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Conozca a Omara Portuondo, invitada especial al Ajazzgo 2012 en Cali

Valió la pena la espera: Omara Portuondo visitará Cali por primera vez este 8 de septiembre, invitada por Ajazzgo. Antes de su concierto en la ciudad, ‘La novia del feeling’ habló con GACETA de su historia y su melodía.

4 de septiembre de 2012 Por: Lucy Lorena Libreros | Periodista de GACETA

Valió la pena la espera: Omara Portuondo visitará Cali por primera vez este 8 de septiembre, invitada por Ajazzgo. Antes de su concierto en la ciudad, ‘La novia del feeling’ habló con GACETA de su historia y su melodía.

A una edad en la que ya todo parece consumado, a Omara Portuondo le sigue causando pánico cada salida al escenario. Es una confesión que se le escapa con pudor, envuelta en esa voz suya tan dulce, casi afelpada, por la que han pasado boleros y danzones en más de 60 años de carrera. Omara, pues, tiene 81 años, el título honroso de ser una leyenda viva de la música cubana, una diva, pero también —quién lo creyera— una vanidad cultivada en su punto justo.La Omara Portuondo que está al otro lado de la línea, en La Habana, habla sin maquillaje ni artificios de tocador en sus palabras. Sin pose. Por eso no siente pena al reconocer que esas manos que han levantado un Grammy y han empuñado micrófonos en medio mundo gracias a ese milagro musical llamado Buena Vista Social Club, sudan, nerviosas, cuando a su camerino llega el eco de un auditorio a reventar aguardando por ella. La calma solo aparece —revela ahora— después de la primera canción y el primer aplauso. “La gente no lo sabe, pero cuando eso sucede, no te dice que lo que escucha le gusta, en realidad lo que te dice es que estás haciendo las cosas bien”. Algo habrá quedado de la muchacha timorata a quien la casualidad puso, en 1945, a debutar en la compañía de danza del prestigioso Cabaret Tropicana de La Habana. La culpa fue en realidad de su hermana Haydee. Un día, recuerda Omara con gracia, desertó del grupo una de las bailarinas de cabecera, “y como yo me había aprendido los pasos de las coreografías, de tanto verla ensayar, terminé junto a ella bailando en reemplazo de la que se fue. Aquello no tenía sentido: Omarita era una jovencita tímida a la que no le gustaba mostrar las piernas”.La única explicación posible es que la muchacha, claro, hizo las cosas bien. En Tropicana la vieron bailar grandes como Edith Piaf y Nat ‘King’ Cole. Y Omara, dueña de esa vocación artística, siguió bailando y formó pareja junto a Rolando Espinosa quien, en 1961, la invitó a la Escuela de Instructores de Arte como maestra de bailes populares.El baile llegó de brazo del canto. Junto a su hermana y a Frank Emilio Flynn, un pianista ciego que hizo historia en Santiago, tierra soberana, Omara integró Los Loquimba. Y la música de Los Loquimba tenía jazz, Cuba y bossa nova. ¿Acaso qué era eso? Alguien creyó justo que se llamara ‘feeling’ o ‘filing’ y el título cayó bien. Tanto, que un día un locutor de radio improvisó al aire un llamado que aún hoy persigue a Omara Portuondo como las mariposas amarillas a Mauricio Babilonia: ‘La novia del feeling’. La novia coqueteaba descaradamente —lo hace aún— con el jazz sin abandonar las raíces musicales de la isla. En 1959 lanzó su primer álbum, ‘Magia negra’, que incluyó versiones de ‘That old black magic’ y ‘Caravan’, este último un clásico en la voz de Duke Ellington. Parte de esos inicios también los escribió con la Orquesta Aragón y con el cuarteto D’Aida, en el que cantó por 15 años. El grupo hacía giras de envidiar por Estados Unidos y América hasta que la Crisis de los Misiles aguó la fiesta: Kennedy rompió relaciones con Fidel y todos los músicos cubanos, Omara entre ellos, debieron regresar a la isla como prueba de su fidelidad con el régimen de Castro. La mujer que aún siente nervios al enfrentar los escenarios se dedicó a hacer de su nombre una marca en la música cubana, después del tropiezo político de su país. Y en esas andaba, cuando el músico estadounidense Ry Cooder afinó sus oídos y su guitarra para hallar músicos silvestres por toda la isla. La búsqueda lo dejó a los pies de ‘Compay Segundo’, sonero y repentista