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Conozca a Max, quien no podía caminar y ahora corre maratones

Max Stroh Kaufman, un caleño de origen rumano, cuenta su historia como si se tratara de una carrera. Asegura que las limitaciones están solo en cada persona.

7 de junio de 2016 Por: Isabel Peláez, reportera de El País

Max Stroh Kaufman, un caleño de origen rumano, cuenta su historia como si se tratara de una carrera. Asegura que las limitaciones están solo en cada persona.

Cuando comencé a caminar me demoraba una hora haciendo dos kilómetros. En esta carrera hice  5 kilómetros en 50 minutos”, dice Max Stroh Kaufman, un médico caleño de madre y abuelos rumanos y padre cartagenero, a quien hace dos años le diagnosticaron cáncer en la pelvis y le dijeron que difícilmente podría volver a caminar. Lo  difícil, para Patricia Sinisterra, su esposa, fue alcanzarlo, en la carrera Corre mi Tierra, que realizó a finales del año pasado, en la que él  la dejó atrás. 

En dicho evento, en el cual también corrí,   conocí a esta pareja que lleva 30 años de matrimonio. “Pensé que no iba a poder terminar yo. Participé por acompañarlo, pero venía colgada.  Él venía caminando muy rápido, trataba de correr un poquito para alcanzarlo, pero no podía”, dijo en esa ocasión  Patricia, todavía agitada por los kilómetros recorridos desde la Avenida 2 Norte hasta la Sexta Norte con 40N.

A Max lo abordé aún agitado, pero más por la emoción de haber cumplido su cometido, que por el cansancio: “Era la primera vez que participaba en una carrera. Lo hice para demostrarme a mí mismo  y servir de ejemplo a  mucha gente, al enseñarle que las limitaciones están solo en uno”, me  dijo.  Él  en dicha ocasión recibió junto a su esposa un premio, como una especie de mención de honor, por dar un ejemplo a muchos que estando sanos no caminan, ‘por evitar la fatiga’.

Pronóstico reservado

Max  empieza a contar su historia como si se tratara de otra carrera, pero esta vez la meta a alcanzar era su  propia  vida: “A mí me operaron en 2014 de un cáncer, un condrosarcoma en la pelvis —en una cirugía que duró siete horas—. Pensé que jamás me iba a volver a levantar, que no iba a volver a caminar, que iba a quedar en una silla de ruedas, pero me propuse  salir adelante y demostrar que las limitaciones están solo en la mente”. 

Él, que es médico general y dedicado al área de  cuidados intensivos,   admite hoy en día que ya no ejerce, que “los médicos somos muy reacios a muchas cosas y les lavamos la cabeza a nuestros pacientes para que no hagan esto o no hagan aquello”.  Los mismos médicos le decían que iba a ser muy difícil  volver a caminar:  “Pero  cada vez que yo iba a control y caminaba, el médico que me operó decía: ‘Te veo muy bien, sigue adelante’”.

Confiesa que como profesional de la medicina  en un principio estuvo pegado a lo que dictaminaba la ciencia. “La primera vez que me diagnosticaron  cáncer fue  en 2009, pero esa vez fue una recepción muy pequeña, en el lado derecho. La segunda vez fue en noviembre de 2014,  cuando me encontraron el cáncer en el lado izquierdo, me hicieron rápido los exámenes, para  poderme operar en diciembre, el tumor estaba bastante grande. El pronóstico era reservado”.

“Mi esposa   y mis hijos  me ayudaron mucho, mucho, mucho. Es muy difícil”, dice, y contiene el llanto. “Durante la recuperación siempre me recordaron lo que yo les decía cuando eran pequeños: ‘Procuren llegar lo más alto posible. no luchen para quedarse a mitad del camino, porque así no lograrán ninguna meta’, y me motivaban: ¡Ánimo, papá! Tú puedes y vas  a aplicar lo que nos enseñaste a nosotros”.

