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Salvados por la fe

Un jugador de fútbol famoso por sus goles a la disciplina; un ex policía corrupto; un ex pandillero que caminó por el mundo del narcotráfico. Tres historias de hombres que se encontraron con Dios y cambiaron sus destinos. Crónicas sobre el poder de la fe en un mundo con sed de espiritualidad.

24 de octubre de 2010 Por: Santiago Cruz Hoyos | Unidad de crónicas y reportajes

Un jugador de fútbol famoso por sus goles a la disciplina; un ex policía corrupto; un ex pandillero que caminó por el mundo del narcotráfico. Tres historias de hombres que se encontraron con Dios y cambiaron sus destinos. Crónicas sobre el poder de la fe en un mundo con sed de espiritualidad.

I La tentaciónLa tentación le llegó a Rafael G. en forma de fajos de billetes. La cifra que le ofrecieron no era nada despreciable: $200 millones. Se los entregaban en efectivo y de un solo envión con una condición: que volviera a trabajar para un narco. Rafael G. recuerda que ese día estaba urgido de dinero. Tenía una obligación con un banco. Pero jamás se le pasó por la cabeza aceptar la propuesta. “Usted puede poner delante de mí las maletas que quiera y llenas de dólares, pero yo a ese mundo no vuelvo”, le dijo al tipo que le ofreció el tesoro. Mientras narra aquel recuerdo Rafael G. llora. Está sentado en un escritorio de la iglesia cristiana que dirige, al sur de Cali. Lleva una barba de tres días, abdomen abultado, camiseta morada, jeans oscuros, tenis. Calla un segundo mientras se seca las lágrimas con un pañuelo. Verlo llorar como un niño no encaja con su pasado, no encaja con lo que fue hasta hace 15 años: un hombre de guerra. Su trasegar por el mundo del delito empezó cuando tenía 13 años (ahora tiene 43). Todo comenzó en Palmira, la ciudad donde nació, cuando unos hombres intentaron robar y violar a su mamá en una cancha de fútbol. No pudieron, pero la dejaron con el rostro reventado y los pómulos morados. Rafael G. vio a su madre con los vestidos rasgados y se llenó de rabia. Se imaginó destrozando al verdugo. Después pensó en exhibir su cabeza en el horizontal de uno de los arcos de la cancha, como trofeo. Pero nunca pudo cazarlo. Entonces se juró que iba a ser policía, “para asesinar a los ladrones y violadores que pudiera”. Lo hizo. Llegó a ser policía y mató a ladrones a quienes pudo capturar. No se acuerda cuántos, pero sí que eran muchos. Los mató mientras robaban bancos, gente en la calle. Después ingresó a la Sijin. Hizo parte de un grupo que se llamó Delitos contra el Patrimonio Económico. Eran los años 80. En la ciudad el narcotráfico dominaba el poder a su antojo. “Por eso había que jugar en el mismo lado”. Si atrapaba un camión con cocaína, negociaba con el capo que enviaba el cargamento para no entregar la ‘mercancía’ a las autoridades. Hasta que salió de la institución. Fue por un operativo en el que resultaron muertos siete asaltantes. “Salí porque eso se volvió un escándalo, no cumplimos los protocolos que se deben cumplir en ese tipo de operaciones”. No revela más detalles. Cuando se quedó sin trabajo, ingresó al narcotráfico. Lo buscaron para que manejara la seguridad de unos capos. Se encargaba de vigilar que los teléfonos de los 'Señores' no estuvieran chuzados. Y manejaba su propio ejército de pistoleros.La suya fue una vida de excesos. Coleccionaba relojes, compraba ropa de marca, andaba en autos de lujo. Tal vez de los pocos vestigios que quedaron de esa vida lo lleva en su muñeca. Se trata de un reloj Tag que le costó $5 millones y puede permanecer dentro en un tanque lleno de agua durante 10 días y quedar intacto. En su muñeca izquierda llegó a ponerse relojes de 20 mil dólares. Una vez pasó siete noches seguidas contando plata del cartel para el que trabajaba. Otra vez acompañó a sus jefes a depositar ofrendas en el Señor de los Milagros de Buga. Eran sobres con miles de dólares. “Ellos pensaban que haciendo esas obras de caridad iban a recibir favores divinos y que sus negocios serían protegidos. Era gente equivocada, ignorante, que no conocía el verdadero Dios”.Mientras estaba en ese mundo reconoce que destruyó a su familia. Cuando