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Vivir cerca al Estadio, todo un suplicio para vecinos de San Fernando

Quienes viven en cercanías al Pascual están cansados de agresiones, hurtos y el cerramiento de sus calles. Historias de desespero.

16 de noviembre de 2014 Por: Margarita Rosa Silva | Reportera de El País

Quienes viven en cercanías al Pascual están cansados de agresiones, hurtos y el cerramiento de sus calles. Historias de desespero.

En los alrededores del Estadio Pascual Guerrero, hasta el horario de velación de los muertos depende de los partidos. Cuando hay un encuentro futbolístico, la hora en que una familia puede llorar a sus seres queridos debe ser aplazada, o en su defecto, el difunto debe llevarse a otra zona de Cali.Los horarios de clase también dependen del fútbol. Lo mismo las salidas a mercar de la gente, el lugar de parqueo de su vehículo, su hora de llegada, y hasta el color de ropa que pueden usar.No es exageración, explica Carlos Fernando Castro. Su vivienda de dos pisos está justo enfrente de la tribuna Oriental. En los 27 años que lleva ahí, ha abandonado su casa tres veces para venderla, regresando sin haberlo logrado.Carlos hace un recuento: la vez que le robaron la llave del agua en el antejardín; la vez que se le robaron los ‘breckers’ de la luz y lo dejaron sin energía; la vez que se le llevaron el farol que adornaba el frente de la casa; la vez que se treparon en la reja y la zafaron; la vez que cortaron el arbolito del andén; la vez que se le subieron al balcón y se le llevaron una silla y una bicicleta...Él y su esposa se refugian en el fondo de la casa cada vez que hay partido, por miedo de saber lo que sucede en la calle.“Una monedita”Cecilia* dio un brinco cuando escuchó el estruendo a su lado. A través del vidrio de la ventana donde se asomaba, entró una roca que dejó un hueco tan grande como la palma de su mano. Más de diez jóvenes, vestidos con camisetas rojas, acorralaban a tres policías contra la fachada de su casa. Ella quería ayudar, pero con sus 80 años encima, no había caso. Desde su hogar, en la Avenida Roosevelt entre carreras 34 y 36, se ven bandadas de chicos con camisetas del América que se abalanzan sobre los carros para atracarlos en el semáforo. Celulares, relojes, bolsos, lo que encuentren. Por eso cuando hay partido, ella y su esposo de 87 años, deciden no abrir la tienda que tienen en la casa, que les da el sustento. Gilberto*, un comerciante de la misma cuadra, ve con frecuencia un vehículo blanco que provee de drogas a los cerca de 200 jóvenes que se sitúan en la Avenida. También llegan jíbaros en moto, que guardan la mercancía en el casco o en la gorra. Cuando comienzan las riñas, cierra el local. Casi siempre, a las 3:00 p.m., cuatro horas antes de lo habitual.A los chicos se les ve en los alrededores desde las 10:00 a.m., pese a que el partido es en la noche. Y aunque nunca entran al estadio, en esquinas como la de la Calle 5 con Carrera 34 piden “una monedita pa’ la boleta”, como excusa para robar y agredir cuando no les dan nada, cuentan los vendedores del estanco de esa esquina. Lo que recolectan se invierte en marihuana y trago. La Policía los requisa y les quita cuchillos del largo de un brazo. “Pero a veces los dejan ir”, aseguran los del estanco. Algunos, para burlar la requisa, esconden las armas y drogas en los árboles o en las cajas de contadores de agua de las casas.“Una vez pasó un pelado con camiseta del equipo contrario. Lo persiguieron y lo apuñalaron aquí en el local. Lo metimos a un taxi... no sabemos si murió”, cuentan. Son siempre los mismos grupos. A veces van hasta el Parque del Perro y quitan lo que encuentren, para regresar a la Calle 5 a venderlo. En el sector de El Templete sucede algo similar.Víctor, de una mueblería de la zona, recuerda el día en que casi matan a uno de sus trabajadores por tener zapatos rojos. Él logró espantarlos, armado con un palo y algo de coraje. Su empleado renunció. Es una rutina: de 16 residentes y comerciantes entrevistados, 11 aseguran haber presenciado un robo o intento de robo en un día de partido. El resto, conocen casos de vecinos. 4 de esos 16, además, han presenciado un asesinato. Al HUV en cada partido llegan entre 2 y 16 heridos. La cifra aumenta incluso hasta 40 cuando se trata del temido “clásico”. En cifras de la Policía, entre el 2013 y el 2014, 69 personas han sufrido algún tipo de lesión en los alrededores del Estadio, además de que 266 personas han sido robadas. Sin contar con los que no denuncian. AtrapadosSantiago, con solo 16 meses de edad, el pasado domingo aspiró gas lácrimógeno dentro de su propia casa, cuando el Esmad se enfrentó a unos hinchas. A una funeraria del sector, ese mismo día, le dañaron la reja de entrada. En el pasado ya les han roto los vidrios. Según la Policía, 85 establecimientos han sufrido robos en la zona en los últimos dos años. Para evitarlo, muchos locales cierran antes de tiempo. Esto implica pérdidas económicas que pueden significar hasta $1 millón en el día. De doce establecimientos comerciales, nueve afirmaron que han suspendido actividades temprano por esto. A veces hay hasta tres encuentros futbolísticos en una semana.Esto incluye a los comerciantes del Parque del Perro, adonde llegan ríos de hinchas durante y después del partido, y permanecen hasta la madrugada. A veces roban a quienes se arriesgan a ir al parque. Por eso cada vez más clientes evitan la zona cuando hay fútbol en Cali.Las hermanas Silva, que viven frente al Parque del Perro, prefieren no ir a misa los domingos cuando hay fútbol en el Pascual. A Carlos Fernando le pasa lo mismo. Si tiene que comprar un medicamento urgente en la noche, prefiere tomar un taxi hasta la droguería que está a tres cuadras de su casa y pagar la carrera de $7000. También vendió el carro hace tres años. Estaba aburrido de dejarlo a tres o cuatro cuadras, pagar quién lo cuidara, y luego salir a las 10:00 p.m. a traerlo, colándose entre hinchas que lo intimidaban. Tuvo suerte de que nunca se lo robaron: las estadísticas indican que en los últimos dos años han hurtado 42 carros y 35 motos en el sector.El Mayor Óscar Landazábal, comandante de la Estación Lido, explica que la estructura del estadio no les permite un rango de maniobra suficiente porque se diseñó de forma en que las casas están ahí, pasando la acera, por lo cual es inevitable incomodar a la gente al ingresar.Y sobre la inseguridad, dice que es una cuestión de percepción. Que se está trabajando duro, pues en cada juego disponen de 1400 hombres, distribuidos en los cuatro barrios de la zona, con camiones para recoger a quienes infringen la ley. “Pero como ellos conviven con esa situación casi a diario, lo ven como un problema mayor”.Sin embargo, Carlos Fernando no recuerda que hace 27 años fuera caótico. La gente lo envidiaba por vivir allí. “Pero de diez años para acá, todo cambió”. Sueña con esos días cuando ir a ver fútbol era un plan familiar. “Vivimos pensando qué día, Dios no lo quiera, nos apuñalan. Mientras tanto rezamos a ver si la Alcaldía nos para bolas”.*Nombres cambiados a petición de la fuente.

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