de quilates que se asomaba a los 90 años. A los de un lustrabotas orgulloso, Ibrahím Ferrer. A la de Rubén González, que agitaba las teclas de su piano en una modesta escuela de danzas. Diecisiete virtuosos. Todos viejos. Todos músicos naturales que no sabían de partituras, graduados con honores en la universidad de la descarga callejera. Ninguno con la culpa de ser famoso. Cooder sintió que el asunto quedaría en su punto con una voz de mujer. Le hablaron de Omara y desde entonces no fue posible disfrutar de Buena Vista Social Club sin la voz dulzona de la diva del barrio Cayo Hueso. Esa voz que nos puso a delirar con su versión de ‘20 años’ junto a Compay y ‘Silencio’ con Ibrahim Ferrer. Es la misma voz que escucharán los caleños, este 8 de septiembre, en el Teatro Municipal, como invitada al XII Encuentro de Creadores de Jazz, Ajazzgo. GACETA la encontró en su casa de La Habana, días antes de su visita a la ciudad. Esa voz está aquí. Maestra Omara, cuánto tiempo esperando por usted aquí, en Cali. Al fin la espera terminó...Pero que quede claro que no es mi culpa. Ese país de ustedes es maravilloso... Bogotá, Cartagena, Medellín, me faltaba Cali, que me han dicho es una ciudad muy musical, muy conocedora de la música cubana. Alguna vez me invitaron a un festival de boleros, pero parece que la cosa se canceló... Pero me alegra esta nueva oportunidad; yo llegaré a ese concierto dispuesta a todo. Si quieren cantar, los haré cantar; si quieren bailar, los haré bailar.¿Y qué recuerdos le quedaron de Colombia?Curiosamente siempre recuerdo a un joven de shorts que se hizo famoso con el vallenato, con quien canté en vivo ‘La pollera colorá’...Carlos Vives...Sí, sí, Carlos Vives. Lo conocí en Bogotá y de repente terminamos en un escenario cantando esa canción que, hasta donde sé, es un himno de los colombianos. El recinto se llenó de una energía impresionante, ustedes viven llenos de alegría, quizá por eso gustan tanto de nuestra música cubana, porque los cubanos vivimos de fiesta.Pero lo curioso es que usted dice que, cuando se baja de los escenarios, es más bien ‘aguafiestas’...Yo diría, más bien, que vivo de fiesta sobre los escenarios. Cuando no estoy sobre ellos me gusta disfrutar de otras cosas. Ahora, toda la gente que trabaja en la música en mi Cuba se conoce y si alguien me propone cantar con él no digo no. Pero fuera de los escenarios no bebo, no fumo. ¿A eso debemos que siga tan vital a sus 81 años?Digamos que es la combinación de muchas cosas; como mucha frutica, me gusta nadar, descansar en mi casa mirando por la ventana el Malecón. Cuando se puede salgo a pasear en mi Lada, un carro antiguo, pero bien cuidado que conservo desde hace muchos años. La vida se prolonga cuando trabajas intensamente, porque aún cuando no esté de gira, tengo muchos proyectos en mente, ahora mismo estoy pensando en un álbum con Caetano Veloso, será mi primera vez cantando con él. Pero la vida se prolonga también cuando reservas un tiempo para disfrutar de los pequeños detalles. Del mar, de mi nieta Rossío. Pueda que esté próxima a los 82 años, pero yo me siento físicamente de 35... Es que la música rejuvenece. Entonces hablemos de eso, maestra, de música. No nos dañe la sorpresa, pero denos pistas de lo que escucharemos en Cali.A Cali llegaré con músicos muy jóvenes, pero talentosísimos, un quinteto. Te hablo, por ejemplo, de Rolando Luna, un pianista que siempre admiró a Rubén González, pianista de Buena Vista. Recuerdo que Ronaldo, muy jovencito, venía a verme trabajar antes de hacerse profesional y toda su cosa era conocer a Rubén, algo que nunca sucedió ¡Cómo le admiraba! Y resulta que en su forma de tocar hay algo de él, ¿puedes creer eso? Este chico se cultivó con las raíces musicales de Cuba. Eso me encanta. Es que gracias a músicos como él es que ha seguido viva también la tradición de Buena Vista Social Club, tras la partida de sus grandes leyendas.Es que los que se han incorporado mantienen el espíritu y el concepto de la agrupación. Todos estos jóvenes sienten el orgullo de tocar las músicas tradicionales cubanas y respetan su esencia.Maestra, usted es una de las pocas sobrevivientes de ese experimento musical de Ry Cooder que fue