él hacía sus “vueltas”, en casa estaban orando por él, preocupados por su vida. Su madre llegó a darle hasta corazones de gallinazo molidos en una cerveza. Dicen que aquel brebaje es poderoso: quien se lo tome, deja el alcohol para siempre. Pero esta vez no hizo efecto “Lo único que me salvó fue Cristo”. La vida narco se acabó. Después de las capturas de los capos y la guerra que se armó entre los carteles, Rafael salió del país. Por su cabeza un enemigo llegó a ofrecer $1.000 millones de pesos. En la soledad del exilio decidió entregarse a Dios. Escribió una carta. La envió a los jefes anunciando su retiro. Lo respetaron. Gracias a su esposa, una mujer que conoció cuando tenía 11 años, se convirtió al cristianismo. Rafael empezó a ir a la iglesia, a leer la Biblia, a presenciar milagros. Era - asegura- el llamado de Dios a la conversión. “He visto muchas sanidades, pero el milagro más grande del que puedo dar fe soy yo. No le puedo explicar cómo, eso hay que sentirlo, pero Dios cambió mi forma de pensar, sanó la ira que tenía y me transformó. Me llenó un vacío. Nunca, ni siquiera cuando más dinero y poder alcancé, estuve satisfecho”. Rafael G ahora es pastor. Termina de secarse las lágrimas. Sigue hablando de la tentación. No haber caído en ella es la prueba inequívoca, asegura, de que su conversión a Dios no es pasajera, no es casual. “El hombre que verdaderamente se convierte a Cristo es aquel que se aleja del mal que causó”. Sus ojos siguen húmedos. II La higuera dio su frutoSe olvidó del balón. En cambió se interesó por lo que el fútbol traía como 'accesorios': fama; dinero; mujeres; amigos pasajeros. Hamlet Mina, el jugador que ha pasado por equipos como América, Cali, Millonarios, Cortuluá, Centauros; Unión Magdalena; Santa Fe, recuerda que un día cualquiera se levantó con plata y con fama y ese mundo lo atrapó. Entonces creyó que era el mismo protagonista de la historia teatral de Shakespeare titulada con su mismo nombre: Hamlet, un príncipe. Empezó a entregarse sin freno a los placeres de la carne. Noche, baile, mujeres, amigos. Pero la pelotita cada vez estaba más lejos, cada vez la relegaba más de su vida. Y él no sabía, “pero cuando la pelota se va, es decir, cuando dejas de jugar, se acaba todo: se van los amigos, las mujeres, la televisión, todo”. De paso, te echan de los equipos. Miguel Marrero, un ex lateral que jugó en el Deportivo Cali, lo llevó a una iglesia cristiana. Eso fue en 1999. Lo llevó a él y a Mayer Candelo, Giovanni Hernández, Bréiner Castillo y otros jugadores. Empezaron a hacer células de oración dentro del equipo. Y ahí Hamlet, dice, encontró paz, “una libertad verdadera”. Pero volvió a sus andanzas. Era más fuerte su deseo de fiesta. La pelotita quedó otra vez en el olvido. Cada vez estaba más lejos de las plantillas titulares que salían a la cancha los domingos. Y mientras sus compañeros jugaban y él veía los partidos por televisión, se fueron sus mujeres, sus amigos, su plata. Fue ahí, cuando todo estaba perdido y a punto de un retiro prematuro del fútbol, cuando se acordó de nuevo de Dios y olvidó eso de creerse príncipe en el mundo. “Llegó un momento en que no me satisfacía nada. Ni el trago, ni las discotecas, no me daban ganas ni de bailar. Era el llamado de Cristo. Entonces volví a él y llenó los vacíos de mi vida”. Después, en su destino, empezaron a verse milagros: volvieron a llamarlo de los equipos; su relación con su familia se fortaleció; aprendió a discernir quiénes eran sus verdaderos amigos. “Todavía tengo errores, porque igual somos carne. Pero mi vida ha ido cambiando y por fin, le puedo decir que los deseos de tragos, mujeres ya no me aquejan. Vivo en el espíritu, en el señor, para ser un ejemplo y testimonio de que Dios sí puede cambiar a las personas”. Hamlet Mina se retira a orar. III El que se humilló ante DiosEn el teléfono está un hombre que pide que se le reserve su nombre, por seguridad. Es pastor. Vive en Ibagué. Y su pasado estuvo marcado por la violencia. Nació en Cali y se crió en los barrios Puerto Nuevo y Puerto Mallarino, en Aguablanca. Ahí fue pandillero. Después ingresó al narcotráfico. Buscaba fama, dinero, poder, placer. Lo