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Crónica: jóvenes de zonas vulnerables le hacen goles a la violencia

En días en los que algunos hinchas se matan por la camiseta de un equipo, miles de niños de todo el país utilizan el fútbol para salvarse a sí mismos de la violencia y, de paso, promover sana convivencia en sus peligrosos barrios.

3 de noviembre de 2013 Por: Santiago Cruz Hoyos | Reportero de El País

En días en los que algunos hinchas se matan por la camiseta de un equipo, miles de niños de todo el país utilizan el fútbol para salvarse a sí mismos de la violencia y, de paso, promover sana convivencia en sus peligrosos barrios.

Todos los que están en este estadio pelean en una batalla desigual. No son los favoritos para vencer. Allá abajo, en la cancha – es el estadio José María Obando del municipio de Corinto, Cauca- los niños que juegan fútbol libran la batalla, acá arriba en la tribuna los representantes de las 12 fundaciones que acogen a esos niños también. Nubia Lara mira concentrada hacia el terreno de juego. Es la coordinadora del programa Golazo de la Fundación Carvajal. El programa intenta prevenir, a través de la práctica del fútbol y la formación en valores, el reclutamiento de niños y jóvenes por parte de las ocho pandillas y las dos oficinas de sicarios del barrio El Retiro, en la Comuna 15 de Cali. Sentada en la tribuna, protegiéndose del sol con una gorra blanca, Nubia empieza a desgranar esas desigualdades de la guerra que luchan. Algo así como el bien contra el mal. La leyenda dice que los problemas en El Retiro empezaron desde el mismo momento en que le pusieron el nombre al sector. El Retiro, a sus habitantes, se les hace como algo que desde el lenguaje queda apartado, excluido, separado de la ciudad. La leyenda también dice que a los fundadores– la mayoría vivía en invasiones ubicadas sobre el Jarillón del Río Cauca - los llevaron en volquetas a sus nuevos lotes, el volco se inclinó hacia arriba, ellos se escurrieron como pudieron, las volquetas arrancaron y todos se quedaron ahí, solos, defendiéndose con lo que tenían a la mano. La soledad en la que los dejó el Estado en un principio explica en parte la situación de hoy. El 95% de los 11.200 habitantes de El Retiro son pobres, el 35% está bajo la línea de indigencia. La mitad de toda esa población son niños o jovencitos menores de 17 años. Es decir que suman casi 6.000, y todos están en riesgo. Además de las ocho pandillas, las dos oficinas de sicarios, están intentando entrar otras oficinas provenientes del barrio El Vallado también para reclutar muchachos. Tienen dinero para hacerlo, armas y drogas. Las drogas las están regalando. Un adolescente drogado es mucho más sencillo de convencer que otro que esté en sus cabales. Un jovencito que conviertan en adicto va a hacer lo que sea para consumir, no le importará ser utilizado como carne de cañón. En todo el 2012 en Cali mataron a 204 menores de edad. Algunos eran pandilleros que cayeron en robos, fleteos. Los exponen para cometer los delitos porque las leyes son laxas con los que no han cumplido los 18. Así, mientras los niños ponen en peligro el pellejo, las cabezas de las bandas andan por ahí tan campantes jugando parqués o dominó en un parque. A los muchachos también les están ofreciendo armas a cambio de “vueltas”, asesinatos. Es otra forma de seducción. Un arma para algunos jóvenes es una manera de extender su expectativa de vida por unos días, la desean. Suponen que armados, los respetan, no los tocan y si lo intentaran tienen cómo responder. Se sienten blindados. Y además, ser parte de una pandilla y tener un revólver en la pantaloneta es una forma inmediata de ganar lo que no se tiene: estatus en el barrio, sentido de pertenencia a algo, identidad. Las tentaciones que ofrece el mal son poderosas y efectistas, así sus consecuencias sean terribles. El Retiro está entre los 20 barrios más violentos de Cali. En el año 2012 ocurrieron 28 homicidios. En el primer trimestre de 2013 doce, según el Observatorio Social. La mayoría de los que han muerto no superan a los 30 años y algunos eran inocentes, no andaban en asuntos chuecos. Estudiantes que salieron para la tienda a comprar la gaseosa, o a donde el amigo a conversar, y murieron víctimas de balas perdidas.Las tentaciones que ofrece el bien – un balón de fútbol-, en cambio, quizá sean igual de poderosas, de seductoras, pero sus efectos tardan tiempo, a veces