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Donde anteriormente se sembraba terror, hoy se siembra paz. Los niños aprenden a valorar y a querer más la tierra gracias a la iniciativa de tener una huerta en su escuela rural, centro más conocido como ‘El Arbolito’. | Foto: Carolina Sterling / especial para El País

SANTANDER DE QUILICHAO

La huerta con la que siembran paz en un colegio de Santander de Quilichao

En la Institución Educativa Agropecuaria Las Aves, en zona rural de Santander de Quilichao, Cauca, el profesor Jorge Campo le apuesta a un nuevo modelo de enseñanza a través de la huerta escolar, con la cual busca recuperar las tradiciones de la comunidad.

2 de noviembre de 2017 Por: Carolina Sterling y Valentina Maza, integrantes de semillero UAO-El País

Rodeado de grandes montañas se encuentra el corregimiento de Mondomo en Santander de Quilichao y al subir la ‘trocha’ por la vía El Turco se comienzan a escuchar las risas de los niños, el sonido que produce el balón al patearlo en la arena y los cánticos de los menores que expresan el dolor que ha vivido esta pequeña comunidad a causa del conflicto armado. Se trata de la Institución Educativa Agropecuaria Las Aves, más conocida como la Escuela Rural El Arbolito.

Uno de los cuatro maestros que se encuentran en esta escuela es el líder y creador de una estrategia innovadora para transformar positivamente la vida de los niños y familias que habitan en este lugar tratando de superar un triste pasado, pues donde anteriormente se sembraba terror, hoy se siembra paz.

“El sistema educativo tradicional no estaba calando en los niños, queríamos que el aprendizaje fuera significativo para que pudieran poner en práctica lo aprendido, así escogimos la huerta escolar”, expresó el profesor y líder Jorge Campo Noguera, quien tuvo la iniciativa de crear una huerta en la escuela ‘El arbolito’.

Para llegar al centro educativo se debe hacer un recorrido de una hora y quince minutos desde el municipio de Jamundí, luego al llegar a Mondomo, se sube una carretera destapada por la vía El Turco en donde se pierde completamente la señal del celular y se comienzan a ver algunas casas construidas en barro y a niños que juegan descalzos.

Al subir la trocha por más de veinte minutos se visualiza al fin la escuela rural en medio de la nada, donde 71 niños toman clases hasta el mediodía y almuerzan en los mismos pupitres donde estudian o incluso, en el suelo, pues no cuentan con un comedor, ya que las ayudas que se les ha brindado han sido pocas.

La vereda ‘El arbolito’ hace 6 años sufrió el conflicto armado y la escuela no fue la excepción, constantes enfrentamientos entre las Farc y el Ejército hicieron que los niños vivieran la guerra con normalidad, haciendo que muchos tuvieran como aspiraciones
- y limitados por las faltas de oportunidades en la región- el deseo de pertenecer a grupos armados (Ejército o Farc).

“No estamos educando niños para la guerra”, decía Jorge con una expresión de tristeza al recordar aquel estudiante que por voluntad propia quiso hacer parte de un grupo armado, pues sus esperanzas por un mejor futuro se habían desvanecido. De ahí surge la necesidad de incentivar a los niños a que vean en la agricultura una posibilidad de llevar una vida digna y borrar de su mente alternativas como el uso de drogas o pertenecer a grupos delincuenciales.

Al llegar a la escuela, los niños expresaron su deseo por cantar. La gran sorpresa fue la letra de sus canciones, las cuales llevan plasmada la violencia que ha vivido el territorio “…Al llegar a casa se dio cuenta de que había muerto su mamá, encima de una mesa una carta encontró, decía: ‘hijo yo te amo con el corazón’…”

Con el deseo de transformar la historia, nació la idea de sembrar un camino diferente y de cosechar un futuro de paz para los niños que habitan esta zona, a través de la huerta, en donde florecen nuevas esperanzas para una mejor calidad de vida.

En los niños se está tratando de rescatar la imagen del campesino para recuperar los valores propios de la comunidad, pues socialmente se piensa que son personas con pocas oportunidades, pero gracias a la huerta, muchos niños expresan el gran deseo de ser agricultores y de querer llevar la siembra a sus casas. De esta manera, Jorge ha demostrado que a través de la enseñanza y el respeto por cuidar la tierra, el agua y el medio ambiente se brinda una mejor educación y se van transformando los sueños de los niños, quienes antes querían cargar fusiles, ahora cargan semillas, regaderas y palas con las que aran la tierra.

“Lo que buscamos con la huerta es que los estudiantes no vean la agricultura como un trabajo, sino como la posibilidad de abastecerse de alimentos para el consumo diario”, expresó la profesora Saida Yalanda.
Los padres de familia, por su parte, al ver la pequeña producción que se hizo el año pasado, han venido apoyando la huerta con sus conocimientos, ya que es una práctica que a futuro se piensa llevar a los hogares.

A través del trabajo que se ha venido desarrollando con padres de familia, estudiantes, profesores y líderes de la comunidad se fue visualizando el trabajo de la huerta y fueron invitados para participar en ‘Líderes solidarios’ por la Fundación Internacional América Solidaria. Debieron entonces realizar un video sobre el manejo que le hacen a la huerta y los propósitos que persiguen a través de ella.

El 14 de agosto pasado, el profesor Jorge Campo recibió la noticia de que el proyecto de la ‘Huerta para la paz’ clasificó entre los 20 ganadores de 435 proyectos de la convocatoria realizada por la mencionada fundación, que trabaja para la superación de la pobreza infantil en América. Se ganaron como premio el derecho de tener una capacitación en Chile sobre gestión de proyectos y liderazgo social. Y por supuesto, fue recibida por el profesor Jorge Campo para que sigan trabajando con la comunidad en proyectos educativos.

A futuro, ‘Huerta para la paz’ tiene como propósito agrandar el espacio para establecer una parcela donde se siembren las plantas medicinales que ancestralmente ha tenido la comunidad para sanar enfermedades y armonizar el cuerpo. Así la huerta se convertirá en lo que los indígenas llaman ‘Tul tradicional’, que combina los saberes de antaño con la dimensión espiritual; recogiendo una gran cosecha de paz, fruto del trabajo que entre maestros, padres de familia y estudiantes están sembrando hoy.

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