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Los discapacitados de Cali que bailan montados en un par de ruedas

Alguna vez les pegaron un tiro o les dio una enfermedad y no pudieron volver a caminar. Hoy bailan. ¿Cómo? “Las ruedas son las piernas”, dicen. Y se ríen. Historia de bailarines triunfadores.

21 de diciembre de 2012 Por: Santiago Cruz Hoyos | Reportero de El País

Alguna vez les pegaron un tiro o les dio una enfermedad y no pudieron volver a caminar. Hoy bailan. ¿Cómo? “Las ruedas son las piernas”, dicen. Y se ríen. Historia de bailarines triunfadores.

En esta ciudad de noticias tristes (equipos de fútbol que son la burla de todo el país, 93 asesinatos en apenas 19 días de diciembre, una jovencita que le roban el pelo, ¡el pelo!, 500 desaparecidos por año, una Cali que en Navidad parece una jungla invadida de delincuentes desesperados por plata) hay historias poderosas que levantan el ánimo.Todo sucede los martes, los jueves y los sábados, al interior del Colegio Nuevo Latir. Allí, un grupo de hombres y mujeres que por cosas de la vida no pueden caminar, llegan en sus sillas de ruedas para un asunto curioso: bailar. Desde danzas africanas hasta un pasodoble, un baile indígena, salsa. “Las ruedas son las piernas”, dicen.Conversando con ellos se descubre que son sabios. La tragedia los ha llevado a encontrar un sentido de la vida distinto, profundo. Ninguno se queja. Ninguno piensa que es una víctima de nada. En cambio mencionan palabras como ‘amor’, como ‘ganas’, como ‘vida’. Después giran sus sillas, bailan de espaldas a la ciudad caótica como una metáfora de la esperanza.Cuando todo termina, o incluso antes de llegar a bailar, están por ahí, en los barrios del Distrito de Aguablanca, donde vive la mayoría, y hacen trabajo social con niños, algunos, con pandilleros, otros. En vez de recibir, explican, lo que quieren es ayudar a los demás. Sí, son sabios.El grupo de bailarines en sillas de ruedas aún no tiene nombre, pero integran el Club Deportivo Fundesd, que también incluye a basquetbolistas en condición de discapacidad. Todo surgió, cuentan, de la unión de dos sueños. Por un lado estaba John Murillo, 38 años, que desde niño quiso ser bailarín profesional. Hace once años, sin embargo, le pegaron un tiro por robarle unos tenis. No pudo volver a caminar, pero el sueño de bailar siguió intacto. Las balas, a veces, caen derrotadas ante la convicción por las ideas.Algo parecido le sucedió a Brenda Silbernagel, 27 años. Brenda, hija de un alemán, desde los doce está en una silla de ruedas debido a una polineuropatía, una enfermedad que genera dificultad para mover las piernas, los pies. Y ella, como John, que es su amigo, también quería ser bailarina desde niña.Entonces se encontraron con Elías Doncel Guzmán, ex pandillero, ahora uno de los líderes más reconocidos de la Comuna 14 de Cali.Resulta que a Elías, en ese mundo de violencia en el que estuvo, le metieron cuatro tiros. Fue hace 20 años. Tampoco pudo volver a caminar. Con el tiempo abandonó eso que llama “el mal”, estudió políticas públicas, economía solidaria, emprendimiento empresarial y hoy es Consejero de Planeación, hace parte del Comité Municipal de Discapacidad. Y él, que más que expandillero luce como Jesucristo recién afeitado, recién perfumado, andaba con la idea de crear un club para personas discapacitadas, el Club Deportivo Fundesd, Oriente sin límites. John, Brenda, Elías conversaron, unieron los sueños del baile, del club. Desde septiembre de 2012 el proyecto se inició. Gracias a un programa de la Red de Bibliotecas Públicas de la Secretaría de Cultura y Turismo se les permite ensayar en el colegio Nuevo Latir sin pagar un solo peso.El profesor de danzas Teodoro Adams López, además, les da clases, también