Max y Patricia tienen cuatro hijos, una es Paola Andrea, del primer matrimonio de Patricia,  y están Manuel Felipe, Samuel y Rafael, todos veinteañeros. “Nos tocó fortalecernos mucho como familia. Él por ser médico solo creía  en lo que decía la ciencia, pero le dábamos ánimo de que hay algo más alto que es Dios,  y hay que proponérselo y salir adelante. Fueron días  muy difíciles, de estar horas y horas en la clínica, al lado de él, en su cama, para no dejarlo solo”, dice su esposa.              

La lucha contra la enfermedad

Patricia cuenta que su esposo no presentó ningún tipo de síntoma. “Fuimos a hacerlo  revisar de  la próstata, porque su abuelo había padecido de cáncer en esta, pero le resultó fue un tumor en la pelvis”.

 Max recuerda su terminología médica, al emitir su propio diagnóstico: “Este cáncer es únicamente de recepción quirúrgica, no necesita de quimioterapia ni de radioterapia, así sea la más maligna de las versiones. La causa no se sabe, como cualquiera de los diferentes tipos de cáncer, es desconocida”.

Acepta que para él era limitante en todo sentido, “yo vivía de trabajar, de hacer turnos, vivía prácticamente en las clínicas”. “Trabajaba 360 horas al mes”, le recuerda Patricia. Y él  asiente con su cabeza y continúa, embargado por la  emoción: “La enfermedad me enseñó que hay otras posibilidades, que la vida es una sola, que hay que vivirla y no encerrarse solo a trabajar y a trabajar, porque no  vale la pena y se pierde uno de muchas cosas”.

Entonces, ya de frente a su diagnóstico, Max, que solo había tenido por deporte montar bicicleta hacía muchos años, comenzó a hacer fisioterapia. “En un principio no podía sentarme ni estar de pie por  más de cinco minutos por el dolor y por la sensación de impotencia. Por la cirugía hubo que hacer una reconstrucción muy amplia de  pared abdominal, no  podía montar bicicleta, no podía jugar fútbol,  no podía hacer deporte, pero sí podía caminar”.

 Patricia lo mira con una admiración y una complicidad únicas, mientras dice: “Es muy perseverante en lo que se propone, para la muestra, nuestros 30 años de matrimonio”.

Ella ha sido su aliada. Cambió junto a él y a sus hijos de alimentación. “Hay alimentos que nutren solo las células malignas y no te dan lo que tu cuerpo necesita. Eliminamos los embutidos y los enlatados que afectan los radicales libres y la oxigenación y yo le hago batidos de papaya, de zanahoria, remolacha. Nuestros hijos le dan mucho ánimo,  aman a su papá”.

Max se da aliento incluso a sí mismo: “Este tipo de cáncer tiene una supervivencia del 80 % en diez años, en el grado uno, que es el que yo tengo, pero eso no implica que no tenga que estar en controles permanente. Pero las limitaciones están en la mente. A mí me impulsó mucho la frase de Walt Disney que dice: ‘Si lo puedes soñar, lo puedes lograr’”.

El médico que ha visto a  Max, el ortopedista y oncólogo  Daniel de La Vega —“de una gran calidad humana”, enfatiza Patricia— en la primera cirugía que le practicó, le dijo: “Es más fácil que tú te divorcies de Patricia a que me dejes a mí”. “Pero no fue así”, dice ella.

 “En cualquier religión te dicen que en el matrimonio hay que tener mucha paciencia. Cuando tu pareja enferma, el carácter le cambia y ahí es donde uno se pregunta: ‘¿Por qué te voy a dejar ahora, cuando hemos estado juntos tantos años? ¿Dónde está el amor que nos tenemos?’. Patricia conoció a Max cuando él  hacía prácticas en el Hospital de Cañaveralejo y la atendió por un problema de  várices, la llamó luego    a su  casa y a los tres meses ya se  habían  casado; cumplieron 30 años  el 1 de enero.

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