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Jhon Anderson Vega es un caleño que cada vez que viaja al exterior es hospedado por sus amigos de crianza. Hoy todos se unieron para crear una campaña de entrega de mercados a las personas más necesitadas de la ciudad. | Foto: Foto: Raúl Palacios | El País

MIGRANTES

Hospitalidad: caleños que abrieron su casa y su corazón a quien lo necesitaba

Recorra tres historias que son un ejemplo de la hospitalidad que practican los caleños con su familia, sus amigos, los turistas y hasta con los migrantes venezolanos.

25 de abril de 2020 Por: Paola Otero, reportera de El País

Si hay algo que propios y turistas resaltan de Cali es la hospitalidad de su gente. Ese gen que las personas llevan en la sangre y que los padres lo transmiten a sus hijos de generación en generación.

Esta es la tierra en donde no se escatima a la hora de atender con amabilidad y generosidad a la familia, los amigos, los turistas o a los necesitados. Cali es la tierra de la acogida, del abrazo y del calor humano.
Las historias de hospitalidad en la ciudad son incontables, pero hoy presentamos tres que representan una pequeña parte de lo que es su gente, la verdadera riqueza que tiene la ‘Sucursal de los brazos abiertos’.

Muchos aseguran que la capital del Valle es un pueblo hospitalario del que, “a millas”, las personas pueden sentir ese “aroma”. Si usted aún no conoce Cali, venga y experimente por sí mismo el calor y la acogida de su gente.

La hospitalidad ‘pajarera’

Se dice que a quienes les gustan los animales, y especialmente las aves, tienen una sensibilidad especial. Así como la de Yolanda Caicedo, una ‘pajarera’ caleña de 61 años que encontró en el avistamiento de esas especies las endorfinas que la han revitalizado después de que se jubiló en el año 2017.

Es sonriente, sencilla e intuitiva, y asegura que esta actividad “es un yoga para su alma” y que con ella dejó de ser una persona rígida y se volvió una mujer apasionada por la naturaleza y por las pequeñas cosas de la vida.

Además, comenta que este ‘hobby’ también le ha permitido conocer lugares maravillosos, así como hacer muchos amigos, a quienes no duda en hospedar en su casa cuando vienen a Cali a los eventos de aves o a las jornadas de avistamientos.

“Por ejemplo, recientemente alojé en mi apartamento a Juan Pablo Culasso, un experto uruguayo en sonidos de aves que es ciego y que vino a Cali a dar una conferencia. Él se quedó dos días conmigo, y yo lo atendí con la comida y también lo saqué a pajarear”, cuenta Yolanda.

Agrega: “También hay un niño de Tuluá que yo quiero mucho y que siempre se queda en mi casa cuando viene a la ciudad a los avistamientos. Todo esto es algo que hago con gusto y sin cobrar nada porque la gente de este gremio es muy linda”.

Yolanda dice que se parece a la mirla ollera, porque es un ave que, por su color café, pasa muy desapercibida, pero “transmite con su canto muchas cosas”. Y así es ella, una ‘pajarera’ que está convencida de que para ayudar no se necesita hacer “bombo” ni tener mucho, sino lo suficiente y, sobre todo, un corazón dispuesto.

El ‘abrazo’ caleño a una familia migrante

El 7 de agosto de 2017, Carlos Gasca, su esposa y sus dos hijos llegaron por primera vez a Cali. La familia, oriunda de la ciudad de Coro, en Venezuela, acababa de emigrar de su país en busca de nuevas oportunidades y las encontró en la ‘Sucursal de los brazos abiertos’.

El hogar que aquí los acogió quedaba ubicado en el barrio Terrón Colorado y estaba conformado por Johan Trujillo, su esposa y su hija.

“Johan es caleño y lo conocí en Aruba, ya que antes de venir aquí viví en ese país un tiempo, pero no me quedé allá ni tampoco alcancé a llevar a mi familia porque estaba indocumentado”, cuenta Carlos Gasca.

