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Adiós al Festival Internacional de Música en Cartagena

En diez años del evento, se han ofrecido más de 250 conciertos, 30 % de ellos, gratuitos.

18 de enero de 2016 Por: Alda Mera | Enviada especial a Cartagena

En diez años del evento, se han ofrecido más de 250 conciertos, 30 % de ellos, gratuitos.

Leticia Camargo no ha estudiado música ni tiene claros los conceptos de la clásica, popular o contemporánea. Pero fue de las primeras asistentes al concierto del Colectivo Colombia y del Cuarteto Q-Arte en la iglesia Cristo Rey un populoso sector de Crespo, al norte de Cartagena. Cuando Leticia, quien vive hace 50 años en este barrio cercano al aeropuerto, ve salir al escenario al maestro Antonio Arnedo, saxofón en mano, exclama: “Ah, ese señor toca muy bonito”. Ella ya lo había escuchado la noche anterior en el auditorio Getsemaní del Centro de Convenciones, durante el homenaje al maestro Blas Emilio Atehortúa, pero quiso repetir la dosis. Como ella, más de 200 cartageneros del común se mantuvieron atentos y concentrados, escuchando las versiones de vanguardia de la música colombiana de estos dos cuartetos, el primero clásico, y el segundo de jazz, incluso en aquellos temas que no son tan conocidos. Las ovaciones del público confirmaron que la música no tiene élite, como opina el periodista Eduardo Arias: “La música simplemente llega al corazón o al cerebro y gusta o no gusta, es para sentirla, pero no exige ser un académico para lograrlo. Cosa muy distinta es que haya personas que quieran estudiarla, investigarla y profundizar en ella”. En ese sentido, afirma que el Cartagena Festival Internacional de Música, durante estos diez años ha logrado su cometido inicial principal, que era divulgar en todas las esferas sociales el arte musical y empezar una tarea de formación con los niños de barrios populares, tal como lo está haciendo la Fundación Salvi desde 2007. En el primer aspecto, son muchas las personas que como Leticia, han asistido a los conciertos gratuitos con los artistas invitados al Festival, que han deleitado su oído con sus acordes en barrios como Manga, en el Puerto de Cartagena o en el Instituto Técnico de Pasacaballos, sin contar todos los de la Plaza de San Pedro, en el centro histórico.  “Esto rompe esos paradigmas cretinos de que hay música culta para gente instruida y música popular para personas sin estudio; como tampoco hay música para cachacos ni música para costeños”, reflexiona Arias. Jorge Díaz, otro anciano de Crespo, gusta de ir a los conciertos gratuitos y sin ser músico, se atreve a opinar: “al piano le falta acústica”, dice, refiriéndose a que al cuarteto de Colectivo Colombia casi no se aprecia el teclado de Juan Andrés Ospina, ante la sonoridad de la batería de Jorge Sepúlveda y el saxo de Arnedo. Pero don Jorge también aplaudió tanto las obras poco conocidas, como aquellas con las que el maestro Arnedo puso a bailar a todos los asistentes a ese recinto sagrado con ‘Mi Buenaventura’, de Petronio Álvarez, y ‘El Pescador’, de José Barros, que ovacionaron y lo hicieron salir de nuevo al escenario.  Y de regalo les interpretó ‘La Fiesta en Corraleja’, que pareció prender esa fiesta tradicional cuatro días mientras el auditorio seguía con las palmas y cantaba “Ya llegó el 20 de enero…” de este clásico del Caribe.Un grupo de niños en edad preescolar del deprimido barrio San Francisco de Asís, aquel que se hundió con casas y todo por una falla geológica, asistió con su profesor, y tuvo la oportunidad de ver otro escenario y otras expresiones musicales. “Me gusta”, respondieron en coro. Entre tanto, en el Centro Histórico, nueve chiquillos entre los 6 y los 9 años recibieron su primer diploma en formación musical. Provenientes de barrios marginados como San Francisco de Asís y Lirios del Valle, forman parte de la Fundación Son Notas, donde reciben clases de iniciación musical.  En el Festival tuvieron el privilegio de recibir un taller de lutería con la profesora mexicana Natalia Bastidas, y tras una semana de dinámicas, iban de regreso a casa orgullosos con sus diplomas y cargando bajo el brazo sus violines de colores elaborados por ellos con papel y pintados con témporas.  “Nos enseñaron cómo hacer un violín, las partes del instrumento, las cuerdas”, dice uno de ellos dejando ver sus dientes recién mudados.Su profesora, Luz Ángela Calderón, revela que cada año lleva un grupo distinto a estos talleres. “En el Centro de Convenciones, otro grupo se acaba de graduar en un taller de lutería en maderas. Ellos hicieron tambores alegres, congas, maracas, gaitas”, dice con una sonrisa de satisfacción sobre esta ayuda pedagógica que le facilitará su labor en clase de flauta dulce. Leticia concluye que el Festival sí llega a los barrios y no es elitista como algunos sectores señalan: “Sé que ellos les abren una academia cada año y si se matriculan cien, dos o tres que salen buenos de allí, eso ya es importante, porque les dan la oportunidad de aprender y estas cosas son costosas, incluso una guitarra que es lo más barato que hay”, remata.

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