obtuvo. “Yo maté a mi papá”, dice de repente. “Lo maté con mi forma de actuar. Cuando empecé a meterme en el mundo de lo ilegal, mi papá comenzó a decirme: no hagas eso, usted nació para otra cosa. Pero yo no escuchaba. Mi papá lloraba, mi mamá también. Estaban pendientes de las noticias para ver si me habían matado. Dejaron de comer. Y seguí delinquiendo, matando a mi papá. Día a día fui el artífice de su muerte. Fui yo el que le puso el fundamento para que él enfermara por la forma de comportarme. Yo pensaba que lo iba a arreglar todo con unos pesos, ofreciéndole dinero. Pero no quería plata. Quería que yo cambiara”.El hombre pide que lo espere un momento. Al fondo se escucha su llanto. Después vuelve al teléfono. Hace otra revelación cruda: en el narcotráfico perdió el amor y el respeto de dos de sus hijos. “Yo me metí en el narcotráfico creyendo que así les iba a dar una vida con todas las comodidades, pero lo que hice fue destruirlos. A mi familia me tocó sacarla de la ciudad porque el mundo se me vino encima, querían asesinarlos. Y hasta estando en la misma ciudad no podía visitarlos. Pasaba dos, tres años sin verlos, sin llamarlos, para protegerlos. Me desconecté de mis hijos perdiendo su amor. Esto me ha costado lágrimas de sangre”.Al igual que Rafael G, el pastor de Ibagué cuenta que en el narcotráfico era el de los encargados de la guerra, del trabajo sucio. Se movía sigiloso en la noche, y con escoltas, para proteger su vida. Aunque era un hombre libre, permanecía con temor, en una especie de cárcel. “Vivía como una rata moviéndose en una alcantarilla”...El narcotráfico le ofreció lo de siempre: lujos, mujeres, dinero, poder. Y era un hombre temido, que despertaba pánico entre los gatilleros que estaban bajo sus órdenes. “Fue como vivir una película, una muy irreal”. Le costó soltar ese mundo. Pero lo hizo. Fue hace cinco años, cuando decidió entregarse a Cristo.La experiencia fue casi mística. El pastor asegura que Dios le habló. Le dijo que lo llamaba para que le sirviera. “Yo no podía creer que él me estuviera llamando a mí, que estuviera llamando a una piltrafa humana como lo que fui. Un hombre que había hecho daño, que había destruido su propia familia. Dañé todo. Y escuchar a Dios diciéndome te amo, no lo podía creer”.Ese hombre asesino que tenía un corazón de piedra, asegura ser un ser transformado por el perdón de Dios. “Cuando un hombre o una mujer se arrepienten de sus malos caminos, se arrepienten de corazón, obtienen el perdón. No importa quién haya sido. Por muy verraco, por muy gallo fino o asesino que crea que haya sido, el que se arrodilla delante de Dios, él lo premia. Yo fui un hombre de maldad. Pero Dios tuvo el poder de cambiar ese destino”. La voz se le vuelve a quebrar. IV La salvaciónNo se trata de una búsqueda humana. Por lo menos, ante la Biblia - lo explica el sacerdote y teólogo Germán Martínez - “toda conversión es iniciativa de Dios. El ejemplo más conocido tiene que ver con Pablo de Tarso: judío fariseo, perseguidor de los creyentes en Cristo, asesino de muchos de ellos y después convertido”.Cuando hay casos de iniciativas humanas de conversión, dice el teólogo, “generalmente se comienza por idolatrar o divinizar lo que no es Dios: el dinero, el sexo, el poder. Cuando todas esas realidades se manifiestan vacías y frustrantes, entonces el ser humano voltea la mirada al Creador”. El padre José González ha visto esos casos. El más reciente lo conoció en su Iglesia, en San Fernando. Se trata de una mujer que durante 30 años fue bruja: leyó el tarot, las cartas, el tabaco. “Y ahora se entrega a Jesús. Su historia refleja lo que está pasando en el mundo: hay sed de Dios”...Esa sed, cree el padre, es lo que explica el porqué en el mundo proliferan las iglesias de toda índole y los libros de superación se venden como arroz. Y esa sed es la que ha permitido a muchas personas cambiar sus vidas gracias a un encuentro casi místico con Jesús, no importa si se haya dado en el catolicismo, en el cristianismo, en algún movimiento espiritual: “Por caminos que Dios sólo conoce, lleva a sus hijos a la salvación”, dice el padre José.

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