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Las ruedas que le cambiaron la vida a los carretilleros de Cali

Pasar de arriar un equino a conducir una camioneta fue duro, pero excarretilleros admiten que les mejoró su calidad de vida.

1 de febrero de 2015 Por: Alda Mera - Reportera de El País

Pasar de arriar un equino a conducir una camioneta fue duro, pero excarretilleros admiten que les mejoró su calidad de vida.

Julio Solarte y Gloria Orozco trabajaban, literalmente, como un caballo. Durante más de 20 años, día a día, madrugaban a recorrer la ciudad en su carretilla tirada por Palomo. Y donde otros veían escombros para botar, para ellos significaba la comida familiar.Pero hace cinco meses, eso cambió. La pareja de excarretilleros que vive en el jarillón del río Cauca, atrás de Potrerogrande, conduce la camioneta que le dio la Secretaría de Tránsito Municipal, dentro del programa de sustitución de vehículos de tracción animal que promueve la Alcaldía. Así él ascendió de ‘todero’ (oficios varios) en una constructora, con la que trabajó durante 15 años, a transportador de materiales de la misma. “Ellos me dan un recibo y me dicen: vaya a tal bodega y recoge tanto de cerámica o de granito o de cualquier material, así me va mejor”, cuenta.Si antes se demoraba hora y media o más en un solo viaje, cruzando la ciudad para botar escombros, hoy en ese mismo tiempo hace dos o tres viajes. O sencillamente, le queda tiempo libre para ir a su iglesia o compartir con su familia.Y se siente más tranquilo. Ya no tiene que andar pensando en la comida de Palomo, como tantas veces en que volvió a casa sin conseguir un solo peso para comprarle la caña, la miel o el salvado.Ahora no. Si no resulta viaje, guarda el carro y no tiene que salir a voltear a su suerte. O si lo llaman para un acarreo después de las 5:00 de la tarde, se puede ganar unos pesitos. Las carretillas no podían circular después de esa hora, dice este hombre que ya sabía conducir.Pero si Julio vive agradecido con Dios y con “el señor Alcalde por esta bendición”, su esposa Gloria, lo está aún más. Ella es una de siete mujeres que hoy, en vez de llevar la rienda, van frente al timón del carro que les dio el Municipio a cambio de sus caballos, en su caso ‘Naranjuelo’. Es más, ella aún se reconoce como carretillera, porque bota escombros, solo que ahora lo hace en su camioneta. “Pero es diferente. Ya no tengo que andar asoleándome todo el día ni vivir matándome; ahora trabajo menos y gano más y me llaman porque tengo clientela”, declara. En las mañanas atiende la marranera con 40 cerdos que cría con su esposo y en las tardes toma el volante para recoger las sobras de restaurantes de la Avenida Guadalupe, La Unión y Ciudad Córdoba, para alimentar los animales. Aprender a conducir no fue tan difícil, gracias a Fernando, el excelente profesor que les puso la Secretaría de Tránsito y que les tuvo paciencia. Admite que aún le da duro el arranque, pero ya va de paseo a Pance los domingos, sin la preocupación de con quién va a dejar el caballo. “Es mucho el cambio, con el carro deja de ser uno esclavo y ya maneja su tiempo”, dice ella, que ahora se siente en la gloria.Milson González pasó 36 años de su vida arriando una carretilla. En el año 2000 aprendió a conducir taxi, buscando mejor porvenir. Pero en 8 meses le quedó debiendo $300.000 al patrón, porque nunca hacía lo del día. “Me tocó prestar plata para cumplirle al dueño”, dice. Entonces volvió a la carretilla, el caballo y el reciclaje. Ahora, con su carro, transporta aceite y manteca quemados hasta una planta de alimentos para animales. “A veces resulta un viaje para llevar una nevera, traer un armario, arena o madera”, dice Milson y se ufana de ser de los primeros que recibió el vehículo en septiembre pasado y tenerlo casi nuevo. “Eso depende del trato que se le dé al carro. Hay compañeros que sí lo tienen muy averiado, porque son ‘pata brava’. Le dan el mismo trato que le daban al caballo, solo trabajo y garrote; igual es el carro, si no lo trata con cuidado, se muere”, dice, como si hablara de un equino. Eso les ha pasado a quienes les dieron el carro, pero no la licencia de conducción porque no sabían leer y escribir, por su edad avanzada o por enfermedad. Como a Henry Escudero, lesionado por un accidente y luego por una trombosis. “Entonces el carro lo maneja el hijo, el hijastro, el yerno o tienen que pagar un chofer y así les acaban el carro”, dice Milson.O simple, hay personas más nerviosas que otras, dice Gloria. O se sentían más seguros con la carreta que con los carros y no han superado esos temores, anota Alexánder Leudo, uno de los 153 beneficiarios del programa de sustitución que coordina Javier Arias, del área de Planeación de la Secretaría de Tránsito. El País reconoció a Alexánder como beneficiario del programa el martes en plena Calle 25: él decoró su carro con seis calcomanías de caballos, incluso, la de un corcel erguido en sus patas traseras, en el bómper. Nos dio su tarjeta y el miércoles, cuando lo llamamos, iba por la avenida paralela al jarillón (Calle 126). Conducía con tanta alegría como si su carro tuviera seis caballos de fuerza más que los de sus colegas. Ahora, dice, tiene para sostener a su esposa, sus tres hijos, él y un nuevo miembro de la familia, el carro. Porque se gana más, pero también se gasta más, “porque no solo es tenerlo, también hay que mantenerlo”, comenta.