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| Foto: Jair Fernando Coll Rubiano / El País

CÁNCER

Día de la lucha contra el cáncer de seno: cinco testimonios que demuestran que no es una guerra perdida

Cinco sobrevivientes de la mastectomía cuentan su historia en el marco del Día Internacional de la Lucha contra el Cáncer. Más de 2646 mujeres mueren de esa enfermedad cada año en el país.

4 de febrero de 2020 Por: Texto y fotos por Jaír Fernando Coll Rubiano, reportero de El País.

“No quería que nadie me dijera ‘pobrecita’”. “El cáncer es una enfermedad que enseña a apreciar la vida”. “Perder ambos senos fue un alivio”.

Hay historias que solo es posible contarlas en la voz de quienes las experimentan, en sus propios silencios o exclamaciones, voces de mujeres que perdieron un seno (o los dos), producto de la mastectomía. No solo las asemeja esa cicatriz que el cáncer dejó en su pecho, sino el ser supervivientes de una enfermedad que deja alrededor de 8686 casos nuevos cada año.

Este martes es el Día Internacional de la Lucha contra el Cáncer, una enfermedad que produce más de 46.057 muertes al año en Colombia, según la Organización Mundial de la Salud, pero ninguno tiene más mortalidad que el de seno, que cada año deja cerca de 2646 mujeres fallecidas.

Y, según la Secretaría de Salud de Cali, cada día hay un promedio de 2,4 mujeres a las que se les informa que tienen cáncer de mama.

Pero esos no son los únicos indicadores que elevan las alarmas. En 2019, 109 usuarias con cáncer de seno presentaron 158 peticiones ante la Defensoría del Paciente de Cali por vulneración en sus derechos de acceso a la salud. Las EPS que más reportaron fallas fueron Coomeva, con 56 peticiones; Medimás, 36, y Emssanar, 29.

Las barreras más comunes que enfrentaron estas mujeres fue la demora en la autorización de servicios, con 57 peticiones; en la programación de procedimientos, con 50; y la tardanza a la hora de recibir los medicamentos respectivos, con 21 peticiones.

Esas voces que iniciaron este artículo también atravesaron esas injusticias, algunas con mayor o peor fortuna. Esas voces tienen nombres: Omaira, Deisy, Carmenza, Nancy y Lucero. Todas ellas viven en Cali y, sin tabús de por medio, han decidido contar su propia historia.

Omaira Cuenú Cuenú, 56 años

No quería me nadie dijera: ‘pobrecita’. A la gente que me preguntaba si estaba enferma, le prohibía que en mi presencia pronunciaran la palabra “cáncer”. En cada quimioterapia, leía un salmo de la Biblia. Corría el mes de febrero del 2018.

¿Y sabe usted qué hacía después de terminada la sesión? No me quedaba encerrada en casa: me iba a caminar al Sur, porque el mundo no se detiene, la gente está ocupada, tu familia está ocupada y no puedes tenerla 100% del tiempo para ti sola.

A los tres días de la primera ‘quimio’, el cabello se me cayó por completo y lo mismo empezó a ocurrirle a las uñas de mis pies. Pero yo debía salir de las sesiones como un roble. No podía enseñar a nadie mi debilidad.

5 de octubre del 2018. Esa fecha sí que fue dura. Creo que más aun cuando me informaron que tenía cáncer de seno. “Primero está la vida, Omaira”, me dijo el doctor luego de avisarme que iba a perder todo mi seno izquierdo. No voy a decir que me derrumbé, pero los días antes de la mastectomía no podía dormir.

Aunque, a decir verdad, yo también tomaba la noticia como algo divertido. “Agh, ¿es que me voy a morir solo porque perderé una pucheca? ¡Qué va, si yo nací sin eso!”. Mi esposo, asombrado, solo alcanzaba a decir: “Amor, ¿tú estás bien?” “Pues claro”, respondía. “Mire, si usted se va de mi lado por esta pucheca, déjeme decirle que perdió el año”. Nosotros no parábamos de reír.

Una vez salí de la cirugía, no dejaba de mirarme al espejo. Le echaba la culpa a la ropa, decía que todas las blusas estaban mal elaboradas, para no pensar que yo estaba torcida o deforme. Ay, y yo que soy bien vanidosa.

