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Carlos Gálvez, director de la banda, junto a Daniel Rodríguez y Sergio Andrés Caicedo, integrantes de la ‘Brigada 152’. Sergio pertenece al grupo hace 19 años y Daniel está desde 2012. | Foto: Marcela Martínez / Especial para El País

'Brigada 152', la banda marcial que aleja a los jóvenes de las pandillas

La banda marcial ‘Brigada 152’ aleja a los jóvenes de las pandillas a través de la música. Irán a Río de Janeiro y estarán en Delirio.

29 de junio de 2017 Por: Yefferson Ospina / Periodista de El País

Fue hace 35 años. Y fue una perfecta quijotada, un arrebato de idealismo. Carlos Gálvez era para entonces un niño de 12 años que había decidido, junto a un grupo de chicos del barrio El Paraíso, en el suroriente de Cali, fundar una banda marcial.

El asunto fue simple: Carlos era uno de varios monaguillos de la iglesia del barrio. Y cuando el grupo de niños se hizo más y más grande el cura de la parroquia entendió que, dadas las dificiles condiciones económicas de muchas de sus familias, los niños buscaban cómo llenar su tiempo.
Un buen día, después de discutir la idea con varios de ellos, decidieron fundar una banda marcial de músicos.

-¿Les parece?- les preguntó el cura a los chicos. Carlos, como lo recuerda ahora, le respondió de inmediato, intempestivo: “¡Claro padre, vamos a formar la banda!”.

Desde entonces han pasado 35 años, y por esta banda de paz han desfilado cientos de niños que fueron adolescentes y luego se hicieron hombres, mujeres, esposos, esposas; que pasaron semanas, meses y años escuchando los tambores, los trombones y las liras de la banda de la ‘Brigada 152’, como se llama la agrupación.

La banda es ahora invitada especial para hacer parte del último montaje de los espectáculos de la Carpa Delirio llamado ‘Hechizo, un relato nacional’, que hace un homenaje a la cultura popular de Colombia.
“Hay que saber todo lo que hay detrás de esta banda para comprender lo que significa hacer parte de este show”, dice Carlos hoy, 35 años después de que naciera la idea.

El oasis

Habría que ponerlo en perspectiva, entonces tratar de imaginarlo, al menos eso: tratar de imaginar esa ciudad que crece allá, más allá de la autopista suroriental, hacia el oriente, más allá, de hecho, sobrepasando la Simón Bolívar.

Imaginar un barrio como ‘Las delicias’, como ‘El Poblado’, como ‘Villanueva Belén’ o el ‘Doce de Octubre’ o ‘Mojica’ o ‘Los Mangos’. Imaginar que esos nombres que quizá usted apenas pronuncia por primera vez son barrios atestados de gente.

Las estadísticas dicen que cerca del 60 % de la población de Cali vive en barrios como esos, estratos 3, 2, 1 y otros para los que todavía no han inventado un número y en los que, también, se mata a mucha gente: las estadísticas dicen que más del 60 % de los homicidios de esta ciudad ocurren en barrios como estos. ¿Qué significa entonces una banda marcial en ese barrio, en esos barrios?

Carlos Gálvez, uno de los fundadores de la banda y director de ella, dice que básicamente lo que significa es una posibilidad: ofrecerles a 80 chicos (los que ahora hacen parte de ‘Brigada 152’) una posibilidad de hacer algo más que estar en la esquina; una posibilidad de pertenecer a algo más que a una pandilla, una posibilidad de ser algo que más que otro número dentro de los números del crimen. 

‘Brigada 152’ es eso: una posibilidad en un mundo -en esa ciudad muchas veces olvidada que crece allá, al oriente- en el que hay tan pocas alternativas de vida.

Cuando la banda inició, la Junta de Acción Comunal junto a la iglesia del barrio Las Delicias hizo bazares, vendió empanadas, rifas, actividades varias, de esas que hacen las personas cuando las posibilidades son pocas, y pudieron comprar algunas liras, otros redoblantes, unos cuantos platillos.

Primero ensayaban para salir en las procesiones de Semana Santa y en las celebraciones de los días patrios y luego, en 1990, participaron por primera vez en un concurso de bandas marciales en Calima el Darién.
Hoy, cuando Carlos Gálvez es abogado y músico graduado del IPC,
ahora que varias generaciones de quienes han pasado por la ‘Brigada 152’ son adultos, la banda cuenta con más de 20 concursos ganados y se proyecta para ir a Río de Janeiro para participar en un concurso suramericano.


“Ha sido duro. Ahora estamos metidos en este proyecto de ir a Río de Janeiro al suramericano porque eso se ha convertido en un sueño para los chicos. Pero es difícil, se requieren recursos, que normalmente es lo que menos hay”, dice Gálvez.

Para hacer parte de la banda cada chico paga $5.000 pesos por mes. Bueno, en teoría cada chico los paga, en la práctica algunos no pueden hacerlo.

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Sergio Andrés Caicedo tiene 30 años, hace 19 -cuando tenía 11- entró a la ‘Brigada 152’ y aún hace parte de ella. Toca el trombón, es contador público y trabaja con la Fundación Samaritanos de la Calle.

Sergio, como el propio Carlos, como decenas de los chicos que están en la banda, puede contar historias de amigos asesinados, de amigos en la cárcel, de amigos extraviados en la droga.

Puede decirlo ahora, cuando se observa a sí mismo en retrospectiva: la ‘Brigada 152’ sin duda tiene mucho que ver con el hecho de que una de esas historias no sea la suya.

“Es que la Brigada no está hecha exactamente para formar músicos o para ganar concursos. Existe para enseñar disciplina, para ofrecerles un espacio a los muchachos, para que sientan que son valorados, que tienen un lugar en el mundo y que pueden hacer algo. Luego de que tengan eso, entonces pueden pensar en otras cosas: en trabajar, en ir a la universidad, en ser ingenieros, contadores, esas cosas con las que normalmente los muchachos que crecen en barrios difíciles nunca sueñan”.

Eso puede ser lo que sucede con Daniel Rodríguez.

Tiene 12 años, en la brigada aprendió a tocar la percusión y ahora sabe leer partituras en clave de sol y ha hecho intentos con el barítono. Pero eso quizá sea lo menos importante: lo que realmente le interesa a Carlos Gálvez es el hecho de que, como Daniel, otros 79 chicos ahora tienen la disciplina de ensayar entre lunes y viernes, según el horario de su instrumento, y luego reunirse los sábados entre las 4:00 p.m. y las 8:00 p.m. para hacer el ensamble general de las piezas que están tocando.

“Montamos canciones de salsa, de cumbia, himnos, marchas marciales, de todo. Lo hacemos a nuestra manera y los muchachos se entregan a esto, es parte de lo que les da sentido a sus vidas y algo en lo que de verdad ponemos mucha pasión”, dice Sergio Andrés.

Este viernes la banda estará por primera vez con el nuevo montaje de la Carpa Delirio. Para llegar allí presentaron una audición a principios de año y luego esperaron las horas intensas de tres días antes de que les dieran respuesta.

“Estábamos ansiosos. Estar en delirio es un sueño para cualquier artista que baile o haca música popular en esta ciudad. Cuando ocurren cosas como estas uno siente que está haciendo las cosas como deben ser, uno siente que tanto esfuerzo vale la pena”, dice Carlos. Daniel y Sergio sonríen.

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