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El escritor y editor Roberto Calasso, fallecido el pasado 28 de julio, dejó entre sus diversas obras, una donde reflexiona sobre ‘Como ordenar una biblioteca’. Como un homenaje al gran autor italiano, algunas meditaciones sobre el arte de ordenar libros. | Foto: Foto: tomada de Twitter

LITERATURA

Ordenar los libros, un homenaje a Roberto Calasso

El escritor y editor Roberto Calasso, fallecido el pasado 28 de julio, dejó entre sus diversas obras, una donde reflexiona sobre ‘Como ordenar una biblioteca’. Como un homenaje al gran autor italiano, algunas meditaciones sobre el arte de ordenar libros.

8 de septiembre de 2021 Por: &nbsp;Juan H. Ramírez, especial para Gaceta<br>

A propósito de la triste noticia —una de tantas— anunciada en la mañana del jueves 29 de julio, en la que se informaba de la muerte del escritor y editor Roberto Calasso, no he podido dejar de pensar en uno de los tantos dilemas poéticos y metafísicos al que se llegó a referir en vida, y en particular en su libro ‘Cómo ordenar una biblioteca’. Pareciera un interrogante de índole técnico: “Por orden alfabético, por autor, por género”, y por muchos otros estándares que se enseñan en cuanto a este tema se refieren, ignorando que la respuesta acarrea un esfuerzo más filosófico que administrativo.

Los libros no se ponen, se ordenan. No se toman, se acarician, se miran, se escuchan. Hay un juego de miradas y descubrimientos entre un lector y este producto de la imaginación y la memoria que nos invade más allá de una organización fría y sin gracia. No podemos simplemente ubicarlos, hay que hacerlo como quien organiza un altar. Hay un estricto sentido en el lugar que comparten dos libros al estar juntos y en la intimidad cercana de las palabras que se reúnen en ellos. No es solo una cuestión teórico-espacial el hecho de que Hölderlin no se ubique al lado de los libros de cocina —en el caso de las librerías— o de que Pamuk no esté con los libros de bienestar. Pareciera un dilema entonces estético lo que tal vez sea armonía y descubrimiento.

“La librería ideal es aquella en la que cada vez se compra al menos un libro, y con mucha frecuencia no aquél (o no sólo aquel) que se pensaba comprar cuando entramos”, Roberto Calasso.

Seamos aún más radicales: cada ser humano debiera tener su propia biblioteca. Aunque se comparta la misma casa, dos libros de distintas personas no debieran ir juntos. Hay una intimidad que se explica más en el acto silencioso y contemplativo que en el esfuerzo de querer darlo a entender. Cada lector lo sabe y lo entiende, cuando sus libros se mezclan con aquellos que no le pertenecen. Esa intimidad que también se manifiesta cuando leemos un libro prestado al no poder subrayarlo, porque no nos pertenece, y en la nostalgia de no tomarlo de distintas formas porque podemos doblarle las hojas más de lo permitido.

Un lector puritano se me hace difícil de entender. Quienes no los subrayan y no escriben sus ideas en las páginas, dejan de lado el otro derecho que se tiene como lector: “Conversar con los escritores”. Ponemos asteriscos en algunos párrafos porque al volver en un tiempo al libro, queremos encontrar ese lugar que nos hizo sentir una verdad que estábamos buscando y que sin darnos cuenta la encontramos allí. En el caso contrario, ponemos signos de interrogación porque estamos en desacuerdo con lo que se expone. Ningún camino se recorre y se deja en blanco, tampoco nosotros caminamos por un libro y quedamos igual.

Otro problema —para mí, el problema— al ubicar los libros, es que, al momento de ir en busca de una nueva lectura, queremos que sean ellos quienes nos escojan a nosotros. Hay una verdad que callamos los lectores: aun sin terminar el libro que estamos leyendo, ya estamos pensando en el próximo que leeremos. Nos invade el temor de ese momento, porque desconocemos el espíritu nuestro para ese entonces. Ubicamos a la Ilíada en una parte alta, porque sospechamos que ese no será el próximo y ponemos un poco más a la mano el que creemos que será. Lo asombroso es que sucede precisamente lo contrario. Nos ponemos rectos frente la biblioteca y se asoma como un demiurgo aquel libro que está listo para la conversación, ese es exactamente el punto en el que todos somos vulnerables.

De ahí que un lector siempre tenga libros sin leer, lo mismo pasa en las librerías: llegas al lugar, encuentras ese libro que en algún momento estuviste buscando pero que no lo habías podido conseguir, preguntas al librero el precio, mientras te responde piensas en todos los libros que tienes pendientes por leer, abres la primera página para sentir el vínculo, llegan los suspiros y la conclusión: ¡Este libro hay que tenerlo! ¿Cómo resistirnos ante ese encuentro sublime que habita entre un lector y su libro añorado? ¿Es más profunda la culpa cuando nos abandonamos a un deseo o cuando nos resistimos a él?

Algo semejante expresa Roberto Calasso, porque los libros nos buscan hasta que nos encuentran: “Hay títulos que uno ha evitado durante años y años, viéndolos reaparecer cada tanto. Llega un día en que, sin razón aparente, nos aventuramos a comprar el libro. Finalmente, uno lo abre y descubre que es del todo distinto de lo que habíamos pensado. O bien se constata que es como si ya lo hubiéramos leído y entonces la razones para evitarlo eran incuestionablemente sólidas”.

Que juzgue cada quien, pero si hay algo de gran dificultad en la vida —y además placentero— es organizar una biblioteca. Cada uno se desvela a su manera, a mí me asalta el sueño a media noche al no recordar si todos los libros me quedaron girados para el mismo lomo o si quedaron en sentido contrario.

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