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¡Sin palabras!

El silencio cae, pero se sienten los ecos de las voces, el murmullo de miles de personas, el compás de los aplausos, las carcajadas, el aliento contenido y la respiración cortada al escuchar el palpitar del dolor de nuestra historia.

10 de septiembre de 2018 Por: Redacción de El País - Colprensa 

No las encuentro. Todas me parecen clichés, incapaces de abarcar las emociones que me atropellan después de esta semana de libros, conversatorios y debates. Después de esta orgía de palabras que inundan el alma de luz, abren nuevos horizontes y cuestionan -algunas como latigazos fuertes, otras cantarinas-. Todas poderosas, peligrosas, porque se quedan incrustadas muy adentro, en esos recovecos misteriosos de la mente, esos rincones que albergan los sueños, las pesadillas, desatan pasiones, tocan fibras íntimas, remueven y escarban nuestro interior. Se cuelan sigilosas y se quedan en esos sitios a los cuales jamás llegará un bisturí, convirtiéndose en esencia intangible del propio yo.

No tengo palabras para agradecer el milagro logrado por María Fernanda Penilla con su equipo de la Biblioteca Departamental y Catalina Villa, ambas tejedoras de esta sutil y compleja telaraña de armar paso a paso, idea tras idea, la filigrana delicada, frágil y poderosa del Festival de Literatura Oiga, Mire, Lea.

Golpe a golpe. Verso a verso. Letra a letra, hasta formar el abanico completo de escritores, poetas, historiadores, ilustradores, cuenteros y formar ese arco iris que enaltece a Cali y al Valle, devolviéndole año tras año ese título de capital cultural de Colombia.

Escribo esta columna el domingo por la noche. Ya se cerró el telón. Los escritores siguieron sus rumbos a otros países. La quietud regresa a esos espacios acogedores y amplios de la biblioteca.

El silencio cae, pero se sienten los ecos de las voces, el murmullo de miles de personas, el compás de los aplausos, las carcajadas, el aliento contenido y la respiración cortada al escuchar el palpitar del dolor de nuestra historia.

Difícil de olvidar esas palabras escritas por mentes privilegiadas. Juan José Millas, Marta Sanz, Valter Hugo Mae, Juan Gabriel Vásquez, Francisco de Roux, Alejandro Gaviria, Juliana Muñoz Toro, Jorge Orlando Melo, Paula Alejandra Gómez, Leila Guerreiro... Además de las intervenciones inteligentes y agudas de Diego Martínez Lloreda, Victor Diusabá, Julio César Londoño, Jerónimo Pizarro...

Las anécdotas y estupores de los que visitaban por primera vez Cali, esta ciudad tan particular donde se mezclan las razas, los ritmos, los árboles frondosos, las invasiones, la pobreza, las narcocasas, las funerarias enormes sin muertos, el Bulevar con sus salidas de emergencia al aire libre, los mendigos de la Plaza de Cayzedo, la Nacional como única librería, los aborrajados y el champús, la arquitectura caótica, el calor y la brisa vespertina. Tantas cosas que los locales no vemos y que sorprenden al foráneo, pero sobre todo ese calor humano que nos vuelve tan especiales y que se llevan todos los que vienen en el corazón.

En el mío se quedaron para siempre incrustados Juan José, Valter Hugo, Leila, Marta. Sus libros. Sus comentarios. Su magia. Sus neuronas desbordadas que impregnan las hojas en blanco y nos llegan como dardos al alma.

A ellos, ¡gracias por venir a regalarnos este pentagrama de palabras que nos sacuden y nos llevan a soñar de nuevo!

Definitivamente, no tengo palabras. Se me incrustaron y no quieren salir. Gracias. Oiga, Mire, Lea, ¡hasta el próximo septiembre! ¡Ya casi! Estoy convertida en una sopa de letras que saltan, salpican, alimentan y atrancan. ¡Estoy feliz!

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