Lesbianismo, ¿dónde nace?
El fantasma de la homosexualidad ha estimulado en forma el crecimiento de la tendencia lésbica en los colegios de mujeres.
El fantasma de la homosexualidad ha estimulado en forma el crecimiento de la tendencia lésbica en los colegios de mujeres.
¡Qué paradoja! El fantasma de la homosexualidad que tanto angustia a muchos padres de familia motivándolos a escoger colegios de un solo sexo para evitar el amaneramiento de los varones en una institución con mujeres o la promiscuidad en uno mixto para las niñas, ha estimulado en forma sorprendente el crecimiento de la tendencia lésbicas en los colegios de mujeres. Hay que recordar que aquello a lo que más se teme es lo que más se presenta: el inconsciente no se puede esconder y los hijos se conectan con nuestros miedos para terminar representándolos en conductas que los mayores hemos reprimido. La homosexualidad y el lesbianismo no son una enfermedad. Muchas de las conductas que viven los y las adolescentes han empezado en generaciones anteriores que terminan manifestándose en un mundo más libre y comunicado como el actual. Ellos y ellas pueden ser más espontáneos y librarse de la estrictez de la represión, puesto que hay más espacio y medios para hacerlo. Pero es como si hubieran heredado el fantasma de sus mayores que se materializa en su conducta presente. Las mujeres pueden sostener solas a hijos cuando el padre abandona. Se bastan a sí mismas y muchas de estas madres tienen el recuerdo de un hombre que las dominó: padre, esposo, hermano. Entonces la hija aprende la lección: ¿para qué se necesita un papá? O ¿para qué un hombre? También las diferencias de criterios en pareja, llevan a plantear inconscientemente la alternativa de si entre iguales las relaciones no serían más fáciles y menos dolorosas. O el tradicional rol de mujer sumisa y padre prepotente puede ser el espejo para no querer repetir lo mismo. Entonces, está servido el ambiente para que las situaciones se den. Sin embargo, en varias de las relaciones entre mujeres adolescentes se dan conductas de posesividad, como si fuera obvio que la ausencia de energía masculina hubiera sido notable y les tocara asumir y vivir aquello que siente le faltó. La otra, recibe desde su energía femenina lo que no tuvo, anhela o la hastió. Herencias de una cultura que no ha manejado la equidad.