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Buscando el golpe e’ tierra, diálogo afinado con Susana Bacca

A su paso por Cartagena, en donde ofreció un concierto en el marco del pasado Hay Festival, la gran diva del folclor peruano, le contó a GACETA los bemoles de su larga lucha para rescatar las raíces negras de la música de su país.

4 de febrero de 2013 Por: Por Lucy Lorena Libreros?Redacción Gaceta

A su paso por Cartagena, en donde ofreció un concierto en el marco del pasado Hay Festival, la gran diva del folclor peruano, le contó a GACETA los bemoles de su larga lucha para rescatar las raíces negras de la música de su país.

Susana Baca está sentada junto a la piscina del Hotel Santa Clara de Cartagena. Viste de negro y el único accesorio que carga puesto es una sonrisa. Lleva un buen rato respondiendo preguntas. Son cerca de las diez y media de la mañana y su asistente dice que la artista peruana completa casi dos horas en las mismas: dando respuestas cálidas, tratando de reiventarse en cada nuevo interrogatorio. ¿Qué escucha Susana Baca distinto a folclor? ¿Qué le gusta comer a Susana Baca? ¿Cómo se prepara para un concierto? ¿Cuál es su color favorito, maestra? ¿Por qué duró tan poco como Ministra de Cultura de Perú? ¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¡Ay bendito!La diva mayor del folclor afroperuano no ha podido robarse unos minutos en La Heroica para lo que realmente disfruta hacer cada vez que llega a una ciudad bañada por el mar: “ir a la playa, mojarme las manos en medio de las olas y pedir un deseo. Nunca falto a esta cita, lo hago desde que era una jovencita... Y, ya ves, el deseo siempre se me cumple”.Es que Susana Baca nació en Chorrillos, un distrito de pescadores de Lima levantado sobre una pradera, pero distante a pocos minutos de las aguas del Pacífico. La niña Susana creció en ese paisaje de huertas, cultivos y vacas... y de mar. La niña comía “pescaíto con pan”. Y escuchaba a Carmen de la Colina, su madre, entonar pasillos ecuatorianos y las letras de ‘El plebeyo’, un sindicalista famoso del Perú que cantaba en la pausa de sus arengas. La niña Susana celebraba que los tíos que iban de visita a su casita de campo hicieran sonar las cucharas de palo de la cocina sobre cualquier cosa que se pareciera a un cajón peruano. La percusión era música. La música era fiesta. Fue esa geografía bañada de océano y de campo la que marcó decididamente la música y los sonidos de la que sería con el tiempo la hija más ilustre de ese barrio pobre. Fue esa geografía también la que marcaría ese tono afelpado y de canción de cuna con el que ella misma parece arrullar sus canciones. “Mi barrio tenía un ritmo muy particular: ese de la pesca, que es muy lento, de mucha paciencia. Y esa paciencia fue la banda sonora de mi infancia”. Entonces, ves a Susana Baca sobre una tarima, micrófono en mano, y da la impresión de que no canta: su música es un largo poema que se escucha con instrumentos de fondo. Ella lo reconoce sin pudor: “Para mí la letra de una canción es muy importante. Siento que, a medida que voy cantando, me voy convirtiendo en esa letra, voy pensando en que debo convencer de esa ternura y de esas palabras a quien me escucha. En eso realmente consiste ser intérprete”.Ahora conversa con GACETA. Ya es medio día. Ojalá después de esta charla, Susana Baca tenga tiempo, por fin, de cumplirle su cita al mar. Susana, sin duda haber crecido en ese barrio tan musical fue definitivo en su vocación artística...Claro que sí. Fíjate que allá vivía Felipe Pinglo, el fundador del grupo Perú Negro, primos míos, y eso fue para mí toda una revelación. Solía ir a sus ensayos y a la vuelta de unos años terminé de gira con ellos por España en los 70. Fue el germen de esa búsqueda, que me ha acompañado durante treinta años de carrera, de rescatar el folclor afroperuano. Rescatar las raíces negras de la música en el Perú. Y la vida le puso al lado a un cómplice excepcional en esa lucha, su esposo Ricardo Pereira, sociólogo e investigador musical...Sí, fue una maravillosa coincidencia. La del amor y la de la conciencia en ambos, siendo él blanco, de que debíamos sentirnos orgullosos de ser negros. Pero, no nos adelantemos, Susana. Antes de eso, en su carrera se atraviesa un personaje que se convierte en luz y alfabeto, en una suerte de madrina: Chabuca Granda.Tu no sabes la emoción que sentí cuando me dijeron que me iban a presentar a la más grande intérprete de la música peruana. Me la presentó una amiga lingüista de la Universidad Enrique Guzmán. Algo vio Chabuca en mí porque acogió de manera generosa. La conocí en su casa, en el barrio Miraflores. Ese día, mientras ella ensayaba con sus músicos, me atreví a cantarle una de sus canciones, ‘Rosas y azahar’.... “Y así rogando voy, tu amor, mi extraño amor, con la ilusión en flor dentro del corazón”...