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Historia de tres amores que el secuestro no logró matar

Tres parejas cuentan cómo fue su reencuentro luego de vivir años alejados por el secuestro.

20 de junio de 2010 Por: Por Yesid Toro Meléndez | El país

Tres parejas cuentan cómo fue su reencuentro luego de vivir años alejados por el secuestro.

El avión que traía a su esposo hacia la libertad luego de once años, siete meses y trece días de secuestro estaba a punto de aterrizar. María Teresa Paredes se miraba de arriba abajo, sudaba. Le preguntaba a sus buenos amigos, el ex secuestrado Alan Jara y a su esposa Claudia Rujeles, si se veía bonita. ¿Qué dirá ahora que me vea? ¡Es que el tiempo a hecho mella en mí!De repente Alan la miró y le dijo: “no te preocupes Teresa, con la sonrisa en tu rostro y los ojos brillantes que tienes no necesitas maquillaje ni peinado. Esa belleza es más que suficiente”.Minutos después su esposo, el policía que se hizo el general más antiguo de Colombia estando cautivo en las selvas del sur del país, se bajó del avión, la miró y le dijo: “nada, ya”. Luego se dieron ese tierno beso que le dio la vuelta al mundo.Ese día también estaba allí Claudia Rujeles, recordando, viviendo en el alma de su amiga lo que ella misma disfrutó años antes, cuando su esposo, el ex gobernador del Meta Alan Jara, fue liberado. Ambas compartieron el dolor del secuestro, ese que como ellas dicen “hace que uno caiga en cuenta que los años tienen días, los días horas y la horas segundos”. Ese día María Teresa y Claudia se abrazaron en un eterno segundo. Desde la distancia, en Cali, otra mujer estaba espectante al amoroso reencuentro que veía por televisión. Patricia Nieto había vivido lo mismo en febrero de 2009, cuando su amado Sigifredo López, por el que tanto rogó, por el que lloró, al que esperó durante siete interminables años, regresó como el único sobreviviente de una masacre en la que once de sus compañeros de selva, los diputados del Valle, fueron masacrados por las Farc. Esta es la historia de tres mujeres que con estoicismo, fe y esperanza superaron la peor prueba que la vida les puso: el largo secuestro de sus esposos.La llama no se apagóEn sus peores años de enfermedad, el fallecido escritor José Saramago dijo: “nuestra única defensa contra la muerte es el amor”. Y estas tres mujeres y sus esposos sí que saben lo que es aferrase a ese amor para no desfallecer. Como dice Claudia, pensar en sus esposos cada noche, añorar verlos, sentirlos aunque no estuvieran, fue la llama que mantuvo vivo su sentimiento. Y eso también lo sabe muy bien Alan Jara. Durante su cautiverio, asegura, recordar cada día ese 25 de febrero de 1986, cuando cantando rancheras en un bar de Bogotá se hicieron novios, le ayudó a no acabar con ese amor, que considera eterno. “Uno no piensa que va a estar tantos años en cautiverio. Yo me levantaba a diario y con ánimo me decía: ¡esta noche podré estar comiendo en mi casa! En cada momento estaba ansiando a mi esposa, a mis hijos, a la familia. Alimentando ese pensamiento es que uno logra mantener ese amor. Es un sueño repetido durante cada día del cautiverio”. En los años en que el general Mendieta, Alan y Sigifredo estuvieron cautivos, sus esposas no cesaron de esperar su regreso. Claudia, dedicando canciones por la radio: “le mandaba a dedicar el Arroyito, de Fonseca, o la canción de ambos, una llanera, creo que dice - tararea- como no voy a decir que me gustas/ como no voy a decir que a tu lado quiero estar/ si por primera vez siento que un día te miré...”