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El empresario informático y fundador de Microsoft, Bill Gates, acaba de publicar su libro ‘Cómo evitar un desastre climático’, donde comparte algunas soluciones que dispone la humanidad actualmente para remediar el impacto nocivo en el medioambiente. | Foto: Foto: Afp

CAMBIO CLIMÁTICO

Cinco preguntas sobre el clima, lea un adelanto del nuevo libro de Bill Gates

Es este fragmento de su libro, el filántropo expone cinco puntos importantes a considerar para controlar los efectos del cambio climático.

28 de febrero de 2021 Por:  Bill Gates, especial para Gaceta

Cuando empecé a documentarme acerca del cambio climático, no dejaba de toparme con datos que me resultaban difíciles de digerir. Para empezar, las cifras eran tan desorbitadas que costaba visualizarlas. ¿Quién puede hacerse una idea de lo que son 51.000 millones de toneladas de gas?

Otro problema era que los datos con que me encontraba a menudo aparecían desprovistos de contexto. Un artículo afirmaba que un programa de intercambio de emisiones de Europa había reducido la huella de carbono del sector aeronáutico en 17 millones de toneladas al año. Sin duda parece mucho, pero ¿lo es en realidad? ¿Qué porcentaje del total representa? El artículo no lo especificaba. Las omisiones de esa clase eran sorprendentemente habituales.

Con el tiempo, desarrollé un esquema mental para asimilar lo que estaba aprendiendo. Esto me dotó de cierta intuición para saber si una cantidad era grande o pequeña, y cómo de caras podían ser las cosas. Me ayudó a identificar las ideas más prometedoras. He descubierto que este enfoque sirve para iniciarme en casi cualquier tema: primero intento formarme una idea general, lo que me proporciona un contexto en el que interpretar los datos nuevos. Además, hace que me resulte más sencillo recordarlos.

Sigo encontrando muy útil el esquema de cinco preguntas que se me ocurrió, tanto si estoy escuchando la propuesta de inversión de una empresa energética como charlando con un amigo durante una barbacoa en el jardín. Tal vez en un futuro próximo leerás un editorial que proponga alguna solución al problema del clima; sin duda oirás a políticos anunciar a bombo y platillo sus planes para luchar contra el cambio climático. Se trata de cuestiones complejas que se prestan a confusión. Este esquema te ayudará a separar el grano de la paja.

1. ¿De qué parte de los 51.000 millones de toneladas estamos hablando?

Cada vez que leo un texto que menciona cierta cantidad de gases de efecto invernadero, echo unas cuentas rápidas para convertirla en un porcentaje del total anual de 51.000 millones de toneladas.

Para mí, tiene más sentido que otras comparaciones, como «tantas toneladas equivalen a retirar un coche de la circulación». ¿Quién sabe cuántos coches hay en circulación, para empezar, o cuántos hay que retirar para combatir el cambio climático?

Prefiero relacionarlo todo con el objetivo principal de dejar de emitir 51.000 millones de toneladas al año. Analicemos el ejemplo que he puesto al principio de este capítulo, el programa aeronáutico que está eliminando 17 millones de toneladas al año. Si lo dividimos entre 51.000 millones y calculamos el porcentaje que representa, vemos que se trata de una reducción del 0,03 por ciento de las emisiones mundiales anuales. ¿Podemos considerar esto una contribución significativa? Depende de la respuesta a esta pregunta: ¿es probable que el porcentaje aumente o permanecerá igual? Una cosa es que este programa empiece por suprimir 17 millones de toneladas pero tenga el potencial de reducir las emisiones en una cifra mucho mayor, y otra cosa muy distinta es que se estanque para siempre en 17 millones.

Por desgracia, la respuesta no siempre es obvia (no lo era para mí cuando leí el artículo sobre el programa aeronáutico). No obstante, se trata de una pregunta importante.

En Breakthrough Energy solo financiamos tecnologías capaces de eliminar al menos 500 millones de toneladas al año si se implementan en su totalidad de forma eficaz. Eso vendría a ser el 1 por ciento de las emisiones mundiales. Las tecnologías que jamás conseguirán superar ese 1 por ciento no deberían competir por los limitados recursos con que contamos para alcanzar la meta del cero.

Puede haber otras buenas razones para apoyarlas, pero la reducción significativa de emisiones no es una de ellas.

Por cierto, es posible que te hayas encontrado con referencias a gigatoneladas de gases de efecto invernadero. Una gigatonelada son mil millones (o 109, para quien prefiera la notación científica) de toneladas. Me parece que la mayoría de la gente no se hace una idea intuitiva de lo que supone una gigatonelada de gas. Además, suena más sencillo eliminar 51 gigatoneladas que 51.000 millones, aunque sean lo mismo. Así que continuaré hablando de miles de millones de toneladas.

