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Traición a la patria

Nixon gana la Presidencia, escala la guerra en lugar de terminarla, pero cuando se presenta a la reelección en 1972, revive el fantasma de las grabaciones y da orden de que sean encontradas y destruidas.

27 de julio de 2018 Por: Redacción de El País 

Lo que viene a saberse después de tanto tiempo. Entre las más notorias víctimas de la guerra del Vietnam está Lyndon B. Johnson, presidente de Estados Unidos. La impopularidad generada por la guerra, que se prolonga y se escala desde tiempos de Kennedy, lo lleva a renunciar a la reelección en 1968. Como candidato demócrata es elegido Hubert Humphrey su vicepresidente para oponerse a Richard Nixon, candidato republicano, quien enarbola la bandera de una retirada honrosa y rápida. Hasta allí todo muy bien.

Sólo que Nixon, quien es un político sin escrúpulos, comprende que su triunfo depende de que no haya acuerdo de paz antes de las elecciones y para lograr ese objetivo perverso que va a costar muchas vidas, decide sabotear las conversaciones que se llevan a cabo en París, convenciendo al presidente de Vietnam del Sur Nguyen Van Thieu, de no sentarse a la mesa de negociaciones para dilatar el proceso.

Y resulta que la CIA ha puesto micrófonos en la oficina de Van Thieu, ilegalmente, y la conversación grabada es remitida al propio presidente Johnson. Como en la Oficina Oval también hay micrófonos que graban todas las conversaciones, hoy puede oírse la voz de Johnson, un político curtido que habla con la rudeza de un camionero, cuando le dice a Robert Mcnamara, su secretario de Defensa, que esa es la prueba de un acto de traición a la patria, como efectivamente lo era: un candidato presidencial hablando con un presidente extranjero de un país en guerra para prolongarla en contra de los intereses de su propio país.

Hay dos versiones sobre lo que sucedió después. Bill Clinton recoge en sus memorias la versión de que Johnson le entregó las grabaciones a Humphrey y que éste, quien perdió la presidencia por escaso margen, no quiso utilizarlas por temor a que tuvieran un efecto contraproducente. La otra, que recoge el actual documental de Netflix sobre la guerra, donde se pueden escuchar las grabaciones, es que Johnson no se atrevió a divulgarlas por haber sido obtenidas ilegalmente. Nixon que se enteraba de todo llama al Presidente y le dice que lo que se rumora sobre sus contactos con Van Thieu es falso a lo que Johnson, que sabe que le está mintiendo, le dice que confía plenamente en él. Y queda grabado.

Nixon gana la Presidencia, escala la guerra en lugar de terminarla, pero cuando se presenta a la reelección en 1972, revive el fantasma de las grabaciones y da orden de que sean encontradas y destruidas. Clinton dice en sus memorias que el hecho de haberse salido con la suya la primera vez le dio patente de corso para seguir cometiendo acciones ilegales. Cuando se produce el escándalo de los Papeles del Pentágono, que pueden afectar su reelección, da orden de desprestigiar a Daniel Ellsberg, el funcionario del Pentágono que los ha publicado, y aprueba la incursión en las oficinas del Partido Demócrata en Watergate, para conocer lo que allí sucede. Una enorme estupidez, porque es reelegido frente a George Mcgovern por un amplísimo margen.

Y todo queda grabado. Nixon, quien también habla como camionero, da toda clase de órdenes ilegales que una vez conocidas lo van a llevar a renunciar para evitar la destitución. En la famosa entrevista a David Frost, luego de reconocer que sí sabía, añade que nada de lo que haga un presidente en defensa de su país es ilegal (The King can do no wrong). En todas partes se cuecen habas.

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