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Luis Felipe Barrerra. | Foto: Foto: Especial para El País

Opinión: Participar en la era de la corrupción

Ser ciudadano implica cultivar las virtudes cívicas para controlar al poder.

17 de abril de 2017 Por: Luis Felipe Barrera | Especial para El País

La encuesta Cali Cómo Vamos es demoledora para nuestra condición cívica. En el último año, el 71% de los caleños no realizó ninguna acción para resolver problemas comunes, apoyar iniciativas o personas. El 60% reconoce no haber participado en ninguna organización social como las juntas de acción comunal, partidos, sindicatos, clubes culturales.

Lo paradójico es que el 58% de los caleños reconoce que la principal motivación para participar en la vida comunitaria es que la participación constituye un deber ciudadano. Solo el 8% dice que participaría para recibir beneficios personales o reconocimiento social. En síntesis, pese a que la mayoría reconoce la importancia de participar, una abrumadora mayoría se abstiene de asumir el compromiso que significa participar de la vida común, más allá de desahogarse por redes sociales.

La fragilidad de la participación se debe a múltiples factores: el descrédito de la actividad política; alto desinterés y menosprecio por lo público; ausencia de liderazgos colectivos y relatos inspiradores; hiperpolarización política que impide el diálogo constructivo; desconfianza entre ciudadanos para construir proyectos comunes; relativismo ético, que pone en duda los valores y la misma noción de verdad; y por último, un agotamiento de las formas de participación, que se reducen a impulsos caóticos que se materializan en marchas, recolecciones de firmas o vías de hecho.

El repertorio de acciones colectivas se limitó a esquemas preestablecidos con una alta dependencia de las iniciativas del gobierno o la corrección política de la ocasión. Reacciones más que propuestas. Insulto antes que elaboración colectiva. La insuficiencia de participación ciudadana en lo local acelera la crisis de representación que arrastra la élite política. Cuando la corrupción satura los noticieros y levantan la indignación de la opinión pública, debería ser en la participación ciudadana donde se tramiten las respuestas, alternativas y los cambios en la orientación de nuestro destino como sociedad.

Para mejorar los niveles de participación primero debemos reivindicar la condición de ciudadano. Ser ciudadano no es solo tener cédula, sentirse orgulloso por la selección nacional, o arrogarse el derecho de criticar toda política de gobierno, sino que implica el deber de cultivar las virtudes cívicas desde la ética pública, para poder castigar la corrupción, controlar el poder político y devolverle su valor a la democracia participativa.

Lo que han denominado la posverdad, que no es otra cosa que el eterno hechizo sofista, puede terminar arrodillándonos mediante la confusión y la manipulación ante los pies de ficciones políticas autoritarias o populistas. Es por ello que estamos obligados a encontrar un modelo de gobernanza que enaltezca la ciudadanía y la ética como respuestas al mundo político descompuesto, distanciado y corrupto; que obligue a que los líderes políticos vuelvan a ser, con algo de humildad, ciudadanos, o mejor conciudadanos, que quiere decir, ciudadanos entre otros ciudadanos. Es en esa enorme proporción de caleños que no se involucran en los asuntos públicos en donde reside el poder de impulsar cambios para configurar el bienestar de nuestra casa común.

*Politólogo

Lea aquí: Saltar del dicho al hecho, la prueba que no han logrado pasar los caleños

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