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El viaje de los Emberá Katío de regreso a su hogar

En cinco buses, los 210 indígenas Embera Katío que durante cerca de tres años vivieron hacinados en los inquilinatos de El Calvario de Cali, volvieron, al fin, a su lugar de origen en Risaralda.

7 de mayo de 2015 Por: Felipe salazar Gil / Reportero de El País

En cinco buses, los 210 indígenas Embera Katío que durante cerca de tres años vivieron hacinados en los inquilinatos de El Calvario de Cali, volvieron, al fin, a su lugar de origen en Risaralda.

Si no fuera porque un día como hoy, hace exactamente dos años, Pompilio Campo se acercó a buscar un subsidio de Familias en Acción, los 210 indígenas Embera Katío, que durante más de dos años vivieron en los inquilinatos de El Calvario, aún serían invisibles y su retorno a Pueblo Rico, Risaralda, tal vez no se habría concretado.

Pompilio no es precisamente un redentor. Él, su esposa, sus dos hijos y nietos, solo contaron con la suerte de ser la primera familia de esa comunidad identificada por las autoridades en El Calvario.

Para ese entonces, Pompilio ya llevaba tres años en Cali buscando de qué vivir y como eran pocas las familias que estaban en el centro de la ciudad y muchas las que querían salir de sus tierras en Risaralda, por conflicto armado y choques étnicos entre los Embera Katío y los Embera Chamí, la invitación a Cali no se hizo esperar. Más de 100 personas aceptaron.

No obstante, Pompilio dice que una de las cosas que más le molestó de la estadía en Cali, a parte de los continuos robos y problemas que tuvieron con los consumidores de El Calvario, es que los suyos perdieran aquello que los hace sentirse orgullosos de ser  Emberas.

“Los niños perdieron la lengua materna y ahora hablan español, ya no les interesan las artesanías, no escuchan música de tambores sino vallenato. Muchas cosas de nuestra cultura se perdieron y no creo que eso se recupere. El daño está hecho”, dice con aire de nostalgia, mientras aborda uno de los cinco buses con destino a la vereda Dokabú, Risaralda, donde se concretó el retorno de los 210 indígenas Embera Katío, que hasta el martes vivieron en El Calvario.

[[nid:419016;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/563x/2015/05/retorno-embera.jpg;full;{Tras unas 10 horas de viaje desde Cali las 41 familias pertenecientes a la comunidad Embera Katío que hace más de dos años llegaron a El Calvario regresaron a Dokabú, en Risaralda, donde continuarán un recorrido de cinco horas para llegar a su pueblo natal Pueblo Rico.Jorge Orozco | El País}]]

Ahora que vivirá en la casa de su madre, en la vereda Bichuvara, mientras espera que en un año le entreguen su casa definitiva, dice que se dedicará a plantar cacao para no tener que volver a Cali a hacer nada.

“En el campo es donde siempre hemos sido felices, lo que no pasó en Cali. Lo único que espero es que nos cumplan con las viviendas, con el puesto de salud, los profesores para los niños y que nos den las herramientas para cultivar, porque si eso no pasa, tendremos que volver a Cali”, sentencia.

*** 

Las 41 familias Embera viajaron toda la noche del martes y a  las 4:50 de la mañana del miércoles llegaron a la vereda Dokabú, a nueve horas de Cali. El trasteo con sus pertenencias, la mayor parte empacadas en costales, llegó detrás de los buses, en cinco camiones. En el segundo bus de la operación retorno viajó Luz Eneyda y Pedro Nel Queragama, los padres de Estefanía, la niña de cuatro meses que a principios de este año falleció en El Calvario por una afección respiratoria.

Luz, como todas las mujeres Embera, iba vestida con sus mejores galas. Llevaba las mejillas  pintorreteadas de rubor rosado y tenía dibujados, sobre frente y nariz, persos símbolos. Con  timidez y voz casi inaudible, explicó que así lo hacen al viajar para ahuyentar los espíritus malignos. Los hombres a su vez, que también tienen su agüero, tocan las manos del ‘jaibanᒠ(médico tradicional) para evitar malas experiencias.

En el cementerio de Siloé, Luz dejó los restos de su hija más pequeña. Aún así, dice con convicción,  no piensa regresar a Cali. Pedro Nel, su esposo, asegura que lo único que quiere ahora es volver a sembrar plátano, cacao y café, para tener cómo sostener a sus otras hijas Carmenza y Stacy, de 2 y 3 años. Luz, además, tiene cinco meses de embarazo. A diferencia de sus esposa, el hombre sin embargo, confiesa que sí regresaría a la ciudad porque en un osario en Siloé se quedó una parte de su corazón.

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El miércoles en Dokabú, un caserío rodeado por montañas, árboles de más de cinco metros de alto y bruma, Margarita Tascón Nariquiaza, una mujer de 55 años y carnes cobrizas, esperaba paciente la llegada de los indígenas. Margarita es carguera y junto a otras once mujeres con el mismo oficio, salió para echarse encima alguno de los 500 costales donde los Embera metieron sus recuerdos de la ciudad. La cantidad de bultos por familia variaba, pero había casos de 20, 25 y hasta 38 bultos. Ropa, juegos, televisores, neveras, estufas, muñecos, bafles, bicicletas y guitarras, también llegaron entre las cosas. Casi todos los electrodomésticos eran nuevos. 

El trasteo, desde ese punto, se repartió en varios destinos: las veredas Marruecos, Sinaí, Bichuvara, Santa Marta e Ihumandé, por ejemplo. Para ello fueron dispuestas 30  mulas y uno que otro motocarro. Pero también la fuerza de otras 20 cargueras adicionales a Margarita y sus compañeras, que  en canastos tejidos con bejucos llevaron sobre sus cabezas otra buena parte de la carga. Los caminos no son fáciles:  montañas muy empinadas y costales de más de 10 kilos de peso.

Las cargueras, por eso, cobran entre $7000 y $10.000, dependiendo de qué tan lejos vaya el cliente y cuánto pese el canasto. El dueño de una bestia puede cobrar hasta $40.000 por cargar dos bultos, y un motocarro se puede negociar en $30.000 hasta donde llegue la vía.

José Cheche, quien llegó con diez costales llenos de ropa y artículos para su nueva casa,  prefirió los servicios de una carguera como Margarita. Ella, después del viaje de tres horas que tendrá que hacer hasta Bichuvara llevando el encargo sobre su humanidad, tendrá que lidiar con un dolor de cabeza que –dice- se le puede alargar por dos días.

Cuesta arriba yendo hacia sus veredas, Pompilio, Pedro Nel, Luz Eneyda y José Cheche solo esperan que las casas que les prometieron construir en sus tierras, en un plazo máximo de un año, sean una realidad. Fue un compromiso de las Alcaldías de Cali, Pueblo Rico, la Gobernación de Risaralda y la Unidad  de Víctimas. Con la escuela, los profesores y el centro de salud, ya les cumplieron. Ellos dicen que solo esperan eso. No quieren pasar otro calvario.

 

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