Sugerencia: cada vez que veas una cantidad de gases expresada en toneladas, conviértela a un porcentaje de 51.000 millones, que es el total de emisiones anuales en la actualidad (en equivalentes de dióxido de carbono).

2. ¿Qué planeas hacer con el cemento?

Si hablamos de un plan exhaustivo para afrontar el cambio climático, debemos contemplar todo aquello que hacemos los humanos y que provoca emisiones de gases de efecto invernadero. Cosas como la electricidad y los coches atraen mucha atención, pero no son más que la punta del iceberg. Los turismos representan menos de la mitad de las emisiones derivadas del transporte, que a su vez constituyen el 16 por ciento de las emisiones totales.

Entretanto, la producción de acero y cemento por sí sola suma cerca del 10 por ciento de todas las emisiones. La pregunta «¿Qué planeas hacer con el cemento?» no es más que un recordatorio abreviado de que si alguien intenta formular un plan exhaustivo contra el cambio climático, debe considerar muchas otras cosas aparte de la electricidad y los coches.

He aquí un desglose de todas las actividades humanas que producen gases de efecto invernadero. No todo el mundo las divide exactamente en las mismas categorías, pero este es el análisis que me ha parecido más ilustrativo, y también el que utiliza el equipo
de Breakthrough Energy. Estos porcentajes representan emisiones de gases de efecto invernadero globales. Cuando se clasifican emisiones a partir de fuentes distintas, una de las decisiones que hay que tomar es cómo contabilizar los productos que generan emisiones tanto durante su fabricación como durante su uso. Por ejemplo, liberamos gases de efecto invernadero cuando refinamos el petróleo para obtener gasolina, y también después, cuando la quemamos. En este libro he incluido todas las emisiones derivadas de la producción en la categoría «Cómo fabricamos cosas», y todas las emisiones derivadas de su utilización en sus respectivas categorías. El refinado, por ejemplo, se clasifica bajo «Cómo fabricamos cosas», y la quema de gasolina, bajo «Cómo nos desplazamos». Lo mismo ocurre con coches, aviones y barcos. El acero de que están hechos se incluye en la categoría «Cómo fabricamos cosas», y las emisiones procedentes del carburante que queman, en «Cómo nos desplazamos».

Para eliminar las emisiones, hay que llegar al cero en cada una de estas categorías:

¿Cuánto gas de efecto invernadero emitimos con cada cosa que hacemos?
—Fabricar (cemento, acero, plástico) 31%
—Consumir energía (electricidad) 27%
—Cultivar y criar (plantas, animales) 19%
—Desplazarnos (aviones, camiones, cargueros) 16%
—Calentar o enfriar (calefacción, aire acondicionado, refrigeración) 7%

Tal vez te sorprenda descubrir que la producción de electricidad representa poco más de la cuarta parte de todas las emisiones. Por lo menos yo me quedé descolocado cuando me enteré. Como casi todos los artículos que leía sobre el cambio climático se centraban en la generación de electricidad, suponía que era la principal responsable.

La buena noticia es que, aunque la electricidad constituye solo el 27 por ciento del problema, podría representar más del 27 por ciento de la solución. La electricidad limpia nos permitiría usar cada vez menos hidrocarburos como combustible (y, por tanto, emitir menos dióxido de carbono). Pensemos en los coches y autobuses eléctricos; los sistemas eléctricos de calefacción y refrigeración de hogares y oficinas; en industrias que empleen electricidad en lugar de gas natural para fabricar sus productos. Por sí sola, la electricidad limpia no nos conducirá hasta la meta del cero, pero supondrá un paso fundamental.

Sugerencia: recuerda que las emisiones proceden de cinco actividades distintas y que necesitamos soluciones para todas ellas.

3. ¿De cuánta energía estamos hablando?

Esta pregunta surge sobre todo al leer artículos sobre la electricidad. Por ejemplo, es posible que alguno asegure que una central eléctrica nueva generará 500 megavatios. ¿Eso es mucho? Y, por cierto, ¿qué es un megavatio?

Un megavatio es un millón de vatios, y un vatio equivale a un julio por segundo. Para lo que nos ocupa, basta saber que el julio es una unidad de energía. Lo importante es que recuerdes que un vatio es una unidad de energía por segundo. Planteémoslo así: si estuviéramos midiendo el flujo del agua que sale del grifo de la cocina, podríamos contar el número de vasos que llena por segundo. Para calcular la potencia, hacemos algo parecido, pero midiendo el flujo de energía y no el del agua. Los vatios son análogos a los «vasos por segundo».