años, en notarse. Con el balón como excusa se puede educar a un niño, hacerlo entender que hay un mundo más allá de lo que ofrece la pandilla, mostrarle otras posibilidades de vida como el deporte o una carrera profesional, pero eso no sucede de la noche a la mañana. Sí. La lucha es desigual. Nubia sigue en la tribuna, conversando del asunto. “El contexto del barrio es muy fuerte, pero no vamos a desfallecer. En El Retiro hay mucha gente buena, muchos líderes que están trabajando. Por ellos debemos seguir. Y por los 500 niños que tenemos en Golazo. Muchos se quedan sin entrar al programa, son miles los jóvenes del barrio, pero tenemos la esperanza que los que tenemos, los formaremos hasta los 15, 16 años y uno pensaría que a esa edad, y con el trabajo que venimos realizando con ellos, sus familias, sus colegios, ya no ingresarían a las bandas o por lo menos va a ser más difícil que lo hagan”, dice ella mientras en el estadio de Corinto se acaba de marcar un gol. En esa guerra desigual, por fortuna, hay vencedores entre los que no eran considerados favoritos para ganar. Yeison*, que se prepara jugar, es uno de ellos. También el resto de los niños que están en el terreno de juego y participan en el IV Encuentro Nacional de la Red Fútbol y Paz que agrupa a doce fundaciones que como en El Retiro, intentan prevenir que 18 mil menores de todo el país ingresen a la delincuencia.Viéndolo desde aquí, la única tribuna que tiene, el estadio José María Obando parece más bien un símbolo de esperanza para un país en guerra.IIEn la cancha están sucediendo cosas extrañas, o por lo menos nunca vistas en el fútbol profesional. En uno de los partidos – el campo está dividido y se juegan varios encuentros - un jugador ha caído y todos, tanto sus compañeros como sus rivales, se han detenido para cerciorarse de que esté bien. A nadie le importó que uno de los delanteros estuviera a punto de anotar un gol. Y aquello lo hicieron sin la necesidad de un árbitro. En ninguno de los partidos, de hecho, hay árbitro. Por cada equipo, además, mínimo dos de sus integrantes deben ser mujeres y el primer gol debe ser marcado por una de ellas. Si alguien se equivoca en un pase, desperdicia una opción de gol, o si al arquero se le va el balón por entre las piernas, nadie manotea, nadie reclama, nadie le dice al otro tronco, petardo, paquete. Si llegara a suceder el costo puede ser alto: así se gane 10-0, un equipo que no se comporte bien en la cancha pierde. Y se juegan, ese es otro asunto extraño, tres tiempos. El primero se desarrolla fuera de la cancha, minutos antes de empezar a jugar. Los jugadores de los dos equipos se reúnen para establecer acuerdos durante el partido. No decir groserías, por ejemplo. El segundo tiempo es el partido, es decir la aplicación de esos acuerdos, y el tercero es la evaluación. Cada equipo evalúa su propio comportamiento en el campo, evalúa al rival y si hay diferencias lo resuelven dialogando. Cumplir los acuerdos da puntos, así como los goles, y todo ello se suma el final para definir al ganador.El profesor Eduardo Molina es uno de los líderes de la Fundación Talentos de Corinto. Sus muchachos también están en el campo de juego. Parado al borde de la cancha, el profesor explica que el tipo de fútbol que se practica en este IV Encuentro Nacional es llamado Fútbol para la Paz. A través del balón, entonces, mientras los niños se divierten, van interiorizando valores. Más importante que ganar es el respeto y cuidado del otro. Es decir que no interesa si estás a punto de anotar un gol, si un compañero o un rival está en el suelo golpeado por alguna jugada, todos deben detener el juego y ayudarlo a ponerse de pie de nuevo, asegurarse de que no le ha sucedido nada grave. La mujer, de otro lado, tan importante como el hombre en la sociedad, en el campo debe ser cuidada. Es una manera de combatir el machismo, ir cambiando la mentalidad de los niños para intentar prevenir la violencia de género. Y que no haya árbitro indica que las diferencias las podemos resolver dialogando. Oye, me hiciste falta, ¿estás de acuerdo? Cobremos. La metodología Fútbol para la Paz, sigue explicando el profesor Molina, surgió en Medellín en 1997, en la Comuna 13, tres años después del asesinato del futbolista Andrés Escobar. El asesino era de esa comuna y Alejandro Arenas y Agustín Ortiz, en ese entonces estudiantes de la Universidad de Antioquia, decidieron trabajar con las pandillas a