Después llegaron las radioterapias (proceso para eliminar los últimos vestigios de cáncer). En total fueron 21 sesiones, que terminé a inicios del 2019. Había días en los que yo me levantaba como si tuviese 100 años. Pero al día de hoy, ya con el cáncer superado, puedo decir que las mujeres podemos vivir felices, aunque ya no esté la pucheca, aunque cada vez que salga de la ducha, me recojo los brazos hacia dentro y recuerdo que tengo un vacío en el costado izquierdo. (Da una carcajada). Ay, si no me río, créame que no sé qué sería de mi vida.

Deisy Velasco, 37 años

Siempre confiaba en los médicos, nunca los cuestioné. Así ocurrió con el doctor que, en mayo del 2018, me dijo que esa bola que me había aparecido en mi seno izquierdo era una “pepita de grasa que desaparecería con el tiempo”. Le hubiera creído si la irritación que presentaba en el pezón se hubiese detenido a los días siguientes.

La EPS, me dijeron, se iba a tardar dos meses en autorizarme una ecografía. Tuve que pagar el examen junto con mi esposo. Los resultados, según el doctor que los leyó, eran urgentes, por lo que ameritaba una biopsia, que también pagamos como particulares.

Y tan pronto una médico la revisó, luego de que me llevaran del trabajo a urgencias, es que me enteré cuál era mi enfermedad, una noticia a la que no reaccioné hasta contar todo en mi casa y que mi hijito me preguntara si me iba a morir. El impacto fue tan fuerte que toda la familia tuvo que ir al psicólogo.

Dos semanas más tarde, el oncólogo me advirtió que debía dar mi seno izquierdo por perdido. Entretanto, la EPS me comunicaba que se tardaba hasta agosto de 2019 para la autorización de las ‘quimios’. Si no hubiese ido a quejarme a la Superintendencia de Salud, a los tres días no estarían haciéndome la primera sesión.

Los síntomas del procedimiento eran terribles: vómitos a toda hora, una irritación por todo tipo de olores y el cabello... (silencio) caía a pedazos sobre la almohada o la comida. Y el seno se me había hinchado a tal punto de adquirir un color rolizo. Era doloroso.

En mis oraciones, culpaba a Papito Dios, le decía a punta de rezos qué había hecho yo para merecer todo eso.

En marzo del 2019 me hicieron la mastectomía. Al ser una intervención ambulatoria, a todos los pacientes los despacharon ese mismo día, excepto a mí. El dolor era increíble. Las enfermeras pensaron que era una de esas pacientes cansonas hasta que notaron una bola gigante en donde me habían intervenido. La sangre se había coagulado, por lo que los médicos no vieron otra salida que operarme de nuevo.

Y ahora (octubre del 2019) estoy con las radioterapias, que a veces me debilitan, pero hago lo posible para no derrumbarme. Hay ocasiones en las que me da miedo contar mi historia, me da miedo hacer sufrir a mis hijos al contarles mi dolor. Y por eso prefiero guardar silencio de vez en cuando.

(Este lunes, El País intentó ponerse en contacto con Deisy para conocer su estado actual de salud, pero no fue posible).

Carmenza*. 67 años

Yo hago parte de la segunda generación en la familia a la que diagnosticaron de cáncer. La primera la compuso mi padre y mis tíos, que fallecieron por uno de pulmón.

Todavía tengo muy claro el recuerdo de cómo perdí todo mi cabello. Ocurrió hacia noviembre del 2005, debajo de la ducha: se me deslizó hasta el suelo, en donde se estiró por entero como si se tratase de una peluca.

Fue cuando me quedé calva que mi esposo se enteró que tenía cáncer, pero de lo que nunca se dio cuenta fue que me habían cortado un seno (el derecho) en marzo del 2006. Tenía miedo que me calificara de media mujer. En sano juicio, era buena persona, pero borracho era... (silencio) un despellejador con sus comentarios.

Y es que él tampoco alcanzó a percatarse de eso, porque murió a los dos años de un tumor cerebral. Cuando se lo detectaron ya estaba muy avanzado, mi tarea era subirle la moral: le decía que debía guerrearla, que debía ser fuerte con las quimioterapias, que en mi caso logré sobrellevarlas porque tomé jugo de borojó todos los días durante ocho meses seguidos para subir las defensas y hasta me vi en la obligación de embutirme sopa de gallinazo, una sopa que no sabía ni olía a nada, pero que inspiraba muchísimo asco por su tono violeta.

Sin embargo, ninguna de mis palabras logró subirle los ánimos. Nunca lo abandoné: ni cuando ya no logró ponerse de pie ni mucho menos al momento de que el tumor le quitara el habla ni tampoco en esos días en los que empezó a convulsionar, a raíz de que sus neuronas se le empezaron a apagar hasta no dejar rastro...

