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Estas son las caretas que están donando Iproyect y Momentum 3D. Quien desee apoyar puede escribir al teléfono 315 579 7100. | Foto: Foto: Especial para El País

MINISTERIO DE SALUD

Fisioterapeutas, la primera línea contra el Covid-19

Los turnos de quienes enfrentan la pandemia son largos. Permaneces aislados de sus familias y los salarios no siempre son los mejores. Pacientes que ocultan síntomas, entre lo que más preocupa a los médicos.

12 de abril de 2020 Por: Santiago Cruz Hoyos - editor de Crónicas de El País

La primera línea contra el coronavirus la comandan los fisioterapeutas. Son ellos los que se encargan de tomar las pruebas de los pacientes que dicen tener los síntomas. La toma, dice la fisioterapeuta Lina María Hurtado Quiroz, tarda entre diez y 15 minutos. Es el tiempo que requiere para ponerse el traje de seguridad, la bata, las polainas, que son los forros de los zapatos, el gorro, el tapabocas, la careta de protección facial.

Después ingresa a la zona donde el paciente permanece aislado y tiene dos alternativas; hacer el examen con un hisopo, algo así como un copito largo que se introduce por la nariz, o con el método “aspirado nasofaríngeo”: a través de una sonda se toman muestras de las secreciones de la garganta.

– Por cada turno se pueden hacer entre dos y cinco pruebas de Covid – 19, aunque eso depende de la clínica. Hay sitios donde va más gente y otros donde va menos – dice Lina, que trabaja en una clínica del sur de Cali, por lo regular muy concurrida.

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Los resultados pueden tardar una semana en conocerse, a veces más. Sin embargo, desde que el Laboratorio de Microbiología de la Universidad del Valle comenzó a procesar las pruebas, 60 al día según su capacidad, los tiempos se han recortado. De momento, en la clínica donde trabaja Lina hay varios pacientes hospitalizados con sospecha de Covid – 19, a la espera del diagnóstico. El único caso confirmado es un joven de 28 años. Los que siguen esperando tienen edades más avanzadas y enfermedades previas, lo que hace que el coronavirus – de tenerlo – pueda resultar más agresivo.

– Por ahora están estables.

Lina tiene 28 años y reconoce que es imposible dejar de sentir temor de contagiarse. En los pacientes con Covid – 19 que se complican, el fisioterapeuta se encarga de la rehabilitación pulmonar. Los fisioterapeutas asignados a las salas de cuidados intensivos deben intubar a los pacientes cuya respiración se deteriora demasiado, y eso significa casi que ingresar a la boca del enfermo. No tienen la opción que tenemos el resto: guardar distancia. Pese a ello, Lina sigue al frente tomando las muestras con las respectivas normas de seguridad.

– Es mi vocación.

Desde que comenzó la pandemia no visita a nadie. Si acaso necesita dejar un paquete lo deja en la portería. Evita verse con las personas a corta distancia. Una vez llega a su casa se quita los zapatos, sus elementos de protección, rocía todo con una mezcla de agua e hipoclorito. Lo mismo hace su novio, quien también permanece en la primera línea contra el coronavirus. Se llama Stiven Cuero. Es médico en urgencias.

Stiven nació en Tumaco y su abuela siempre le recomendó que estudiara “para que nos saque de pobres”. Cuando era niño, soñaba con ser piloto, o arquitecto, o médico. Para ser piloto se requería mucho dinero y “palancas”, lo cual no era su caso. Entre medicina y arquitectura, se le daba mejor lo primero.

Ahora en la sala de urgencias de la clínica donde trabaja explica que hay una regla: todo paciente con tos y fiebre es considerado posible Covid – 19. Los que no están graves, una vez se les hace la prueba, se les envía a su casa con orden de aislamiento. Los que presentan fallas respiratorias o cuadros febriles elevados ingresan a hospitalización.

La entrada de los pacientes con sospecha de coronavirus es distinta a la de los que acuden por otra urgencia. Entran por un sótano. Allí ingresan a un ascensor que los deja en unos cubículos aislados de todo lo demás. Atrás de ellos, un equipo de aseadores lo limpia todo. El recorrido del equipo de desinfección comienza desde la ambulancia donde se bajó el paciente, quien va acompañado por personal blindado con ‘trajes de astronauta’.

Una vez en el cubículo, se asigna a quienes van a tratar al paciente: el fisioterapeuta, el médico, el enfermero. Se procura que el contacto sea mínimo. La pantalla desde donde se monitorea la salud del enfermo está afuera de la habitación, por ejemplo. Allí permanecerá durante los 15 días de aislamiento. Las visitas están prohibidas. Su único contacto con sus familiares es a través de su celular. Stiven dice que aquel encierro es difícil de llevar, “psicológicamente fuerte”, pero es la única manera de evitar que se contagien otras personas.

– Durante las dos semanas de hospitalización a los pacientes se les visita entre cuatro y seis veces al día, según los horarios de los medicamentos. Y mientras se hace la ruta uno se encariña con ellos. Saber que ni la mano se les puede dar es fuerte. Cuando tosen, el susto es grande. Pese a que estamos protegidos, sabemos que las partículas del virus flotan en el ambiente.

Otro de los temores de Stiven es cuando los pacientes ocultan los síntomas por miedo a quedarse aislados. En ocasiones pasa que dicen que van por una cosa y en la entrevista con el doctor sueltan la bomba: tengo tos, fiebre, un tío que venía del extranjero sigue hospitalizado. Ocultar los síntomas expone al personal de salud. Para protegerse, a Stiven se le ocurrió, junto con Lina, imprimir caretas de seguridad en 3D.

