Composición’”.

Sus días en la finca  también le traen los recuerdos de ‘Tejita’, el maestro Hernando Tejada, quien más que su amigo era como su hermano. Curiosamente, a pesar de su gran cercanía, él nunca la retrató pero sí le tomó algunas fotos. 

“Tejada almorzaba con nosotros un día a la semana. Compartíamos el gusto por el pollo asado. Cuando yo necesitaba hablar con él, antes de la cita semanal,  lo llamaba. Y cuando él se negaba yo le decía, ‘Qué pesar, te tenía un pollito asado con farofita, más rico, pero bueno, qué se va a hacer’. A la media hora llamaba: ‘María T, voy a almorzar’”.

Cuidada por los gaticos en madera tallados por Tejada, María Thereza recuerda que en la finca había dos  estudios de trabajo, uno para ella y otro para Hernando. “En vacaciones, cuando la finca estaba llena con los hijos de todos,   juntaba a todos los muchachos y los ponía a actuar en sus peliculitas”. 

“Dios es surrealista y en los ocasos es como si Él quebrara un huevo gigante que tiñe de amarillo  la naturaleza”.

“Nunca olvidaré esos viajes por el Río”. Recuerda que  la Amazonia “ha sido mi infancia, mi vida y  la de mi familia”. María Thereza nació en Maués, estado del Amazonas en Brasil. Su familia colonizó una  zona del Río Apocuitaua. 

“Cuando mis hijos tenían   3 años  y 1    año y medio, los llevé a conocer el Amazonas. Quería  que ellos  integraran sus dos nacionalidades y quisieran igual  a Colombia y a Brasil. Mi padre salió a recibirnos en Manaos, recuerdo que era una tarde fabulosa en pleno Amazonas, todo era amarillo. Ahí pensé: ‘Esto es como si Dios fuera surrealista y hubiera quebrado un huevo para volver todo amarillo (risas)”.

“Los incendios son un grito de protesta”.

“Sí, sí que lo son. Mi padre murió en 1976. Ese Amazonas que había sido tan amable se volvió duro, estábamos en plenas dictaduras en Suramérica y en  el surgimiento de los movimientos de izquierda. Mi padre enfermó y sus hijas  llegamos a hacernos cargo. Vivimos una persecución política, aguanté 5 años. 

Tuvimos dos incendios. El primero fue leve. El segundo fue dramático: incendiaron un campo lleno de ganado. Los animales corrían como locos, los árboles estallaban y la tierra era caliente. Así llegó la sensación de impotencia, no podíamos hacer nada.  Daban ganas de pegar un grito que retumbara por el mundo. Después de eso pinté los grandes incendios, que son de 1.80 x 1.80. Eso  no lo voy a olvidar. Me marcó. Fue un antes y un después en mi vida. Ese dolor está vivo y morirá conmigo”. 

“Cuando las selvas florecen es como una gran ofrenda que la naturaleza hace a Dios”.

“La selva tiene una fascinación especial. Cuando comencé a hacer la selva,  lo hice en una actitud como religiosa, como si fuera una ofrenda.

En 1979 volví a Colombia, desbaratada por lo vivido en Brasil. Llegué a Bogotá y visité a mi representante Adalberto Meindl, dueño de la Galería  Meindl. Él me recibió con el anuncio de  una exposición en diciembre. 

Ese día le dije: ‘Mi mundo se desmoronó, tengo que reconstruirlo de otra manera’. Le conté lo que había vivido. Él me tomó de las manos y dijo con su acento austriaco: ‘María Thereza, eres una gran pintora. Pinta las Amazonas’.  

Muchas veces junto al río Apocuitaua, en  Brasil, me pregunté: ¿Lo que he hecho hasta ahora es válido? Mi respuesta era que había sido honesta con lo creado. ¿Pero será este el lenguaje de un artista latinoamericano? Me cuestioné”.

 Y no era para menos. María Thereza había tenido una década del 60 y el 70 activa. Era una artista de vanguardia con   obras  donde impactó con el uso del acrílico, la fibra de vidrio, la combinación de madera y acero, lentes y fotografía. Quería volver al origen, el óleo.  

“Llegué a Cali. Comencé a pintar. Quería hacer una pintura que perdurara y diera testimonio.  Tuve de nuevo coraje para empezar”. Así nació ‘Amazonia’. 

Pero nunca  olvidó que antes que artista era mujer, mamá y esposa. “Una vez cuando mi hija fue a Bogotá me dijo: 'Mamá, no tienes ni  idea de que eres mucho más importante de lo que crees’”, ríe al recordarlo. “Solo le dije: Amor, yo sí lo sé, lo que pasa es que en la casa soy la mamá de Liliana  y  de Fernando,  y la esposa de Ernesto”.

Hoy, en la tranquilidad de su casa, su propósito es estructurar la Fundación María Thereza Negreiros “porque  hay obras que no se venden, que no tienen precio porque son un testimonio. Pero ese tamal se lo dejo a mis hijos (risas)”. 

- Revisando su historia,  ¿qué es lo mejor que le ha dado el arte?

- “Todo. Si tuviera que decir ‘Gracias’ sería al arte. Ha sido mi fiel compañero. Yo no sabría vivir sin el arte”.

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