Del cáncer, uno aprende bastante (silencio). Es una enfermedad que enseña a apreciar la vida, en especial a nosotras, las mujeres, tan vanidosas que somos. El cáncer me enseñó a ser más guerrera.

Nancy Martínez, 38 años

No fui la excepción entre todas esas mujeres cuya pareja ha abandonado luego de perder un seno. Ese es uno de los dos atributos más importantes para toda mujer, pues da forma al cuerpo, y el otro, es el cabello, que también perdí hacia octubre del 2017.

Las primeras veces lo sentía sucio y tan endurecido que se resistía a cualquier peinado. Se había empezado a caer a pedazos hasta que un día me lo recogí y descubrí que solo me quedaba un mechón. Decidí ir a la peluquería a que me calvearan. Con esto, empezó la época del turbante, que usaba hasta para dormir.

Mientras tanto, las ‘quimios’ no dejaban de producirme fuertes mareos y pérdida de apetito, así como dolores en la espalda, en la cabeza, ¡en todo el cuerpo! Entre la sexta y octava sesión, ya me creía en las últimas.

Todo se lo contaba a mi hermana, que se me convirtió en mi única confidente luego de que mi pareja se hubiese retirado de mi lado para siempre.

Después todo dio un giro para bien. A las pocas semanas de terminar las quimioterapias, empecé a recuperar el cabello. Ya me podía hacer trenzas de nuevo. Era feliz. Ah, el cabello, es ahí en donde reside la verdadera belleza de una mujer...

En noviembre del 2018 me hicieron las radioterapias, que fueron más leves, no me provocaron mayor cosa, salvo un desánimo que me provocó el primer día.

¿Qué que le diría a nuestras compañeras mujeres? Que se hagan el autoexamen de forma constante, que sean juiciosas con sus exámenes. Y que luchen, porque es lo máximo que pueden hacer por su vida.

Lucero*, 43 años

Si me diesen a escoger entre las quimioterapias, las radioterapias y la mastectomía, escojo la tercera opción. Perder ambos senos fue un alivio ante todo el dolor que había sentido hasta entonces.

Tiempo antes de la cirugía, en 2015, mi seno izquierdo alcanzaba los 10 centímetros de diámetro y el derecho, más de 14, lo suficiente para que me llegara hasta el mentón. Se trataba de una celulitis infecciosa (enfermedad aguda que ataca varias capas de la piel) que me hacía ver los senos transparentes, tan hinchados que me provocaban revolcones de dolor en el piso hasta que explotaban en las noches y sentía un pequeño alivio. La experiencia se repetía al día siguiente y al siguiente y al siguiente...

Los dos oncólogos que me atendieron ese año me dieron tres meses de vida. No me rendí y conseguí otro especialista que me diera más ánimos. Luego de que me redujeran la celulitis infecciosa con antibióticos, me sometí a unas quimioterapias fortísimas. Al otro día de la primera sesión, casi me muero por una neutropenia (respuesta ineficaz de las defensas contra infecciones bacterianas).

Afortunadamente, me hicieron todas las transfusiones de sangre que usted se pueda imaginar y me aplicaron una vacuna para subirme las defensas. Y aparte de eso, pensaba mucho en mi mamá, otra superviviente del cáncer de seno y quien estaba a mi lado desde las 5:00 de la madrugada hasta la bien entrada la medianoche.

Y eso que las ‘quimios’ no terminaron, porque siguieron durante dos años y dos meses. Y después, las radioterapias, que me dejaron quemaduras en las axilas. Eso, sin contar la incapacidad del 71% que tengo en los brazos, producto de un vaciamiento de ganglios para evitar que se me colara alguna secuela cancerosa. En otras palabras, no tengo defensas en ambas extremidades.

¿Quiere le cuente una cosa? Una vez frente al espejo, cuando no tenía ni senos ni cabello, me dije: “Berraca, ¡te amo! Me quito el sombrero, mamasita”. Lo chistoso es que lo dije como si tratara de otra persona diferente a mí, a la que admiraba como un ídolo.

*Nombre cambiado por petición de la mujer.

Apoyos

  • Aparte de la Defensoría del Paciente, las mujeres con cáncer de seno pueden recibir apoyo en dos organizaciones de la ciudad:
  • Fundación para la Prevención y Tratamiento del Cáncer, tel 8801426.
  • Y ‘Por ti, por mi, por todas’, cuyo celular de contacto es 3012984535.

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