“Este cambio a muchos nos ha beneficiado, a otros los ha embolatado”, dice Leudo. “En mi caso ha sido positivo. Yo salía a las 5:00 de la mañana y las distancias hacían nuestro trabajo más complicado, ahora puedo hacer tres y cuatro actividades distintas”, reconoce.Pero como no todos tienen la misma “visión de negocio”, los que no tienen otra opción distinta a la de botar escombros, así tengan carro, no tienen ingresos porque no hay escombrera. Y es más, la gente les quiere pagar lo mismo que valía un servicio en la carretilla. No entienden que vale más porque el carro ya no toma aguadulce, traga gasolina. Es que el primer cambio de aceite costó $70.000. La segunda revisión en el concesionario, vale $148.000 y la tercera (10.000 kms), $300.000. Costos que los asustan y hasta terminan por vender el carro, al creer que no lo van a poder sostener. “Son precios muy elevados y no me parece bien porque apenas estamos empezando; si la carreta se dañaba uno la arreglaba con una tabla, ahora son repuestos originales”, anota Leudo. Por ello reclaman el proceso de acompañamiento, como lo contempla el programa.Paula Andrea Gaviria pasó su infancia, su adolescencia, su juventud, en una carretilla ayudando a su padre, Jorge Eliécer Gaviria, a buscar el sustento. A sus 32 años, dice con una amplia sonrisa, que con esa carreta su hermana Tania se hizo bachiller y se sostuvieron todos: ellas, su hija de 9 años, su mamá, Luz Myriam Rúa, enferma de psoriasis severa, su padre y su hermanita Yasmín, una niña especial, de 24 años.La carreta les servía hasta para desestresar a Yasmín cuando convulsionaba. Salían y la niña empezaba a dar palmas al ritmo de los cascos de Palomo sobre el pavimento. Pero aceptaron cambiar toda una vida de carretilleros, por la de conductor de camioneta.“Hicimos todos los trámites y cuando ya cumplíamos todos los requisitos, se murió Palomo, el caballo que nos había acompañado 14 años. Llevamos el certificado de defunción, pero nos dijeron que el carro se entregaba solo a cambio del caballo”, dice con su sonrisa.Entonces les tocó hacer una recolecta y comprar la yegua ‘Morocha’. Ahora son los más felices. Su padre aprendió a conducir la camioneta –le está enseñando a ella– y la cuida más que a Palomo. Es la ‘ñaña’ de la casa. Para su esposa “es una bendición de Dios”.Él le improvisó un rancho garaje afuera de la casa para que no le dé el agua ni el sol, le tiende una alfombra vieja cuando va a transportar escombros para que no se le raye y todas las noches le lava el barro con manguera y la deja brillante. “Como no tenemos modo, vamos a hacer una minga familiar para armarle la carrocería”, explica Paula y muestra las tablas que ya alistó su papá. Lo más curioso es su sistema de seguridad para que no se la vayan a robar como le robaron una vez la carretilla: la ata del eje delantero a la pared frontal de la casa con un gancho grueso de hierro.Ahora se ganan la vida haciendo acarreos y se evitan los $20.000 de taxi cada que llevaban a Yasmín al neurólogo o iban por los pañales a la EPS. Si se estresa la sacan a pasear. “Los domingos subimos las ollas atrás y nos vamos”, cuenta Paula mostrando la foto de Yasmín.“La vida me ha mejorado mucho, ahora uno anda mejor arregladito, porque para ir a botar escombros, para qué mantener bien vestido, uno andaba todo sucio y había discriminación. Ahora voy a las reuniones, la gente me mira y me pregunta: ¿Usted es carretillera? ‘Sí, soy carretillera’, les digo, pero es que ahora uno ya se ve más bonito y lo miran distinto”, dice desplegando más su enorme sonrisa frente al garaje donde cabe la camioneta, pero parece no caber la felicidad de la familia Gaviria Rúa. Falta la escombrera La dificultad mayor en la que coinciden casi todos los excarretilleros es que no hay escombrera donde botar los residuos de construcción que recogen, así el vehículo sea diferente. Algunos admiten que tienen que botarlos a escondidas, exponiéndose a que les impongan una multa o les quiten el carro. “Porque ya tenemos carro no nos dejan entrar a la escombrera de la 50, con el decir de es solo para carretilleros. Pero seguimos siendo eso, porque seguimos botando escombros”, insistió uno.“El problema es que no haya un sitio de transferencia y en la escombrera de la Carrera 50, no nos quieren ni ver, eso está monopolizado, pero resulta que nosotros ya no tenemos carretilla, tenemos carro, pero seguimos viviendo de botar escombros”, dijo otro de los beneficiarios que prefirió omitir su identidad.

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