.María Teresa siempre mantuvo la ilusión y la fe en que su esposo iba a regresar. Todas las noches lo recordaba, cada vez que podía le enviaba besos y frases de aliento por la radio, cada momento lo amaba más. “Yo le pedí a Dios que me mantuviera digna para ser una madre y una esposa ejemplar y gracias a Dios me rodeé de personas que me apoyaron”. Patricia Nieto, mientras tanto, alimentó el amor con fe y esperanza “con ese deseo de ver a mi esposo de nuevo en casa, con la ilusión de ver de nuevo a una familia unida”. Y ese deseo se le cumplió, porque Sigifredo llegó con ganas de amarla, de enamorarla de nuevo. Lo de Alan y Claudia fue una fuerza que ambos mantuvieron viva en su alma, pues el suyo es un amor como el de la canción de Jerry Rivera: de esos que quedan ya muy pocos. Claudia recuerda esos inicios como si fuera ayer. “Nos amamos desde jóvenes, nuestras familias eran vecinas y muy muchachos, recién graduados, nos hicimos novios y un año después esposos. Incluso, perdimos un bebé, pero ese dolor nos unió más”. Entre el general Medieta y Alan, quienes llegaron a estar en el mismo campamento de secuestrados, existió la misma compinchería que sus mujeres tuvieron durante la larga espera. “En las ocasiones que podíamos hablar nos contábamos nuestras historias de amor. Por eso, cuando regresé del cautiverio le dije a María Teresa que no se preocupara, que su reencuentro iba a ser bonito porque su esposo estaba muy enamorado”, recuerda Alan. Y quién no recuerda al delgado Sigifredo quien a su regreso habló durante horas en la Plazoleta de San Francisco, luego en los medios y al final, cuando estuvo en su casa, hasta tuvo fuerzas para cantarle a su amada. No todo es color de rosaSin embargo, no todas las historias terminan con un final feliz. En sus acompañamientos a las víctimas del secuestro en Colombia, la organización País Libre ha descubierto que hay muchos amores que el secuestro mata.Olga Lucía Gómez, directora de la fundación, sostiene que en muchos casos tiene que ver la situación en que estaba la relación cuando se produjo el secuestro. “Hay otro factor y es que en la selva muchos no escuchan a sus parejas enviándoles de manera insistente mensajes por la radio. El no escuchar a sus familias afecta sicológicamente al secuestrado. El gran tesoro afectivo que tienen son los recuerdos, y si no escuchan a sus seres queridos esto les genera una depresión y puede hacer que se sientan olvidados”, afirma Lucía Gómez. Algunos casos que el país recuerda son la ruptura de Íngrid Betancourt con su esposo Juan Carlos Lecompte, luego de su rescate en la Operación Jaque. O la separación entre Jorge Eduardo Gechem y su esposa Lucy Artunduaga Vega, quien plasmó el triste final de su relación en un libro que tituló, ‘Amores que el secuestro mata’. Como si fuera la primera vezPara las tres enamoradas de esta historia el título del libro de Lucy se escribe al revés. A ellas el secuestro también les disparó, pero las balas del olvido no les mataron el amor. Sigifredo y Patricia se encontraron con una nueva vida sin hijos pequeños que cuidar. “Ahora el tiempo es más para nosotros. Hay que volver a ser pareja, hay que volverse a gustar, a encontrarnos de nuevo”. Y no es difícil percibir que estos dos enamorados mantienen juntos todo el tiempo: Patricia casi siempre contesta el celular de su esposo y luego lo pasa. Alan y Claudia se miman, hablan, se ríen todo el tiempo. Enamorarse de nuevo no fue mucho trabajo para ellos. Por estos días María Teresa Paredes no se cambia por nadie. “Mi alma ahora está completa, mi corazón renovado. Volví a nacer y ahora dedicaré mi existencia a estar junto a mi marido, a ponerlo lindo, a recuperar el tiempo perdido y envejecer a su lado” . Hasta le dedicó al general una serenata con el mismo Ómar Geles, ese cantante que lo animaba en la espesura con esa canción que él no ha dejado de cantar desde su regreso: quiero saber de ti...

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