¿Y cómo reaccionó Chabuca?Fue muy emocionante. Ella me miraba con ojos perplejos. Como preguntándose ¿y esta chica de dónde salió? Sobre todo porque le canté a capela. Fue el inicio de una gran amistad que duró hasta su muerte, en 1983. A ella le debo haberme acercado a muchos artistas y autores que me nutrieron, a la necesidad de saber en qué país vivía, cuál era su realidad social, sus carencias, sus desigualdades. Todo eso me dio herramientas para asumir la conciencia de raza que he venido defendiendo. Después de esa primera vez, seguí frecuentando sus ensayos, así que también me quedaron muchas lecciones de la manera en que ella trabajaba con sus músicos para que su música sonara perfecta.Entiendo que llegaron a compartir escenario...Sí, y hasta grabamos juntas. Pero lo que yo más rescato de la relación de amistad que construimos las dos fue que Chabuca Granda fue una artista que me enseñó con el ejemplo. Siempre me impresionó su carácter fuerte y su extraordinaria inteligencia, en una época en la que señoras de sociedad como ella estaban destinadas a quedarse en casa a merced de sus importantes maridos, sin posibilidad alguna de expresar sus opiniones. Ella mandó eso al carajo para poder entregarse a la música.Susana, hay un rasgo poderoso en su música y es la poesía. Y no lo digo solo por las letras de sus canciones, sino por la forma en la que las interpreta... Bueno, quizás porque mi alma y mi música la he alimentado con los versos de Javier Heraud, de César Calvo, de César Vallejo......”Esta tarde llueve, llueve muchoy no tengo ganas de vivir, corazón”...Oh, ese poema es muy bello. ‘Heces’, de César Vallejo. Y cuando Susana Baca lo canta es como si realmente lloviera en esa Lima de cielo plomizo...Ya te lo decía: me toma mucho tiempo estudiar la letra de las canciones que interpreto. Cuando tu cantas una cosa como “Esta tarde en Lima llueve” piensas inevitablemente qué pasaba por la mente de Vallejo para escribir una cosa así. ¿Qué lo hería? ¿Por qué ese lamento? Porque el asunto fundamental de ese poema es que su protagonista es un hombre andino, de la sierra, acostumbrado a ver el sol salir a las cinco de la mañana para que brille todo el día. Pero lo recibe una Lima gris que hiere con su clima y lo castiga con su soledad. Le pido que volvamos a un asunto que tocamos muy por encima hace un rato, esa búsqueda suya por rescatar los ritmos afroperuanos...Me gusta hablar de eso porque me enorgullese. Fue un trabajo que hicimos junto a una etnomusicóloga durante dos años. Fue como hacer un viaje a la semilla, a las raíces de la música negra. En ese recorrido me encontré con un ritmo ancestral, el golpe e’ tierra, donde la calabaza, después de muchas horas secada al sol, es usada como instrumento de percusión. ¡Qué cosa más bella!, pensé. Ese ritmo está presente en los asentamientos negros de Bolivia y el norte del Perú, y a pesar de que amenaza con extinguirse, descubrimos que algunos jóvenes de esas regiones querían seguirlo interpretando.Perú y Bolivia unidas por la música afro. Eso suena a música de maíz y de tambor... (Risa) Sí, y es eso justamente lo que hace bello al golpe e’ tierra. Es el padre de nuestros ritmos, lo más representativo del encuentro de lo afro con lo andino. El encuentro de dos pueblos unidos por el sometimiento, unidos por la lucha de no perder su cultura y sus raíces en medio de la dominación española. Dos siglos después de ese encuentro sonoro, la impresión que tenemos quienes no vivimos en Perú es que este país se ha volcado más a reinvindicar lo indígena, Machu Picchu, lo inca... Muy poco lo afroperuano...Es una percepción acertada. Pero, desde unos 15 años, el movimiento afroperuano ha crecido. Cada vez son más los jóvenes negros peruanos orgullosos de su raza, que olvidaron el cuento tonto de que para ascender socialmente debías hablar y comportarte como blanco. Bendita sea la música, bendito ese golpe e’ tierra del que hoy nos sentimos tan orgullosos.

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