Sin embargo, en el país caribeño nació una bonita amistad entre Carlos y Johan, que con el tiempo se fue fortaleciendo hasta terminar en una invitación a Colombia, que se materializó ocho meses después.

“Llegue con mi familia a Cali y Johan nos recibió en su casa por dos meses, tiempo en el que también nos apoyó con comida y todo lo que necesitas cuando te quieres estabilizar en otro país. También me ayudó a conseguir mi primer trabajito, con el cual pudimos pagar nuestro primer arriendo”, recuerda Carlos, quien tiene 33 años.

Pero de todas formas para esta familia venezolana no fue fácil empezar desde cero, más cuando sus miembros “tenían todo” en su país.
Johan pasó de ser ingeniero civil en Pdvsa, la empresa estatal de Petróleos de Venezuela, a trabajar en Cali en puestos de comidas rápidas, pegando avisos y hasta como ayudante de construcción. A su esposa, por su parte, quien era comerciante en su país natal, le tocó trabajar en oficios domésticos, algo que nunca había hecho.

“Con todas las oportunidades que teníamos en Venezuela, decidimos emigrar para mejorar nuestra calidad de vida porque, principalmente, allá no se conseguían ni alimentos ni medicinas, algo que mi hijo pequeño necesitaba urgente porque había nacido con un soplo en el corazón”, relata Glorileomar Villarreal, esposa de Carlos Gasca.

La mujer, que ahora tiene 32 años, asegura que al principio la vida en Cali fue “fue muy dura”, pero que poco a poco pudo salir adelante con su esposo porque nunca perdieron la fe en Dios. Ahora, ambos son ciudadanos legales en Colombia, tienen a sus dos hijos estudiando y son propietarios de un pequeño negocio en Terrón, donde venden accesorios para celulares.

“La familia Trujilllo fue para nosotros una bendición cuando llegamos a la ciudad, pero también estamos agradecidos con los caleños, que han sido muy humanitarios, colaboradores y nunca nos han discriminado por ser migrantes”, dice Glorileomar.

La acogida entre ‘hermanos’ que no tiene fronteras

Los amigos son como hermanos, y eso lo sabe muy bien Jhon Anderson Vega, quien creció en el barrio Alfonso López, donde conoció a sus “parceros del alma”.

Hoy, todos están radicados en diferentes países: dos viven en Estados Unidos, uno en Panamá y otro en Chile. Jhon Anderson es el único que, aunque lo ha intentado en un par de ocasiones, no ha querido dejar su tierra ni su gente.

Sin embargo, por temas laborales, este joven de 30 años ha tenido que viajar en varias oportunidades a Chile, país donde siempre ha sido recibido en un hogar, él de su amigo Asneider Rivera.

“En enero, que fue la última vez que estuve en Chile, me reuní con él en Antofogasta, y me brindó hospitalidad en el apartamento donde vive con el hermano”, cuenta Jhon Anderson.

Pero Asneider no solo le ha abierto las puertas de su casa en Chile, sino también las de su hogar en Cali. Su vivienda, ubicada en el barrio Alfonso López y donde residen su esposa y sus dos hijos, es hoy el lugar de acopio desde donde se empacan y se despachan mercados para ayudar a los más necesitados de la ciudad.

“Un día, con toda esta situación que se está viviendo en Cali por el Covid-19, los cinco dijimos que teníamos que hacer algo para ayudar a las personas que en estos momentos están pasando dificultades, entonces surgió la idea de regalar mercados. Con sus fondos personales, mis amigos que viven en el exterior giran el dinero a mi cuenta de Colombia y yo me encargo de comprar los mercados, empacarlos y repartirlos con ayuda de otras personas, entre ellas la esposa y los hijos de Asneider”, precisa Jhon Anderson.

Ahora, con ayudas económicas y en especie, otras personas también se han unido a esta iniciativa de cinco amigos, con la que se han regalado más de 142 mercados a los más necesitados en la capital del Valle.

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