Un vatio es una unidad minúscula. Una bombilla incandescente pequeña consume unos 40 vatios. Un secador de pelo, 1.500 vatios. Una central eléctrica puede generar cientos de millones de vatios. La más grande del mundo, la de la presa de las Tres Gargantas, en China, produce hasta 22.000 millones de vatios. (No olvidemos que la definición de vatio ya incluye la expresión «por segundo», por lo que no existen los vatios por segundo o por hora. Son vatios a secas).

Como estas cifras aumentan con rapidez, conviene añadir prefijos para abreviarlas. Un kilovatio equivale a mil vatios; un megavatio, a un millón de vatios; y un gigavatio, a mil millones de vatios. Los medios emplean a menudo estas formas abreviadas, así que yo las utilizaré también.

Las siguientes comparaciones me ayudan a verlo más claro:

¿Cuánta potencia consume...?
—El mundo 5.000 gigavatios
—Estados Unidos 1.000 gigavatios
—Una ciudad mediana 1 gigavatio
—Una población pequeña 1 megavatio
—Un hogar estadounidense medio 1 kilovatio

Por supuesto, en cada una de estas categorías se producen variaciones considerables a lo largo del día y del año. Algunos hogares consumen mucha más electricidad que otros. La ciudad de Nueva York funciona con algo más de 12 gigavatios, dependiendo de la estación; Tokio, con una población más numerosa, necesita cerca de 23 gigavatios en promedio, aunque en verano, durante los picos de consumo, la demanda puede llegar a más de 50 gigavatios.

Así pues, pongamos que deseas suministrar electricidad a una ciudad mediana que requiere un gigavatio. ¿Bastaría con que construyeras una central de un gigavatio para garantizar a la población toda la energía eléctrica que necesita? No necesariamente. La respuesta depende de cuál sea la fuente de esa energía, porque algunas son más intermitentes que otras. Las centrales nucleares permanecen en funcionamiento las veinticuatro horas del día y solo cierran por mantenimiento o recarga de combustible. En cambio, como el viento no siempre sopla y el sol no siempre brilla, la capacidad efectiva de los parques eólicos o solares puede ser del 30 por ciento o menos. En promedio, producirán el 30 por ciento de los gigavatios que necesitas, lo que significa que deberás complementarlas con otras fuentes para obtener un gigavatio de forma fiable.

Sugerencia: cada vez que oigas la palabra «kilovatio» piensa en «casa». Cuando oigas «gigavatio», piensa en «ciudad». Si se mencionan cien gigavatios o más, piensa en «país grande».

4. ¿Cuánto espacio necesitarás?

Algunas fuentes de energía ocupan más espacio que otras. Esto es importante por una razón obvia: los terrenos y el agua disponibles son limitados. La cuestión del espacio no es ni mucho menos la única que hay que considerar, por supuesto, pero tiene su relevancia, y deberíamos hablar de ella más a menudo.

La medida clave en este caso es la densidad de potencia. Indica la potencia que se obtiene de fuentes distintas por extensión de tierra (o agua, si se trata de turbinas eólicas instaladas en el mar). Se expresa en vatios por metro cuadrado. A continuación, unos ejemplos:

¿Cuánta potencia generamos por metro cuadrado?
Fuente de energía y vatios por metro cuadrado:
—Combustibles fósiles: 500-10.000
—Nuclear: 500-1.000
—Solar: 5-20 (En teoría la energía solar, su densidad de potencia puede llegar a ser de hasta 100 vatios por metro cuadrado, pero nadie lo ha conseguido aún).
—Hidráulica (presas): 5-50
—Eólica: 1-2
—Leña y otras biomasas: menos de 1

Nótese que la densidad de potencia de la energía solar es considerablemente más alta que la de la eólica. Si se quiere aprovechar el viento en lugar del sol, se requiere una superficie mucho más grande, siempre que no intervengan otros factores. Eso no significa que la energía eólica sea mala y la solar buena; significa que cada una tiene requisitos distintos que hay que debatir también.

Sugerencia: si alguien te dice que alguna fuente de energía (eólica, solar, nuclear o la que sea) puede abastecer al mundo de toda la energía que necesita, averigua cuánto espacio hará falta para generarla.

5. ¿Cuánto costará?

La razón por la que el mundo emite tantos gases de efecto invernadero es que las tecnologías energéticas actuales son, con diferencia, las más baratas disponibles (sin tener en cuenta los perjuicios a largo plazo que ocasionan). Así pues, lograr que nuestra mastodóntica economía energética abandone las tecnologías «sucias» y emisoras de carbono en beneficio de las tecnologías de cero emisiones conllevará un coste.

Pero ¿qué coste? En algunos casos podemos calcular la diferencia de forma directa. Si existe una versión sucia y otra limpia de lo mismo, basta con comparar los precios.