gratis. Teodoro trabaja en el Instituto Popular de Cultura. Hugo Chica, el bibliotecario, que es discapacitado e integra el grupo de baile, le preguntó una vez si los que estaban en una silla de ruedas podían bailar. Teodoro se emocionó y le dijo: “Claro. Para bailar solo se necesitan ganas y corazón”. Entonces Hugo le comentó del grupo de danzas, lo llevó al colegio y ahora son como una familia.Teodoro dice que en realidad el que más aprende es él. Los bailarines, piensa, le cambiaron la vida. Ya no se pone triste porque le falta plata, por ejemplo. Estando con ellos, la mirada trasciende. El foco no es tanto lo material, el tener, sino ser. “Nunca me han dicho ‘no puedo hacer este ejercicio o aquel’”.Y quizá nunca se lo dirán. Danzar para los bailarines en silla de ruedas es un reto. Superarlo es una manera de vencer la tragedia. Si el destino los condenó a la quietud, la música los impulsa a rebelarse, moverse, vivir. Milena Castillo, 25 años, lo explica. A Milena le amputaron parte de su pierna derecha. Sucedió que iba en una moto y una camioneta la atropelló. Entonces esa vida de amigos, de fiestas, de paseos a fincas y a pueblos acabó en un segundo. Se encerró en casa. Y encerrarse es deprimirse, morir un poco. Sus padres estaban preocupados. Ahora no. Milena cuenta que el grupo de danza la motivó a salir, recuperar el ritmo de la vida, la vida. Ella, además de bailar, atiende un puesto de arepas. Con el puesto quiere sacar adelante a su hija. También con una demanda que aún no se resuelve. Milena está esperando que el que la atropelló, por fin, le responda. Sus otros compañeros coinciden en que el baile y el grupo les han alegrado los días. Lo dice Dagoberto Arias, que una vez lo intentaron atracar, le pegaron un tiro y tampoco pudo volver a caminar. Esta es la hora en la que Dagoberto, por cierto, no sabe qué le iban a quitar porque no llevaba nada de valor. En todo caso, el hecho le transformó la manera de pensar, de ser. Hasta el día del atraco, se dijo, había perdido mucho tiempo. Ni siquiera había estudiado. Hoy es abogado.Alex Johnatan González Ramírez, que también está en una silla de ruedas por una bala, es además técnico en sistemas. Harrison Villegas Martínez tiene una enfermedad congénita y por eso no puede caminar. Él, además de danzar, toca trompeta. Dice que tiene un sueño, que lo escriba, que de pronto alguien le ayuda. Quiere ser locutor de radio, solo que no tiene cómo pagar la carrera. La voz, eso sí, le sobra.María Eugenia Franco es otra de las bailarinas del grupo. Es la que más sonríe. Es también la que quizá más problemas ha sorteado. Está en silla de ruedas debido a una enfermedad progresiva, tiene dos hijos con síndrome de down, su esposo murió de diabetes. Ahora tiene una nueva pareja y dan vueltas, bailan, ella vuelve a reírse y uno piensa que esa mujer tiene que ser superior al resto de los mortales. Mientras María Eugenia baila, Dagoberto explica que la idea con el club es ofrecerle a la ciudad distintos servicios. Él con el derecho, Alex con los sistemas, Elías con su experiencia en trabajo social. John Murillo agrega que también quieren representar a Cali en los mundiales de danza en silla de ruedas, ganar como los bailarines profesionales de salsa. Elías explica que el fondo de todo es competir por la inclusión laboral de los discapacitados. Y no es que le quieran demostrar nada a nadie, aclara. Se lo quieren demostrar a ellos mismos. “Todo lo que queramos hacer, lo hacemos. La discapacidad no está en nosotros”, dice como grito de batalla, como proclama de vida.Escucharlos hablar con tanta pasión, tanta convicción, es también una metáfora de la esperanza que levanta el ánimo en esta ciudad de noticias tristes.

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