Desde hace un año ambos abrieron una empresa de impresión 3D llamada Momentum. Asesorados por el empresario Esteban Satizabal, quien tiene un estudio de diseño repleto de impresoras 3D – Iproyect – comenzaron a fabricar férulas e inmovilizadores livianos que reemplazan materiales como el yeso.

Cuando inició la pandemia, y con ella la escasez de tapabocas y otros elementos de seguridad, tanto a Esteban como a Sitven y Lina se les ocurrió fabricar caretas para regalarlas. Hasta el momento han donado casi 2.000, sobre todo a hospitales públicos de Cali, de El Bordo, de Guacarí, de Buenaventura.

Todo se hace a través de donaciones económicas que les hacen para comprar los materiales. Esteban, incluso, invirtió parte de unos ahorros familiares. Todo porque los insumos para imprimir las caretas provienen de los países más afectados por la pandemia - China, Italia, España, Estados Unidos - lo que hizo que los precios se dispararan. Hasta antes del coronavirus, por decir algo, un rollo de resorte de 150 metros costaba $30.000. Ahora cuesta $350.000. Ellos sin embargo siguen adelante.

Jessica Ramírez es fisioterapeuta en uno de los hospitales públicos a los que llegó la donación de caretas. El personal de la salud que recibe estos implementos respira aliviado, cuenta. En su caso el hospital los dotó hace unos días de los trajes de seguridad, pero siempre es bueno llevar una barrera adicional contra el Covid -19.

En su hospital hay una sala que se llama Cuidados Especiales, donde hay nueve camas para los pacientes con coronavirus. Para abreviar todo el mundo la llama “Sala Covid”. Al principio los 20 fisioterapeutas del hospital pasaron por ahí. Después, para evitar esa exposición, se decidió asignar dos fisioterapeutas a la sala, y dos más que deben acudir en caso de que se requiera apoyo. Si algún paciente se complica se lleva a la Unidad de Cuidados Intensivos número 3.

Jessica también dice sentir miedo. Hasta antes de la pandemia vivía con su hija de 6 años, pero desde que comenzaron las noticias del coronavirus la envío a la casa de su papá.

– Hacemos videollamadas tres veces al día.

En el apartamento sus cubiertos y sus platos están marcados con su nombre en un rincón de la cocina. Jessica vive con su mamá, quien tiene 62 años, y aunque no tienen ninguna enfermedad previa que la exponga de más al virus, es preferible tomar medidas.

– Yo creo que es tanto el temor, que todos los que trabajamos en salud somatizamos. Sentimos síntomas que se quitan solos. Tengo una compañera que se fue de la casa y alquiló un apartaestudio amoblado porque tiene miedo de contagiar a sus abuelos.

Los que tienen más miedo en los hospitales son las enfermeras y médicos más ‘longevos’. Aquellos que están por los 60. Saben que forman parte de la población en riesgo. Por ello en la medida de lo posible los que atienden a los pacientes con sospecha de coronavirus son especialistas jóvenes, no importa que a la mayoría, y según la clínica donde trabajen, no les paguen lo suficiente. Hay hospitales donde un fisioterapeuta que permanece en la primera línea contra el Covid–19 tiene un salario de $1.800.000.

Aunque la baja remuneración no es lo único que deben sortear. En tiempos de coronavirus hay médicos que están siendo discriminados. A la doctora Ángela Villegas le fue imposible contener las lágrimas hace unos días, cuando fue a mercar.

Ella salió de su clínica con el uniforme impecable. A ningún médico, explica, se le ocurriría salir a la calle con un uniforme contaminado. Cuando termina el turno las batas y los guantes y todo lo desechable se bota. Además se acostumbra llevar dos uniformes, para cambiarse una vez finaliza la jornada.

– No solo me siento cómoda con mi uniforme. Me siento orgullosa de llevarlo.

En la fila del supermercado el encargado de hacer pasar a la gente le pidió la cédula. La doctora Villegas le recordó que aunque conocía la medida del pico y cédula, ella era médica, y debía mercar ese día porque el resto de la semana estaría de turno. Le rogó que por favor la dejara entrar. Cuando entró, después de unos cinco minutos de hablar con el de la puerta, la detuvieron de nuevo para decirle que debía tener una carta. Ella tenía la carta en el celular. La doctora se sintió como si estuviera mendigando para que la dejaran mercar.

Cuando tomó la ficha para el turno de la carne rompió en llanto. Al carnicero le dijo: “acá no vuelvo. Casi no me dejan entrar”. Él la trató con amabilidad y le preguntó: “¿quién no la quería dejar entrar, el que está atrás suyo?” La doctora volteó a mirar y a dos metros estaba el encargado del ingreso, quien le dijo: “niñita, ¿ya casi termina? Necesito que me desocupe el supermercado porque la gente se está quejando de que usted esté circulando”. La doctora agachó la cabeza y volvió a llorar.
A raíz de ello entre el personal de salud se creó un grupo en WhatsApp que se llama ‘Ayudo a quien me cuida’. Allí denuncian casos de discriminación. Hay médicos como Cristian Botache a quien le pidieron que se fuera del edificio donde se había mudado, o unidades residenciales donde se les prohíbe usar el ascensor.

En su Twitter, la doctora Villegas, quien desde niña jugaba a ser médica, escribió: “si el personal de salud es visto como un riesgo, ¿entonces por qué no nos aislamos? Lo que queremos es ayudar en esta pandemia que estamos viviendo”.

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