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El barrio Potrerogrande quiere ser ahora la Ciudadela Somos Pacífico

En medio de las dificultades que afronta esta zona de Cali, Potrerogrande le apuesta al deporte, a la educación y a la lucha contra el hambre. A partir del 1 de septiembre el sector será rebautizado.

21 de agosto de 2011 Por: Jessica Villamil Muñoz, reportera de El País

En medio de las dificultades que afronta esta zona de Cali, Potrerogrande le apuesta al deporte, a la educación y a la lucha contra el hambre. A partir del 1 de septiembre el sector será rebautizado.

Potrero: “Terreno cercado, con pasto para alimentar y guardar el ganado”. Así lo define el Diccionario de la Real Academia Española. Hay quienes también dirían que es el mejor sitio para arrojar desechos, escombros, basura.Entonces, según esto último y como aseguran algunos despectivamente, Potrerogrande, el barrio del extremo oriente de Cali, sí fue creado para llevar allí a lo menos querido de la ciudad: las personas que durante décadas habitaron asentamientos subnormales en la capital del Valle, la gente que fue encasillada como asesina, ladrona, mañosa, delincuente, pobre, desplazada, iletrada, negra, india.Un experimento que, como dicen quienes hablan de esta revoltura,“daría como resultado la exterminación de los unos por los otros”.El alcalde Jorge Iván Ospina reconoce que el nombre es excluyente. Explica que como otros barrios de Cali (Capri, Tequendama, El Ingenio, La Hacienda), Potrerogrande fue bautizado como la finca que una vez allí existió. Pero la gente de esa zona vulnerable se levanta todos los días sacudiéndose el estigma. ¿Dónde están los ranchos?Potrerogrande, el barrio,limita al Norte con Calimio Desepaz; al Oriente con el río Cauca; al Sur con el corregimiento de Navarro y al Occidente con las tres etapas de Pizamos. El último rincón de Cali. Para envidia de muchos todas las calles son limpias y pavimentadas. Tal vez los huecos en la malla vial se puedan contar con los dedos de una sola mano. Las casas son pequeñas, uniformes, construidas en ladrillo limpio y de dos pisos.Solamente hay un colegio que, como en los pueblos, está ubicado en el centro. Al frente está el hospital, que según sus mismos usuarios, es el más bonito y tiene la mejor atención de la ciudad. Y aunque quienes habitan Potrerogrande vibran con la música no tienen ni una discoteca para exorcizar las dificultades que se enquistan en la zona. Las fiestas se hacen en la calle o en la casa del vecino.El único espacio deportivo está cercado con una malla metálica y asegurado con un candado oxidado. Dicen los líderes que ahí sepultaron $48 millones con la construcción de una pista atlética. Pero al recorrer el sitio el pavimento no se ve por ningún lado. Abunda la maleza y cada día se entierran más los pórticos a los que los muchachos debieron dispararles pelotazos, en vez apuntar con armas a sus conocidos.Las cifras también hablanEn sus primeros años Potrerogrande fue un hervidero. Esa suerte de experimento macabro pareció dar resultado: En el 2009, según el Observatorio Social de Cali, asesinaron a 27 personas. Un año después se contaron 46 homicidios, convirtiéndose en el barrio más violento de la Sucursal del Cielo.“Lo que pasa es que acá mezclaron a la gente de la Colonia Nariñense, del jarillón y El Pondaje. Y se encontraron muchas ‘liebres’ (enemigos)”, explica Pilar, reubicada en Potrerogrande.El colegio, que parece una enorme tajada de queso, ese de ubicación estratégica, fue el punto de encuentro para pedreas. “¡Ay! Eso era una calentura. Había esquinas tan peligrosas que uno pudo contar hasta 24 muertos”, relata Argemiro, un negro de mirada noble.Entre la maleza crecen floresHan pasado cinco años desde que se inauguró el vecindario. Desde afuera parece el mismo. Las calles siguen limpias, la cancha permanece cerrada, hay un único colegio, un sólo centro de salud. Pero los que viven en el barrio con forma de pentágono saben de milagros y de ver crecer flores en medio de la maleza.Nadie explica bien qué fue lo que pasó, pero en menos de un año se redujeron las muertes violentas. En el primer semestre del 2011 el barrio ni siquiera figuró en el listado de los quince más violentos.En la calle se respira futuro. Asprilla, entrenador de niños futbolistas, está afanado por caminar con los extraños. “Vamos pues, pero caminando. Que el carro se quede en la esquina. Es que todo hay que decirlo, antes no nos podíamos dar este lujo”.En épocas de fuertes vientos, en las escasas zonas verdes se ven decenas de niños elevando sus sueños en cometas hechas con pedazos de papel. Antes eso era una hazaña. Estar en la calle podría significar la muerte. Ya no. 160 niños entre 5 y 17 años pelotean la ilusión y Asprilla, el negro corpulento, les guía el camino para ser fichados por algún club que quiera hacerlos profesionales.Las contiendas persisten, pero ahora la lucha es por ver quién aleja a más niños de las drogas, quien rescata a más jóvenes del camino equivocado. Ferney Ruiz dirige la Fundación Deportiva Felinos. En sus listas hay 130 ‘pelados’ aprendiendo de disciplina, respeto. “Como le cogen amor al fútbol, cuando no rinden en el colegio el castigo es quedarse en la banca. De una se apuran con las tareas”.Mientras tanto, en una de las casas del sector 9 (el barrio tiene 12) se reúne un grupo de mujeres con la esperanza de dibujar un futuro mejor para sus hijos. Hablan de hechos que las agobian, del deseo de tener un computador en frente, de comer libros, de aprender a hablar en otros idiomas, “lo que sólo hace la gente rica”.En otra vivienda, Juan Carlos Aguilar organiza los desayunos comunitarios. Luego de muchos intentos consiguió el patrocinio del Icbf y ahora alimenta 1.044 niños con leche y galletas. Lo hace en toda la Comuna 21. Sin hambre, pensar es más fácil, sostiene.En el centro del barrio, a un lado del colegio y del puesto de salud se levantará el Centro Tecnológico y Cultural Somos Pacífico. El espacio tendrá cabida para los artistas, se formarán técnicos y tecnólogos. Alba, una negra de pelo trenzado, se ilumina cuando ve la maqueta del proyecto. “Qué rico aprender a leer y a escribir”, se entusiasma.Carmen, antigua invasora de la Colonia Nariñense, luce feliz. Lo que necesitamos es oportunidades, comenta. Ella, Ferney, Alba, Asprilla, Pilar, Argemiro, los niños de la improvisada cancha, las señoras que dibujan el futuro no quieren más vivir en un potrero. Las fachadas de sus casas las están pintando de colores, de seguido se están vistiendo de fiesta, bailan para zacudirse la desgracia. Ahora recuerdan sus raíces y sólo quieren ser la Ciudadela Somos Pacífico.

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