Buena Vista. ¿A qué le sabe eso, a nostalgia?Fue muy duro ver partir a ‘Compay’. Mucho más a Ibrahim, que era adorable. Un señor músico. Después de ver partir a ‘Compay’ Segundo, a Ibrahim Ferrer, a Rubén González y ‘Cachaíto’ López, ¿se preguntó si el turno después era para usted?Vivir es tan natural como morir. Pero cuando los recuerdo a todos ellos, me llega una alegría inmensa. La fama les llegó muy tarde, pero se hizo justicia con ellos porque se trataba de músicos extraordinarios que merecían brillar, así fuera en la vejez. También me llega una gratitud inmensa. Ellos me convirtieron en la diva de Buena Vista, así me hicieron sentir, y así me sigo sintiendo, aún cuando ellos ya no están. También la han llamado siempre ‘La novia de feeling’. ¿No será que ya es hora de formalizar esa relación y dar el siguiente paso?(Risas) No, yo siempre quiero seguir siendo novia. Ese título me recuerda la música con la que crecí, cuando escuchaba, gracias a mis padres. boleros hermosos como ‘Contigo en la distancia’ y ‘Novia mía’. Lo que lamento es que el ‘feeling’ se ha quedado con pocos intérpretes. Pero extrañamente, usted no llegó al arte a través del canto sino del baile...En realidad, siempre quise ser bailarina de ballet para interpretar ‘El cisne negro’. Pero la tenía muy difícil porque en esa época solo podías hacer ballet si eras blanco. Y súmale a eso la timidez, porque a mí me daba pena que me vieran los muslos. Era tan seria que en el colegio me llamaban de usted, así de joven nunca me imaginé sobre los escenarios. Aún con todo y eso trabajé junto a mi hermana como bailarina en la compañía de danza del Cabaret Tropicana. La que me impulsó fue mi mamá, Beatriz Peláez, que, por alguna extraña razón, creyó que yo estaba llamada a conservar la tradición de la música cubana.¿Y cómo le hacía sentir eso?Te mentiría si te digo que mi familia, como la de muchos otros artistas cubanos, era de músicos. En casa mi padre (Bartolomé Portuondo, jugador de béisbol) y mi madre cantaban todo el tiempo. Y mi mamá de niña, yo creo que no tenía más de 4 años, me enseñaba canciones como ‘20 años’ y ‘La Bayamesa’ y me decía que yo sería la representante de la tradición musical de Cuba. Yo no tenía ni idea de lo que me estaba hablando, pero aún hoy esas canciones hacen parte de mi repertorio. Quizá fue un pálpito de madre, pero mucho tiempo después fue que vine a entenderlo así no haya estudiado música. De todos modos llama la atención que su voz no es precisamente la de las grandes soneras de Cuba, estilo Celia Cruz o Celina González. Voces robustas, que retumban. Su voz es dulce, poderosamente dulce...Quizás lo que sucede es que soy una privilegiada. Cuando te dedicas a cantar, con el paso de los años entiendes que la música es una condición del ser humano. La vida me fue llevando por los caminos del jazz, del bolero, de la música cubana tradicional y yo me lo fui disfrutando. Y hoy, cuando repaso mi agenda, me alegra el corazón saber de que tengo la suerte de que me inviten a todas partes. Recuerdo que cuando trabajaba en el Tropicana conocí a grandes como Edit Piaf y tu la veías y decías: esta mujer no se maquilla, vestía ropa sencilla y no gesticulaba con las manos; solo cantaba, pero ¡cómo emocionaba! Algo parecido sucedía con Nat King Cole, daba la impresión de que tampoco hiciera algo especial, pero tenía lo que se llama un oído absoluto. Sin escuchar previamente la nota del instrumento salía a cantar, llegaba al piano y el tono era perfecto.¿Y también se llenaban de nervios, como usted, antes de salir al escenario?(Risas) No sé. O no lo recuerdo. No me da pena confesarlo, cuando llega el momento de salir al escenario siempre siento un terror tremendo, incluso a veces se me sube la tensión de los puros nervios; pero desde las giras de Buena Vista aprendí a llevar un médico a mi lado. Uno nunca sabe. Maestra a los 81 años, con todo respeto, a una edad en la que ya todo parece consumado, ¿por qué seguir de escenario en escenario? Te lo respondo recordando un bolero que me encanta, de Alberto Vera: “Lo que me queda por vivir será en sonrisas”, yo le agregaría también que será en canciones.

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