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En invierno también llueven ángeles

Durante esta época invernal, algunas personas dedican esfuerzos, dinero y hasta su salud para ayudar a otros menos favorecidos.

7 de mayo de 2011 Por: Elpais.com.co I Adolfo Ochoa Moyano

Durante esta época invernal, algunas personas dedican esfuerzos, dinero y hasta su salud para ayudar a otros menos favorecidos.

Tiempo después, el chico vio a su salvador en un centro comercial y no pudo evitar sonreír cuando le preguntó su nombre y éste le respondió: Ángel.Todo ocurrió tres meses atrás cuando el chico, en un arranque de irresponsabilidad, se lanzó al río Cauca para probar sus habilidades de nadador.El río, implacable y embravecido por el invierno, lo convirtió en un muñeco de trapo, lo arrastró por metros, le cambió el aire de los pulmones por agua. Justo cuando estaba a punto de ahogarse, Ángel le rodeó el cuello con un brazo, lo sacó de la corriente y le dio auxilio en la orilla.Ese chico nunca supo a ciencia cierta quien lo había arrancado de las entrañas de la muerte. Un día, por cosas del destino, lo vio en una plazoleta de comidas y enseguida reconoció su cara. Le dio las gracias por salvarlo y se apresuró a preguntarle a su héroe anónimo si era un socorrista de la Defensa Civil, un miembro de la Cruz Roja, un agente de la Policía.La respuesta fue no a todas las preguntas. Sólo era un tipo que iba en bicicleta, que lo vio en peligro y, arriesgando su propia vida, salvó la suya. Un tipo que de casualidad se llama Ángel. Y qué apropiado ese nombre para usted, le dijo el chico: de verdad fue mi ángel.Bondad inexplicableCada vez que llueve y el municipio de Candelaria se inunda, José Modesto Torres deja de dormir tranquilo. Cada invierno el hombre de 45 años, tres hijas, esposa, nietos, se levanta de madrugada, revisa los víveres que empresarios, iglesias y ciudadanos de a pie donan a su causa de alimentar a los damnificados de las lluvias.De madrugada empaca en su carro una olla parecida a esas que las brujas usan para sus hechizos, en los libros de fantasía, para cocinar allí sopas que llenen decenas de barrigas vacías.A eso de las 9:00 de la mañana llega al lugar donde haya la emergencia y reparte comida a quienes la necesiten. No pregunta nada. No pide nada. Incluso calla cuando algunos le critican por llevar siempre lo mismo, por no tener carne, por ejemplo. O por regalar platos de lentejas toda la semana.Él dice que lo hace porque nadie más lo hace. De hecho, bastante más fácil para José Modesto sería simplemente no madrugar a cumplir una función que no está obligado a hacer. Sería más fácil para él no ir toda la semana de puerta en puerta pidiendo una libra de lo que sea para comida, con el fin de ayudar a los que se quedaron sin nada porque este invierno, el que superó las capacidades del Gobierno, el que según el Dane tiene afectada al 6,4% de la población colombiana, es decir a 2.964.389 personas, tiene en jaque al país.De hecho, José Modesto dice, entre risas, bromeando, que debería dejar de hacerlo para dedicarse de lleno a su trabajo, por el que sí le pagan y con el que sostiene a su familia.Desde luego su empleo requiere de su tiempo, de su concentración, de su ánimo. Es conductor.Empieza a manejar el vehículo de su jefe todos los días desde las 2:00 p.m. y termina tarde, en la noche. Unas veces a las 10:00, unas veces después. Depende de cómo vaya el día.De allí debe ir a su casa. Nunca se acuesta antes de la media noche.José Modesto admite que debería usar la mañana para dormir y volver a su rutina laboral con energías renovadas. Pero, con una bondad inexplicable, dice que prefiere no hacerlo. Ha llegado incluso a seguir derecho, sin dormir un minuto, solamente para atender a los afectados por el invierno que no reciben ayudas del Estado por infinitas razones: porque los recursos son limitados, porque los decretos de emergencia social no se aprueban o porque inescrupulosos dejan podrir las donaciones para usarlos como trampolín político en esta época electoral.Y José Modesto, que apenas se entera de que eso pasa, ha llegado, incluso, a poner de su propio dinero para comprar víveres, frazadas, ropa para gente que nunca ha visto y que algunas veces ni siquiera le da las gracias.Ángel hace algo similar. Es decir, sacrifica parte de su vida, de sus ganancias, de su tiempo libre, de su energía, de su salud, del tiempo con sus hijos, de las cervezas con los amigos, de las noches en cama viendo televisión para ayudar a damnificados.Él llegó a Cali hace apenas un año. Vino desde Medellín con su familia y administra un parqueadero. Lo primero que hizo al llegar a esta ciudad fue buscar una persona de confianza para que, cuando tuviese que salir corriendo a socorrer a algún desvalido, el negocio quedara en buenas manos.Ángel hace parte del grupo Garsa (Grupo Adventista de Rescate y Salvamento) que, según él, lejos de tener intereses religiosos, como algunos creen, lo que busca es que los 25 miembros que hay en el suroccidente colombiano, aprovechen su experiencia como médicos, paramédicos, enfermeros y rescatistas para ayudar a quienes lo necesitan. Pero, ¿a cambio de qué?Él sabe que su respuesta tiene todo de extraño así que ríe y baja la mirada. “A cambio de nada. ¿Qué puedo esperar si sé que en este mundo la gente se mata por ocupar la silla en un bus? Estoy convencido de que muy pocos harían por mí lo que yo hago por ellos. Así que ¿por qué lo hago?, ¿En serio quiere saber? Pues lo hago porque sí”.Ángel coordina a los 25 miembros de Garsa en el suroccidente. Él es socorrista con 12 años de experiencia y tiene conocimientos de enfermería y paramédico.Además de ofrecer sus conocimientos de forma gratuita, quienes hacen parte de Garsa compran medicamentos, comida y ropa por sus propios medios.Es lo mismo para llegar a una zona de desastre. Usan sus vehículos, gastan su gasolina. O como cuenta Ángel, a veces se van en bus. “El hecho es llegar, ¿no? Dar una manito al que lo necesita”.Su compromiso es tal, que su esposa le ha llegado a perdonar que el dinero no les alcance para pagar las cuentas de servicios, por ejemplo, porque se lo gastó en gasas o isodine para heridas.“¿Y cómo repone eso, Ángel?”. De nuevo responde con picardía infantil, como si nadie le fuera a creer: Dios provee: hasta ahora nunca me han cortado la luz o el agua.Ángel, como José Modesto son sólo dos héroes anónimos. Por increíble que parezca, estos hombres se dedican al servicio social sin esperar nada y lo hacen pese a que viven en este mundo corrupto en el que nadie, por ejemplo, se ruboriza si funcionarios del Gobierno permiten desfalcos con el dinero de la salud de niños, mujeres, ancianos.Todos lo hacen sin estar obligados por su trabajo o buscando ganar dinero. Y aunque pasan inadvertidos, que esta nota sea para ellos un homenaje y que sirva para decirles: gracias.

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