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Un banco que cumple 10 años alimentando a los más pobres

La entidad de la Arquidiócesis de Cali que se encarga de alimentar 36.000 bocas necesitadas de la ciudad reinaugura su sede. Misión contra el hambre.

7 de noviembre de 2010 Por: Alda Mera l Reportera de El País

La entidad de la Arquidiócesis de Cali que se encarga de alimentar 36.000 bocas necesitadas de la ciudad reinaugura su sede. Misión contra el hambre.

Desde hace seis años, todos los miércoles Juan Pablo Valencia madruga a la Calle 24 con Carrera Sexta, en el barrio San Nicolás. Él es el conductor de la Fundación Ezequiel Moreno. Una hora después sale con provisiones suficientes para alimentar durante una semana a 90 enfermos de cáncer.Mientras espera su turno, operarios despachan a Marcos Velásquez, un transportador que ese día recoge el bocado para el colegio de la Fundación El Trébol y los ancianatos de las Hermanas de la Anunciación Provincial y de la Fundación Espíritu Santo, de El Vallado. Los martes lleva la remesa de dos fundaciones: la Divina Providencia, albergue de niños con cáncer en San Fernando, y la Santa Clara, que cuida ancianos en San Antonio. Otros llegan y la operación se repite unas 30 veces al día en el Banco de Alimentos de la Arquidiócesis de Cali, entidad que apoya a 220 instituciones de asistencia social. Hasta ollas comunitarias en zonas deprimidas de Cali y entidades de Yumbo, Jamundí, Palmira, Candelaria, Pradera, Florida y hasta Guachené y Cajibío, en el Cauca.La titánica labor de saciar el hambre de 36.000 bocas al día empezó hace diez años, en una bodega prestada en el barrio El Troncal. Elvira Guerrero y Blanca Sofía Sarasti, actual directora del Banco, le plantearon al entonces arzobispo de la ciudad, monseñor Isaías Duarte Cancino, una idea para enfrentar una problemática social que crecía con la ciudad: el hambre.Era el año 2000 y empezaron con un conductor y dos personas más, recuerda Martha Alhay, voluntaria y hoy encargada de la miscelánea. Un año después, la Arquidiócesis alquiló la bodega de San Nicolás que ocupan hoy. Así aliviaron la situación de muchas personas de las instituciones que atienden población vulnerable.Hace tres años un incendio arrasó el 80% de la sede. Pero ni en esos días aciagos dejaron de alimentar a los más desprotegidos: en medio de las cenizas despacharon.En 2009, Asocaña quiso sumarse a los cien años de la Arquidiócesis y donó $300 millones. Y con recursos propios y otras donaciones, tomaron en arriendo con opción de compra tres bodegas contiguas, remodelaron y el 16 de noviembre se reinaugura la sede.Ahora hay hasta organizador para las canastillas, mientras se espera las provisiones, que van con comprobante de entrega y peso de cada producto, y la cantidad según el número y el tipo de población que atiende la institución. “Los productos tienen un valor simbólico, el 10% de su valor comercial; es decir, si llevan un mercado de $500.000, pagan solo $50.000, porque el ideal es que con ese ahorro la institución beneficiaria se vaya organizando hasta que pueda andar solita y no necesite este programa”, explica Luz Ángela Torres, trabajadora social del Banco desde hace seis años.Una de las misiones de la entidad es que cada institución ahorre lo que economiza en la alimentación, que es el rubro más costoso al atender población vulnerable. “En las visitas de seguimiento, ellos gozan mostrándonos que ya compraron una nueva mesita, o cambiaron el lavaplatos o pintaron la sede”, cuenta la trabajadora social.O también, agrega Torres, mejoran la calidad de la atención. “Por ejemplo, nos dicen que pudieron llevar a los abuelitos a un paseo o a los niños al Zoológico y eso es gratificante”.La labor del Banco de Alimentos es tan amplia que dan capacitación hasta en culinaria a sus beneficiarios. “Por ejemplo, los niños no comen brócoli, pero si se lo disfrazan con atún o pasta, sí”, añade. Por ello, algunos niños ya reclaman ensalada o exclaman: “Doña Rosa como que se ganó la lotería, porque ahora si nos dan jugo con fruta de verdad”.El Banco cuenta con neveras de congelación y cuartos de refrigeración para verduras, carnes y la pulpa de fruta que allí procesan. “Debemos tener disponibilidad porque si me llaman a ofrecerme 100.000 litros de helado, no puedo decir que no los recibo, ni los puedo guardar con las carnes, la dotación es muy importante”, dice la directora. Con la remodelación se levantó un segundo piso para bodegas de alimentos no perecederos e implementos de aseo y oficinas. En el primero están la despensa para granos, otra para el pan y un comedor para los empleados, que ya suman 50. Y dos espacios para el cargue de los carros que llevan la comida y otro para el descargue de los furgones que traen las donaciones. Antes todo se hacía en el mismo sitio.La Directora del Banco se siente feliz con esta readecuación que le permite cumplir todas las normas de salubridad y bioseguridad. “Es que si antes nos hubieran visitado, me multan y me cierran el chuzo”, dice con una sonrisa amplia esta “artista del reciclaje”, pues es experta en reutilizar todo lo que encuentra. “Mi hijo me dice: ‘es que mi mamá hubiese sido feliz con una carretilla’”, cuenta. En el Banco de Alimentos todo pasa por una pesa, incluida la basura. Es que a los donantes les envían registro mensual de cuánto recibieron, cuánto se aprovechó en alimentar a los más desprotegidos y cuánto se recogió en desechos orgánicos, que son reutilizados en un programa de reciclaje para hacer abono.Ya son las 12:00 del día. Jesús Quinchía va por la remesa para 240 desayunos y almuerzos de la Escuela para la Vida, un restaurante comunitario de Montebello. “El Banco de Alimentos es excelente, mucha gente se beneficia, gracias a ellos les pueden dar un almuerzo nutritivo por $600”.

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