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Así suena el barrio San Nicolás

¿Es posible reconocer un lugar por sus sonidos? Una investigación realizada por la Universidad Icesi reveló el paisaje sonoro de uno de nuestros más tradicionales barrios: San Nicolás.

15 de noviembre de 2015 Por: Por Joaquín Llorca | Especial para GACETA

¿Es posible reconocer un lugar por sus sonidos? Una investigación realizada por la Universidad Icesi reveló el paisaje sonoro de uno de nuestros más tradicionales barrios: San Nicolás.

Con mucha curiosidad por acercarnos al entorno desde su ambiente sonoro, un grupo de investigadores de la Universidad Icesi nos dedicamos durante más de dos años a escuchar el Barrio San Nicolás de Cali buscando indicios de su identidad encarnada en su paisaje sonoro.

Fue así que descubrimos que los habitantes de San Nicolás escucharon por primera vez, seguramente con mucha claridad, las campanas de su iglesia en el siglo XVII y posteriormente, en 1910, atendieron la campanilla que anunciaba el paso del tranvía por la carrera 8. Para ese entonces carretillas de caballos, y alguno que otro automóvil, se oían pasar por las terrosas calles del barrio. Como la imagen sonora es evocadora podríamos, en un ejercicio de memoria creativa, “escuchar” con imaginación la vida del barrio resonando agitada, tal cual nos recuerdan algunos decretos y acuerdos municipales archivados, donde quedaron consignadas quejas por las apariciones de estridentes automóviles con bulliciosos jóvenes que perturbaban a los vecinos.

 Es evidente que en aquel entonces se podía escuchar con mayor claridad cada sonido, pues el paisaje sonoro estaba limpio del actual fondo conformado por las frecuencias graves de motores, de aires acondicionados, refrigeradores, transformadores eléctricos y cientos de televisores que murmuran por todos lados.

De algunos de los eventos y lugares del pasado queda alguna fotografía, algún folio escrito, algún relato que historiadores han recogido. Sin embargo, a diferencia de nuestra memoria, todos esos documentos son mudos, imágenes inanimadas e inmóviles. De la pila de Loses en la calle 15, donde los habitantes obtenían agua, o de los conciertos dominicales en la retreta del parque no se guarda sonoridad alguna, quizá solo el recuerdo de algún vecino sobreviviente. 

En 1894, Manuel Carvajal Valencia (1851-1912), junto a dos socios, compró una imprenta en Palmira y la instaló en su casa del barrio San Nicolás. Quién diría que ese acontecimiento tendría repercusión más de un siglo después, cuando alrededor de 500 empresas de la industria gráfica, según nuestro censo, se reparten en poco más de 30 manzanas, ejecutando con su rítmico golpeteo la banda sonora del lugar.

A pesar de la llegada de la tecnología digital (más silenciosa), nuevas y viejas máquinas trabajan diariamente conformando un paisaje sonoro que sobrevive entre tiendas de parlantes y vendedores callejeros de música quienes dejan clara su presencia a través del volumen. Los sonidos de la industria gráfica se concentran entre las carreras 3ª y 5ª y entre las calles 16 y 21. Desde las 8:00 a.m. hasta las 6:00 p.m. las imprentas, troqueladoras y cortadoras de papel se oyen desde la acera, pues la mayoría de los locales son pequeños y abiertos al público. 

Nos sumergimos a escuchar el barrio pensando que algún día tal sinfonía industrial será acallada por las nuevas máquinas digitales y que como todos los paisajes sonoros se transformará junto a la sociedad que los produce. Afortunadamente, y gracias a las técnicas de grabación existentes, los sonidos del San Nicolás actual pueden quedar registrados, no solo en nuestra memoria, sino en soportes que permitirán su difusión y escucha mucho tiempo después, en nuestro caso, en una página web.

Además de escuchar y discernir los sonidos más significativos que nos ofrecía el barrio, analizamos las dinámicas de cambio y cómo el sonido se manifestaba en estos momentos. Antes del inicio de la jornada laboral el barrio es tranquilo, luego las campanas de la iglesia y las numerosas persianas metálicas de los locales, que se oyen subir sincopadamente, son el silbato que anuncia el comienzo. Después de las 6:00 p.m. vuelve la calma, al menos en el sentido sonoro, pues el silencio, como una ley de la naturaleza, también es signo de alerta, sobre todo en algunos sectores de la ciudad. 

Pero ¿qué piensan los moradores de San Nicolás sobre los sonidos de su entorno? Hablar sobre el sonido es complejo, pues escuchamos desprevenidamente todo el tiempo y procesamos esta información en relación a la utilidad que representa, por eso hacer una escucha consciente es un ejercicio que requiere esfuerzo. Sin embargo, al preguntar adecuadamente, nos damos cuenta que son conscientes de ese paisaje sonoro que habitan. Recuerdan que hace muchos años la presencia del hospital San Juan de Dios era más evidente por su sonido, hoy en día el tráfico y las otras actividades comerciales lo han borrado del paisaje, salvo la aparición de sirenas de ambulancias esporádicamente. También descubrimos que a eso de las 7 de la mañana, los numerosos carritos, empujados por los vendedores de café y desayuno, salen de sus garajes para desfilar. Sus ruedas son otra señal sonora del inicio del día. Curiosamente, y en contra de la idea pintoresca que sugiere este sonido, el pregón de las vendedoras de aguacate y frutas, que periódicamente pasan por las calles, no agrada a todo el mundo.

Las jornadas de escucha sistemática realizadas por el equipo investigador arrojaron datos interesantes sobre la composición del paisaje sonoro del barrio. El ritmo de las máquinas de imprenta revela un oficio marcado por la percusión metálica y la presión del aire que cambia su tono al migrar de lo tipográfico a lo digital, pasando por la litografía. Las persianas metálicas rozan los rieles de un solo golpe anunciando el inicio de la jornada. Las carretillas metálicas, con el sonido de sus ruedas sobre el pavimento rústico, transportan las resmas de papel y las tintas que vienen y van por las calles. Ellas se complementan con las carretas de vendedores ambulantes o recicladores que recorren también las calles constantemente. Por último la música, siempre presente en nuestra cultura urbana, se manifiesta en los cafés y bares repartidos por las calles para proporcionar el ocio al sector, una característica del centro de la ciudad. Cada uno de estos cinco “objetos” (imprentas, persianas, música, carretillas y carretas), algunos en peligro de extinción, son expresión de una sociedad y de un territorio, pues el sonido expresa lo que somos.

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