través del fútbol. Que se enfrentaran pero en una cancha, sin armas, con un balón. Fue un esfuerzo por disminuir los índices de violencia en la zona, y la metodología se ajustó y se empezó a aplicar en el resto del país pero como una manera de prevenir que los niños ingresaran a los grupos armados, sean pandillas, bandas de sicarios o como en el caso del departamento del Cauca, la guerrilla. Es decir: mientras en el profesionalismo el fútbol está siendo utilizado por algunos para generar más violencia – riñas entre hinchas, muertos, marrullas en la cancha, cantos insultantes, codazos entre colegas – en muchas zonas del país los niños se están agarrando del balón para promover sana convivencia en sus familias, sus colegios, sus peligrosos barrios.IIIMientras se prepara para jugar, Yeison va contando lo que sucede en El Retiro y su familia. Uno de sus tíos es extorsionista. Se dedicaba a exigirles dinero, vacunas, a comerciantes de una plaza de mercado. Ahora está en la cárcel. Algunos de sus primos siguen trabajando con él y permanecen armados. Para ir al colegio, además, debe hacerlo a mil por hora y saber muy bien por dónde meterse. La ruta menos peligrosa es tomar la calle ancha, dice Yeison, que en realidad es una avenida, jamás pasar por La Virgen, o El Hueco, callejones peligrosos y prohibidos. En El Retiro, dice, las fronteras invisibles son reales. Las pandillas de un lado no permiten que los habitantes del otro pasen así no más. Te pueden matar por no pertenecer a una calle, te pueden robar, te pueden pegar. Y hay que tener olfato para detectar el peligro. Eso quiere decir que se debe caminar con los ojos bien abiertos, estar atento a que nadie tenga un arma en su mano, es la advertencia de lo que se viene. Hace unos días Yeison estaba en una cancha cuando empezó un tiroteo. Él salió corriendo, ileso, pero dos de sus amigos, jovencitos de 14 años como él, quedaron heridos. Uno en un brazo, otro en una pierna. Las pandillas son las responsables de esas balaceras. Están Los Chopos, Los Tamaleros, El Hueco, Los Toloza, los de la Virgen. También están las dos oficinas de sicarios: los de Zuley y Las Cobras. La vida de Yeison, entonces, está rodeada de violencia por donde se mire, vive en medio de ella y sin embargo él ha logrado mantenerse apartado. Sabe, por ejemplo, que jamás ingresará a una pandilla. Es tener que morir joven, dice. En cambio piensa en jugar algún día en el Deportivo Cali, o administrar una empresa. Aún no ha probado las drogas, además, no piensa hacerlo tampoco, el fútbol lo ha mantenido tan ocupado como para no perder el tiempo en eso. Y tal vez Golazo no salve a El Retiro de la violencia, no la acabe jamás, pero Yeison, que completa cuatro años en el programa, asegura que a él le ha servido muchísimo. Mejoró su relación con su madre, para empezar, aprendió a respetar a todas las personas, a saludar cuando se llega y cuando se va, hablarle a su familia de asuntos como la honestidad. También Golazo lo ha motivado a tener un buen nivel académico. Yeison participa en este IV Encuentro Nacional de la Red Fútbol y Paz no tanto porque juega bien sino porque sus notas han sido buenas. Esa es la exigencia principal. Sus profesores cuentan otros detalles. Giovanny Celorio, el técnico de Golazo, dice que Yeison jamás ha peleado con un compañero o un rival, nunca le ha contradecido una orden, jamás lo ha escuchado diciendo una mala palabra. La monitora Yackeline Murillo agrega que desde los diez años que entró a Golazo el muchacho ha logrado, gracias al fútbol, mantenerse en un entorno distinto al de algunos de sus familiares y hoy es un ejemplo para los jóvenes en El Retiro y la confirmación de un hallazgo científico: Un análisis de 237 programas deportivos dirigidos a la prevención de la violencia y realizado por la Organización Panamericana de la Salud y la GIZ, una organización de cooperación internacional, determinó que estas iniciativas son eficaces cuando se trabaja en distintos niveles: individual, el niño, su familia, su colegio, su comunidad.En días en los que algunos hinchas se matan por la camiseta de un equipo, miles de niños de todo el país utilizan el fútbol para salvarse a sí mismos de la violencia y, de paso, promover sana convivencia en sus peligrosos barrios. Es decir: el fútbol, como en el caso de Yeison, puede realmente salvar vidas, arrebatarle niños a la delincuencia.

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