La mayoría de estas soluciones neutras en carbono son más caras que sus equivalentes basados en combustibles fósiles. En parte, esto se debe a que los precios de los combustibles fósiles no reflejan los daños medioambientales que causan, por lo que parecen más baratos que la alternativa. (En el capítulo 10 retomaremos el tema de la dificultad de calcular el coste del carbono.) Yo llamo a estos costes adicionales «primas verdes». Al respecto he consultado a muchas personas respecto a la prima verde, entre ellas a varios expertos de Rhodium Group, Evolved Energy Research y al climatólogo Ken Caldeira. Si deseas más información sobre cómo se calcularon las primas verdes para este libro, visita breakthroughenergy.org.

Cada vez que mantengo una conversación sobre el cambio climático, las primas verdes no dejan de rondarme la cabeza. Como este concepto reaparecerá en los capítulos siguientes, quiero dedicar un momento a explicar qué significa.

No existe una sola prima verde. Hay muchas: para la electricidad, para los diversos carburantes, para el cemento, etcétera. La magnitud de la prima verde depende de lo que se sustituye y de aquello por lo que se sustituye. El coste del combustible para aviones neutro en carbono no es el mismo que el de la electricidad producida a partir de energía solar. He aquí un ejemplo de cómo funcionan las primas verdes en la práctica.

El precio medio de venta al público del combustible de aviación en Estados Unidos en los últimos años ha sido de 58 centavos de dólar por litro. Los biocombustibles avanzados para aviones cuestan en promedio 1,41 dólares por litro (cuando están disponibles).

Por consiguiente, la prima verde para el combustible neutro en carbono es la diferencia entre estos dos precios, es decir, 83 centavos. Eso supone una prima de más del 140 por ciento (lo explicaré con más detalle en el capítulo 7).

En casos excepcionales, la prima verde puede ser negativa; en otras palabras, es posible que adoptar una tecnología verde resulte más barato que continuar usando combustibles fósiles. Por ejemplo, según donde vivas, quizá ahorres si reemplazas la caldera de gas natural y el aire acondicionado por una bomba de calor eléctrica. En Oakland, esto reduciría en un 14 por ciento tus gastos de climatización, mientras que en Houston el ahorro ascendería al 17 por ciento.

Cabría imaginar que una tecnología con una prima verde negativa ya se habría adoptado en todo el mundo. En líneas generales, así es, pero existe un desfase entre la aparición de una nueva tecnología y su implementación (sobre todo en cosas como las calderas domésticas, que no se cambian muy a menudo).

Una vez calculadas las primas verdes para todas las opciones neutras en carbono, se puede empezar a hablar en serio de si los sacrificios valen la pena o no. ¿Cuánto estamos dispuestos a pagar por abrazar las alternativas verdes? ¿Compraremos biocombustibles avanzados a un precio dos veces superior al del combustible para aviones? ¿Compraremos cemento verde, que cuesta el doble que el normal?

Por cierto, cuando pregunto «¿Cuánto estamos dispuestos a pagar?» me refiero a «nosotros» a una escala global. No se trata solo de lo que los estadounidenses o europeos podamos permitirnos. No cuesta imaginar primas verdes lo bastante elevadas como para
que Estados Unidos esté dispuesto a pagarlas y en condiciones de pagarlas, pero India, China, Nigeria y México, no. Necesitamos primas tan bajas que permitan descarbonizarse a todo el mundo.

Hay que reconocer que las primas verdes son un blanco móvil. A la hora de calcularlas se dan muchas cosas por sentadas; al escribir este libro, he aceptado las que me parecían razonables, pero otras personas bien informadas podrían partir de supuestos distintos y llegar a resultados distintos. Más importante que los precios concretos es saber si una tecnología verde determinada es casi tan barata como su equivalente en combustibles fósiles y, para los casos en que no lo es, pensar en cómo la innovación puede reducir su
precio.

Espero que las primas verdes que menciono en este libro den pie a una discusión más a fondo sobre la cuestión de los costes que acarreará la transición hacia el cero. Espero también que otras personas hagan sus propios cálculos de las primas, y me alegraría
mucho descubrir que algunas no son tan altas como yo pensaba.

Las que he calculado en este libro constituyen una herramienta imperfecta para comparar costes, pero mejor eso que nada. En particular, las primas verdes son un instrumento estupendo para tomar decisiones. Nos ayudan a hacer un uso óptimo de nuestro tiempo, atención y dinero. Tras estudiar las distintas primas, podemos decidir qué soluciones neutras en carbono debemos implementar ya y en qué campos debemos buscar avances porque las alternativas limpias no son lo bastante económicas. Nos ayudan a
responder a preguntas como estas:

¿Qué opciones neutras en carbono deberíamos implementar ya?
Respuesta: las que tengan una prima verde baja o nula. Si no estamos poniendo ya en práctica estas soluciones, es señal de que el coste no es el impedimento. Otro factor —como una política pública caduca o la falta de concienciación— nos impide desplegarlas a gran escala.

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