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Conozca al 'Duende' que narra la historia de Cali

Alfredo Rubio lleva dos décadas contándoles a caleños y turistas la vida de la ciudad, desde la colina de San Antonio. Perfil de un historiador sin diploma.

22 de junio de 2016 Por: Lucy Lorena Libreros | Reportera de El País

Alfredo Rubio lleva dos décadas contándoles a caleños y turistas la vida de la ciudad, desde la colina de San Antonio. Perfil de un historiador sin diploma.

Parado  junto a un pequeño y viejo tapete  del que penden collares y aretes de colores fabricados por sus propias manos, El Duende desamarra los nudos de su memoria para comenzar a contar la historia de la capilla de San Antonio.

De espaldas, sobre el mirador de piedra caliza que se levantó al final de  una larga colina que lleva ese mismo nombre y que saluda a toda la ciudad, el hombre les dice a un grupo de turistas —argentinas, españolas y un brasilero— que esa construcción es la segunda capilla más antigua de Cali y  se inauguró hace 269 años ya, por allá en un diciembre de 1747.

“En su interior hay un convento en el que viven 30 hermanitas clarisas”, prosigue en su relato con voz animosa. “Ellas  siguen votos de obediencia, silencio, pobreza, clausura y castidad. No pueden salir nunca. Viven encerradas toda su vida, orando por la paz del mundo, y cuando fallecen son enterradas al pie de una palma de coco en un jardín contiguo a la iglesia.  El cementerio se  llama Jardín de la Esperanza. Seis de ellas se encargan de abrir la puerta de la capilla y el despacho parroquial, y conseguir  alimentación para sus compañeras”.

Los turistas lo escuchan con oídos benévolos. Y confesarán luego que se sorprenden de verlo ahí parado, con su hablado acelerado,  regalando espontáneas clases de historia.

Pero se marcharán sin saber que el hombre se llama en realidad Alfredo Rubio y tiene 36 años. Un tipo que suelta en medio de su charla una de esas sonrisas que lo hacen sentir a uno tranquilo y que carga bajo el brazo la gratitud de saberse hijo de las entrañas de un barrio popular, La Independencia, y de ser nieto de doña Amparo, la mujer que una noche de lluvia salió de prisa buscar a una partera que lo trajera al mundo.    

Aquello de que empezaran a nombrarlo El Duende fue algo que nunca ‘cortejó’. Él simplemente, desde muy chico, se calzó el único sombrero que le ha gustado en la vida, uno de punta larga —como el de un duende, sí— que un hermano artesano le trajo a regalar desde Buenaventura y que está fabricado con una hoja de palma que crece en las selvas del Pacífico.  

Para ese entonces tenía 17 años y comenzaba a dejar atrás una infancia en la que no quería ser otra cosa que un hombre libre. “Mis papás no me dejaban casi salir a la calle, pero yo me les volaba en las noches. Me montaba en una bicicleta y con mis amigos nos dedicábamos a recorrer toda Cali de sur a norte en bicicleta. Fue así como me fui aprendiendo de memoria esta ciudad”, aclara El Duende.

Ya han pasado 19 años desde entonces. Desde el día en que llegó a colonizar un pedacito de la colina con las artesanías que aprendió a hacer con Alcides, su hermano mayor, con semillas de chambimbe, acacia, pionía y bambú y lazos de cáñamo.  

Un día, mientras entretenía la vida armando sus manillas y collares, lo abordó un cliente con una pregunta que no supo responder: “¿Duende, en qué año fue fundada la capilla?”.

Ambos sellaron el compromiso de aprenderse la lección para la próxima visita. Y El Duende cumplió: “Se empezó a construir en 1742”, le dijo. 

¿Y qué más sabes? escuchó que le respondieron. “Pero eso era lo único que tenía en mi cabeza. Y me sentí mal. Entendí que los caleños vivíamos siempre de espaldas a la historia de la ciudad, a las cosas de uno”.

Pronto acabó metido dentro de la capilla leyendo un folleto con datos dispersos. Después se vio sentado en los salones de la Biblioteca Departamental y en la antigua FES. Hablando también con los pocos guías turísticos que tenía la ciudad.

Haciéndole preguntas a la historia. Con el tiempo reconstruyó ese pasado en su cabeza. Con el tiempo también comenzó a sentir  que deseaba compartirlo con los demás. El Duende, pues, ya no era solo el artesano: era el tipo que lograba que los visitantes se llevaran de regreso algo más que una foto de postal.

“Yo les empecé a narrar esa historia a la clientela, y noté que así vendía más artesanías. Y la curiosidad me fue llevando a aprenderme también la historia de Cali, de todo eso que uno divisa desde este mirador”.

Entonces, cuando quiera, puede preguntarle a El Duende las pistas detrás de iglesia de La Ermita, del Parque de los Poetas o del edificio de Coltabaco. De la Manzana T, de la Plaza de Cayzedo, de la Catedral, de la Torre Mudejar o de esa edificación que un día fue el Palacio Nacional y hoy es el Palacio de justicia. Y el tipo se acomodará bien su sombrero y comenzará a entregarle datos certeros.

Con suerte, también le explicará  cómo pedirle los favores al santo que en esa colina parece dominarlo todo: “San Antonio dame un novio; San Benito bien bonito; San Vicente que no tome aguardiente; San Andrés dámelo pues; Santa Rita con platica; San Mateo que no sea feo; San Judas que no tenga dudas; San Alejo que no sea pendejo; Santa Anita, que tenga casita y Santa Marta que le mida más de una cuarta”... 

Y usted reirá, seguro. Porque la historia, tal como El Duende la entiende, “no es un oficio para los aburridos”.

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