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Duque

Iván Duque es un tipo juicioso, inteligente y buena persona. Fue santista y se volvió uribista. Tiene 42 años y la posibilidad innegable de convertirse en el próximo Presidente de Colombia.

4 de junio de 2018 Por: Redacción de El País  

Iván Duque es un tipo juicioso, inteligente y buena persona. Fue santista y se volvió uribista. Tiene 42 años y la posibilidad innegable de convertirse en el próximo Presidente de Colombia. Es joven pero ha perdido frescura -¡cómo no!- si apenas le vieron reales posibilidades de llegar a la Casa de Nariño, un montón de políticos oxidados se le pegaron como rémoras a ver si se reencauchaban, con tanta suerte -para ellos, no para el país- que lo lograron. Y como para gobernar es necesario ganar elecciones, Duque recibió esos adeptos.

Desde la óptica de la politiquería, que lastimosamente se requiere a veces -no siempre-, para ganar es entendible la presencia de tantos Alejandros Ordóñez en su campaña. Finalmente le ganó a políticos de la vieja guardia como Óscar Iván Zuluaga, Carlos Holmes Trujillo y hasta Martha Lucía Ramírez. Se puede criticar su falta de experiencia en el sector público, su juventud, su paso del santismo al uribismo, la presencia de Viviane Morales en su campaña y ese largo etcétera que despierta el modelo de país que narran quienes lo rodean, pero algo tiene que haber hecho muy bien en la vida para llegar a donde hoy está.

Pero no puede olvidar que de 19 millones de colombianos que votaron en la primera vuelta, si bien 7,5 millones lo hicieron por él, hay un país enorme que no lo apoyó: el que votó por Petro, Fajardo y De la Calle. O sea, casi 10 millones de personas.

Esos votos, con excepción a los de Petro, se dividirán entre Petro y el voto en blanco. Pero son un indicador tremendo del descontento generalizado de una gran parte de esta nación, hastiada de la política tradicional, que pide a gritos un cambio y Duque debe entenderlo.

Si él gana la presidencia, tendrá que ser tan astuto, comprensivo y generoso como el momento de la historia lo exige. Tendrá que entender que los derechos de las minorías, que con tanto esfuerzo el país ha logrado respetar, no pueden ser vulnerados. Deberá sacudirse esas larvas que ensucian su juventud, que lo untan de politiquería y que lo embriagan de un pasado denso, castrador e irrespetuoso que no pudo mirar ni construir una patria para el futuro.

Duque tendrá que decidir si nos regresa a una Colombia en guerra porque, aceptémoslo o no, es innegable que hoy hay menos muertos y más posibilidades de construir un país en paz que cuando muchos de quienes lo rodean trataron de sentarse a dialogar con las Farc.

Que no olvide que todos los presidentes de Colombia han tratado de hacer lo que Juan Manuel Santos hizo, desmovilizar a las Farc, y por eso le dieron un premio Nobel. Todos -incluidos Uribe, Pastrana y Gaviria que hoy acompañan su carrera presidencial- trataron de hacerlo.
Ninguno pudo. Duque, si gana, heredará ese reto pero también ese gran camino ya tan pavimentado como nunca antes en la historia.

Parece éste ser el momento de Iván Duque, la oportunidad más importante de su vida para mostrar grandeza y valentía como la que tuvieron todos esos políticos estadounidenses, desde George Washington hasta Barack Obama pasando por Kennedy, que él tanto ha estudiado y tanto ha admirado. Mucha suerte y mucha grandeza. Lo que está en juego es la diferencia entre la vida y la muerte de miles de colombianos.

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