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El Meléndez, otro río que muere antes de llegar a Cali

La minería de carbón, la deforestación y las aguas residuales que le arrojan los caleños amenazan a este afluente que nace en Los Farallones.

10 de septiembre de 2014 Por: Luiyith Melo García | Reportero de El País

La minería de carbón, la deforestación y las aguas residuales que le arrojan los caleños amenazan a este afluente que nace en Los Farallones.

En un descampado de la cuenca, en medio de la maleza, se ve de repente un grupo de personas lavando ropa en la mitad del río Meléndez. Una mujer friega con un cepillo un pantalón jabonado sobre una roca y tiene un balde de ropa más por lavar. Cerca de ella, un niño y otro adulto golpean más prendas en otras piedras, desafinando la melodía del río.A cinco metros de ese lavadero cae un chorro de aguas negras desde los matorrales. Dicen que son los desechos sanitarios de Las Palmas, una invasión que está sobre la pendiente alta del río. Otros dicen que el agua viene del asentamiento de los indios que está más allá de la torre de energía que domina el sector de La Choclona.De cualquier forma, allí el río Meléndez siente la mano implacable del hombre. La contaminación con aguas servidas, detergentes y basuras empieza a oscurecer unas aguas cristalinas que nacen 2800 metros más arriba, en el Parque Natural de los Farallones y que, premonitoriamente, 25 kilómetros más abajo no serán más que un caño negro vertido al río Cauca, como cualquier otro.“Esta gente no es de la Choclona”, asegura Gerardo Angulo, un anciano que de repente aparece como un duende en el lugar. Pese a su edad, el viejo se recorre como un niño las lomas de ese asentamiento ubicado en las faldas de la cordillera, arriba de Meléndez. Ese día, quién lo creyera, estaba cumpliendo 86 años y llevaba en hombros y manos su trabajo: unos canastos de bambú que fabrica para sembrar matas.“Los vi desde arriba y me bajé”, dice Gerardo a quien los años y los achaques no parecen entrarle ni impedir su voluntaria misión de cuidar el río hasta donde puede y le es permitido.En su cuenca media el río ya tiene gaviones construidos por el municipio hace más de tres años cuando la banca de una carretera que pasa como a cien metros de altura se vino abajo. Hoy, sobre los muros ya hay casas en ladrillo y de varios pisos, tan invasivas como los pobres asentamientos del Crucero, Polvorines y La Buitrera.De La Buitrera es de donde viene la caparrosa que vierten las minas de carbón sobre el caudal del Meléndez, dice el campesino. Y lo confirman los reportes de la CVC. Pero también la deforestación de buena parte de los 3832 hectáreas de la cuenca alta de donde se han talado robles, yarumos y otobos de hasta 40 metros de altura.Por eso, por falta de bosque es que el caudal del Meléndez ha bajado tanto. Pese a ello, le da de beber a 120.000 habitantes de la zona de ladera de Cali a través del acueducto de la Reforma que toma hasta mil litros por segundo del caudal.Hasta allí el agua es de buena calidad, dicen los ingenieros de Emcali, pero su turbiedad aumenta cuando hay crecientes del río porque se carga de sedimentos de la deforestación. También dicen que el río recibe 45 descargas de aguas servidas y basuras, unas de origen natural y otras provocadas por el hombre. Son toneladas de veneno que se suman a las que generan la intensa e inadecuada actividad minera, la ocupación de la llanura de inundación, la escorrentía concentrada, las laderas deforestadas y la invasión de la zona de reserva.Tal vez por eso se acabaron los balnearios que florecían a las orillas del río en el barrio Meléndez, detrás del Club Campestre. La rumba con baño incluido de los caleños de la anterior generación ha sido sustituida hoy por las ceremonias de brujería que hacen algunos en los meandros del río, al amparo de los guaduales que arropan sus orillas. Huellas de fogatas, cruces, trapos y esperma de velas se pueden encontrar sobre las piedras secas. Están secas, porque según dice Jacinto, un loco que va y viene por el río, los dueños de algunas casafincas por los lados de Santa Helena tronchan el cauce para hacer charcos y aprovechar sus aguas en su propio beneficio. Después que pasa por la Calle 5 y abandona el barrio que le da su nombre, el río empieza a agonizar rápidamente. Los asentamientos humanos se vuelven subterráneos, hay cambuches debajo de todos los puentes urbanos por donde pasa.En La Playita, enseguida de Unicentro, el río parece un canal de aguas negras, ahí pierde su lecho natural, está revestido en cemento y forrado en basuras. El hilillo de agua que baja es incapaz de transportar tanta carga contaminante. Muebles y bolsas llenas de desechos reposan en su lecho como retazos de muerte. Kilómetros abajo el cauce vuelve a tomar volumen cuando recibe la descarga de aguas más negras que las suyas, las que le vierten los canales Nápoles, El Ingenio I, El Ingenio II y El Caney. Cuando el río se crece en invierno -lo que ocurre con alguna periodicidad-, la insuficiencia hidráulica del puente de la autopista Simón Bolívar no resiste la embestida y el río se desborda. La concentración orgánica ha pasado de 1,24 miligramos por litro de agua en La Choclona a 20,8 antes de su desembocadura. La contaminación es letal.En ese momento queda en evidencia todo el daño que le hacen los colonos en Villacarmelo, los mineros de carbón en La Buitrera, los invasores de la Choclona, los basureros de La Playita y los vertimientos de miles de caleños a través de cinco canales pluviales con conexiones erradas para aguas negras. Pocos han visto cómo muere el río Meléndez en el antiguo Canal CVC Sur: es una lámina de agua oscura y nauseabunda, la cual alimenta un festín de gallinazos, que nadie quiere ver.

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