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Protestas en Cali, imagen de referencia | Foto: Foto: El País

PARO NACIONAL

También tienen familia y miedos: agentes del Esmad no son tan distintos de quienes los atacan

Aunque muchos los tildan de "asesinos", los miembros de este cuerpo de la Policía son jóvenes asalariados como tantos otros. Historias más allá del combate.

8 de mayo de 2021 Por: Redacción de El País

Mientras permanece en situaciones de riesgo, bajo ataques de encapuchados con palos y piedras, la patrullera Gómez*, de figura pequeña y delgada, aparentemente frágil, le pide a Dios que le permita volver a ver a su madre y su familia, al tiempo que resiste como los demás agentes con sus escudos.

Fue mamá por primera vez hace ocho meses y por estar lactando ha sido relevada de la línea frontal de defensa del Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad), al que pertenece hace seis años, cuando llegó de Villavicencio.

Por su rol de mamá ha estado asignada en los actos vandálicos de los últimos días a coordinar desde la central la asistencia al personal del Esmad que resulta herido. Una oficina en la que los temores cobran vida.

“Estaba en la central escuchando las comunicaciones porque tenía el control de los lesionados para poderles proporcionar ayuda rápida, cuando por radio gritaban desesperados: ‘corriendo... sáquenlo, sáquenlo, patrullero herido’”, recuerda la uniformada mientras las lágrimas le inundan la voz.

Apenas empezaba a tomar por radio los datos de lo sucedido con la unidad del Esmad afuera de la Universidad del Valle cuando al escuchar el nombre del patrullero lesionado con una papabomba se enteró que era su esposo; el padre de su bebé de ocho meses.


“Por lo general uno siempre siente el corazoncito a mil cuando escucha algo de un compañero porque uno trabaja con ellos y prácticamente vive con ellos porque la pasamos más acá que en la casa y más impactante aún fue escuchar por radio el nombre del papá de mi hijo; escuchar la preocupación del comandante diciendo que por favor lo saquen. Casi me enloquezco”, recuerda la patrullera Gómez, quien fue también la encargada de darle la noticia a la madre del uniformado.

Se conoció con su esposo en el Esmad y tienen tres años juntos, pero pertenecen a unidades distintas. Él como gaseador y ella como escudera.

“Tengo una familia, a mi hijo que es mi razón de ser, tengo a mi mamá y siempre en el peligro le pido a Dios que me permita llegar, que mi hijo me espera; mi mamá está lejos, sufre y le pido a Dios que me permita salir de cada situación y llamarla para decirle que estoy bien; somos seres humanos que amamos y sentimos”, dice.

Hasta el viernes iban 176 agentes heridos durante los desmanes en Cali, 10 de los cuales fueron atacados con armas de fuego, según el Comandante de la Policía Metropolitana.

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Vivir bajo el miedo

El miedo es inherente al ser humano y siete años conduciendo una de las tanquetas blindadas del Esmad no han sido suficientes para que el patrullero Beltrán* se acostumbre al infierno que se vive dentro del acorazado.

Cada roca contra la estructura en acero balístico se siente como un golpe directo al cráneo y los artefactos explosivos que estallan contra el vehículo impactan fuertemente en el oído, explica el uniformado mientras enciende el vehículo para salir a otra misión.

“A mí me tocó el paro cívico de Buenaventura en el 2017 y estuvo un poquito fuerte; me tocaron las manifestaciones más bravas en Cali, pero lo más complejo es esta situación por la que atravesamos”, dice Beltrán.

“Yo tengo una niña de 2 años y mi esposa es también del Esmad; ella es de fila, a ella sí le toca guerrearla afuera. Y no es fácil porque si uno está escuchando el radio y sabe que el grupo de ella es el que está siendo atacado o le han disparado, empieza esa zozobra y esa angustia”, relata el uniformado como viviendo esos instantes.

Esa misma angustia dentro de la tanqueta la vive el único patrullero que lo acompaña y que se encarga de evitar que los vándalos se acerquen al vehículo blindado lanzando gas por las mirillas del automotor.

“Me duele cuando nos gritan que somos unos asesinos porque conozco a muchos de mis compañeros; he estado con mi hija en cumpleaños de sus hijos y sé que son personas de bien, con vocación de servicio e incapaces de hacerle daño a alguien. Yo mismo soy una persona que espera finalizar la jornada para salirme del traje protector y llegar a mi casa a jugar con mi hija; a soñar con lo que quiero para ella como lo hace cualquier colombiano”, explica.

Según cifras del Ministerio de Defensa, los actos violentos de los últimos días han dejado hasta el momento 826 policías lesionados en medio de los enfrentamientos, de los cuales 11 fueron con arma de fuego, 99 con arma cortopunzante, 697 con objetos contundentes y 19 con artefactos explosivos.

Ante la situación que vive el país, y los asesinatos recientes de dos uniformados frente a sus familias en Medellín y Santa Marta, los uniformados han debido tomar más precauciones en su vida personal.

“El esposo de mi prima, miembro de la Policía, le ha pedido que no saque uniformes a secar en ningún lugar visible para que no se entere la gente que ahí vive un uniformado y evitar que ellos o la familia sean blanco de ataques”, dice una fuente.

Igualmente, se han visto obligados a transitar por las calles sin elementos distintivos o con los uniformes escondidos para reducir la posibilidad de que puedan ser agredidos por vándalos en las calles.

“A muchos de nosotros, incluso la gente de la oficina de comunicaciones de la Policía Metropolitana de Cali, les ha tocado quedarse a dormir sentados en el comando por el riesgo que implica salir hacia los barrios en donde viven los uniformados y chocarse con quienes mantienen el bloqueo en las calles”.

Sobre los policías heridos, el comandante de la Policía Metropolitana, general Juan Carlos Rodríguez, detalla que “uno de nuestros policías tiene un impacto en el abdomen, otros tienen impactos en los brazos y en las piernas. Hay otro que perdió un ojo, y otro al que lo arrinconan, lo desnudan y lo atacan en 22 oportunidades con arma blanca. Esta no es la característica de una protesta pacífica”.

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La lucha por sostener una familia

Antes de meterse entre el protector corporal color negro que distingue a los agentes del Esmad, el cuerpo del patrullero Guevara* va recubierto, dice, con tres capas de miedo, ansiedad y angustia.

El miedo a tener que enfrentarse a personas que no conoce; la ansiedad de no saber lo que les espera en cada operativo y la angustia que le produce el desconocer lo que pasará con sus padres si lo peor llegara a ocurrirle.

Solo tiene 26 años de edad y desde que ingresó a la Policía se convirtió en el único sustento de sus padres, a quienes les envía dinero al Eje Cafetero para su manutención.

“El secreto de la salud que gozan mis padres es que no se enteran de lo que yo vivo cada día en las calles; de los riesgos que enfrentamos. Pero más que temer por mi vida, temo por lo que va a ser de ellos si es que a mí me pasa algo”, cuenta el agente, quien ha estado en otras misiones en Cauca y Nariño.

“Casi día de por medio hablo con ellos; me dan la bendición y me preguntan siempre cuándo voy a ir. Les respondo que apenas pueda, pero sé que es posible que ese día no llegue como le pasó hace tres años a un compañero que murió al lado mío. Es triste que existen los derechos humanos para todo mundo, menos para nosotros y más lamentable aún es ver gente celebrando que maten o dejen mal herido a un Policía”, se lamenta.

Minutos después toma su escudo, sale de la estación de Fray Damián y se persigna mientras la moto acelera para llevarlo de nuevo a Puerto Resistencia.

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