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El sábado 1 de febrero a las 5:00 p.m., Margaret Atwood conversará con Alberto Manguel en el Centro de Convenciones de Cartagena. | Foto: Agencia EFE

Perfil de Margaret Atwood, una de las invitadas al Hay Festival de Cartagena

La autora y activista canadiense es creadora de una obra distópica que siempre tiene a la mujer como protagonista.

2 de febrero de 2020 Por: L. C. Bermeo Gamboa, periodista de El País

Cassandra predijo la ruina de Troya, y nadie creyó en sus palabras. Dijo, como lo haría Don Quijote después frente a los molinos de viento, que el caballo gigante de madera que los griegos regalaron a los troyanos, era en realidad un engaño. De nuevo, nadie creyó en ella.

Este mito sintetiza a la perfección una realidad histórica: la indiferencia hacia la sabiduría femenina, y más que indiferencia, miedo.

Es sabido que en tiempos de la Inquisición en Europa, así como en los pueblos puritanos de norteamérica en el siglo XVII, muchas mujeres ‘demasiado sabias para su sexo’ fueron condenadas a la hoguera o a la horca por brujería: Juana de Arco que dialogó sin intermediarios con Dios, y Sarah Good acusada por sus vecinos en Salem.

Si Margaret Atwood hubiera vivido en aquellos tiempos indudablemente su destino habría sido ese: la hoguera o la horca. Pero el azar o la fatalidad, o Dios mismo, quiso que fuera hija de un zoólogo y una nutricionista, nacida un 18 de noviembre de 1939 en el país más pacífico del extremo norte de América: Canadá.

Aunque crecer entre su natal Ottawa, Quebec y Toronto no la mantuvo al margen de la historia, desde niña supo que había un tipo de mujer para la que el mundo no era asunto suyo, el deber de la mujer era el hogar y la prole, incluso si una mujer estudiaba, era solo para ser una madre más inteligente, no para entender el mundo y cambiarlo.

En ‘Carta a América’ recuerda cómo era su abuela, una mujer “de buen comportamiento” educada en Nueva Inglaterra el condado fundado por los puritanos en Estados Unidos: “cuando mi abuela oía algo desagradable, cambiaba de tema y se ponía a mirar por la ventana. Y yo tiendo a hacer lo mismo: estate callada, ocúpate de tus asuntos”.

Fue difícil, pero Atwood rompió con esa tradición y no se quedó callada, prefirió como Cassandra advertir sobre los engaños del presente, así nadie la escuchara. Y contrario a lo esperado: la escucharon. Valga decir, la leyeron.

Desde su época como estudiante en la Victoria University de Toronto, donde tuvo como profesor al eminente crítico literario Northrop Frye, llamó la atención por su profunda interpretación del arquetipo femenino en función de la sociedad moderna. Ya en su primer poemario ‘Double Persephone’ (1961), Atwood buscaba revindicar el poder de la sabiduría femenina para comprender nuestro tiempo. Una sabiduría que siempre han silenciado por diferentes medios y miedos: religión, ideología, mercado y violencia.

Pero esta posición respecto a su género, por la cual ha sido calificada como escritora feminista, queda manifiesta con su obra novelística donde las mujeres siempre tienen un rol protagonista. Atwood es feminista, no lo niega, y de hecho, libros como ‘El cuento de la criada’ (1985) cuya exitosa adaptación a serie de televisión en 2017 levantó el debate sobre las libertades de la mujeres hacia su cuerpo, así como Alias Grace (1996) que retrata a una presunta asesina y a la sociedad opresora donde creció, estas obras y otras de su ya extensa producción: ‘La mujer comestible’ (1969), ‘Doña Oráculo’ (1976), Maddadam (2013), pueden y deben ser leídas en clave feminista.

Sin embargo, este calificativo es bastante simplista en términos literarios, ya que sus libros son ante todo sólidas narraciones y ficciones distópicas, herederas directas del imaginario orwelliano, que logran atrapar lectores, al tiempo que lo sobrecogen por la verosimilitud que tienen algunas escenas.

Escenas bárbaras como en ‘El cuento de la criada’ cuando el comandante del estado represivo Gilead, viola a su criada, ayudado por su propia esposa. Escenas sutiles, cuando a pesar de ir completamente cubiertas por un vestido rojo y una cofia que oculta el rostro, similar a la burka de las mujeres islamistas, la criada contonea su cintura y el hombre que la observa no puede contener su pulsión sexual.

Aquí es necesaria otra aclaración, cuando Atwood piensa en personajes femeninos lo hace como escritora, no como activista, pese a ser miembro de Amnistía Internacional y de la organización BirdLife International. Por eso no rehuye la complejidad de lo que es ser una mujer: humana e imperfecta.

En su libro de ensayos ‘La maldición de Eva’, argumenta: “quiero crear un personaje femenino que no sea una fuerza de la naturaleza, ni buena ni mala; que no sea una plañidera solitaria; que tome decisiones, que actúe, que provoque y a la vez arrostre los acontecimientos, y que quizá tenga incluso alguna ambición y cierto poder creativo. ¿Qué historias me cuenta mi cultura sobre este tipo de mujeres? No demasiadas”.
En este sentido las obras de Atwood socaban una idea, aún muy enquistada en la sociedad moderna, aquella que pretende que la mujer sea “modelo de buen comportamiento”.

La igualdad para Atwood no consiste solo en asumir los mismos ideales de virtud, también es aceptar que las mujeres pueden ser egoístas y pensar solo en su propio beneficio, y no por ello ser condenadas con mayor severidad.

En coherencia con esto, Margaret Atwood se ha convertido en un hada madrina de las luchas feministas alrededor del mundo.

Un hada que no permanece escondida en los bosques encantados, sino que se manifiesta continuamente en la maraña de las redes sociales. Ella se muestra con todo el poder del sentido común, rompiendo estereotipos y polemizando con gran inteligencia.

Solo en el 2018 cuando en Argentina miles de mujeres jóvenes se manifestaban a favor del aborto legal, cuando en el senado debatían la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, en medio de la recriminación general, incluso cuando la vicepresidenta de entonces Gabriela Michetti propuso ‘salomónicamente’ a las mujeres que si tenían hijos no deseados: “lo podés dar en adopción, ver qué te pasa en el embarazo, trabajar con psicólogo, no sé”.

Entonces, el hada madrina respondió en nombre de todas ellas: “A nadie le gusta el aborto, incluso cuando es seguro y legal. No es lo que ninguna mujer elegiría para festejar un sábado por la noche. Pero a nadie le gusta tampoco mujeres sangrando hasta la muerte en un baño por un aborto ilegal. ¿Qué hacer?”. Así empezaba la carta abierta que Atwood publicó en sus redes sociales. Poco antes ya había compartido una foto en la que aperecía sosteniendo un cartel del #NiUnaMenos con las banderas de Canadá y Argentina en el fondo.

La realidad mostraba que la pesadilla descrita en ‘El cuento de la criada’ no pertenecía al futuro, era el presente brutal de millones de mujeres que no tenían, ni tienen aún, control sobre su propio cuerpo.
“Las mujeres que no pueden tomar la decisión sobre si tener o no bebés son esclavas, porque el Estado reclama como propiedad a sus cuerpos y el derecho a dictar el uso al que deben someterse sus cuerpos”, sentenció Atwood.

En agosto de 2018, por 38 votos negativos y 31 a favor, el senado argentino rechazó el proyecto. De nuevo se presentó el efecto de Cassandra, por eso mientras las verdades de la condición femenina sigan sin ser escuchadas, la literatura de Atwood y su pensamiento visionario se mantendrán vigentes.

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