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Conozca a los hombres y mujeres que quieren cambiar a Siloé

Varios líderes sociales y un intendente de la Policía están convencidos de que la Comuna 20 puede ser un lugar mejor.

16 de agosto de 2016 Por: Yeffeson Ospina | El País.

Varios líderes sociales y un intendente de la Policía están convencidos de que la Comuna 20 puede ser un lugar mejor.

Leydi Johana tiene 26 años y tres hijos. El padre del primero de ellos debió huir, desaparecer, para evitar ser asesinado.  Ella, Leydi, dice que por la guerra. Las pandillas que no cesan allí, en el barrio que habita: Belén, uno de los once barrios construidos en contra de la gravedad en las montañas del Oeste de Cali, en esa zona que todos conocen como Siloé.  

El padre de sus otros dos hijos, Omar, se acercaba a un destino semejante. La guerra, como ellos la llaman, gravita en todas partes, en todas las calles del barrio. 

Una pandilla que está a varias calles de  la casa en que viven Leydi y Omar se enfrenta desde hace varios meses con la pandilla de este lado. De tarde en tarde las balas cruzan de un lado a otro, las piedras, grupos de jóvenes de entre 10 y 25 años corren con puñales en sus manos.

Omar no ha querido hacer parte de eso, pero su hermano ya está involucrado y eso, de algún modo, lo involucra a él.

“Sé por dónde debo moverme, por dónde caminar para evitar que me hagan algo. Pero mi hermano está metido en esa guerra y no puedo dejarlo solo”, dice Omar, que tiene 24 años y el dorso y los brazos cubiertos de tatuajes. 

Sentado en una pequeña mesa de cemento junto a varios de sus amigos, Omar me explica cómo empezaron los enfrentamientos. Los de 'La 21', la pandilla del lado que habita Omar, tuvieron un problema con 'los Mina', la otra pandilla. Hubo un muerto de 'los Mina' y el hijo de ese muerto ahora busca venganza. 

Pero él, Omar, trata de mantenerse al margen. Hace dos años, junto a Leydi y a otros 25 jóvenes, hizo parte de un proyecto de formación para el trabajo con un grupo de fundaciones que constituyen el Colectivo 20,  una organización que se dedica a tratar de evitar que otros jóvenes hagan parte de las pandillas en la Comuna 20. 

Leydi y Omar aprendieron peluquería y ahora tienen su propio negocio en la sala de su casa.  “Pero mi hermano está metido en esa guerra, y no puedo dejar que le pase nada”, repite Omar, como asediado por una fatalidad. 

*** 

Einson Valenzuela, líder de la fundación Juventud, Arte y Vida, que enseña disciplinas artísticas a niños y adolescentes del barrio Siloé, en la Comuna 20, me dice que la violencia se va alimentando de ese modo: un asesinato aquí  hace que el hijo o sobrino o primo o hermano del muerto quiera vengarlo. Entonces se une a la pandilla y se enfrenta a la otra, hasta que logra consumar la venganza y del otro lado otro hijo o sobrino o primo o hermano quiere hacer lo mismo. 

Francy Muñoz, quien trabaja para la fundación Amor por mi Nación y ha vivido toda su vida en la comuna 20, es un poco más literaria: “la violencia aquí es como una fatalidad, como una herencia. Va pasando de padres a hijos y así, indefinidamente”. 

Ambos coinciden, sin embargo, en que hay otras cosas en juego. Ciertas pandillas controlan la venta de droga en determinadas zonas de la comuna y los conflictos con los otros grupos se dan para mantener el dominio del negocio. Otras hurtan en el barrio vecino y la pandilla de ese barrio, entonces, asume el papel de defensora. 

Einson trata de entender, trata de explicar. “Son jóvenes que están por ahí, sin mucho para hacer, que vienen de familias rotas, que no han conocido a su padre y su madre trabaja durante todo el día. No es que pasen hambre ni sean muy pobres, les falta afecto, amor y un proyecto de vida”, dice. 

Porque las pandillas nacen espontáneamente, de pronto. En zonas como la Comuna 20 de Cali, en donde entre el 2010 y el 2015  se registraron un total de 683 homicidios, más de 100 por año, se requiere muy poco para que surjan dos pandillas y una guerra entre ellas.

Si en una fiesta nocturna dos jovencitos de calles diferentes pelean por algo, por demasiados tragos, por un empujón, por lo que sea, aquello será el inicio de un conflicto. También puede ser porque un chico conoce a una chica de la calle equivocada. O, también, porque es aficionado del equipo contrario. 

[[nid:567071;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/563x/2016/08/aficiond3agos9-16n1photo01.jpg;full;{Michael Steven, quien alguna vez perteneció a una banda delincuencial, ahora tiene un taller de mecánica de motos en la Comuna 20. Bernardo Peña | El País.}]]

Ahora mismo, que se sepa, puede haber alrededor de 20 pandillas, sin contar las bandas criminales organizadas. 20 pandillas en 11 barrios. Casi dos por barrio. 

“Lo que nosotros tratamos de hacer es tratar de evitar que los chicos lleguen a esos grupos, que ellos mismos los formen. Les ofrecemos un lugar al cual pertenecer que es básicamente lo que buscan al buscar una pandilla”, dice Einson. 

***

En el costado oeste del barrio Siloé hay una pandilla que se hace llamar 'El Muro de Berlín'. A alguno de los jóvenes que la componen se le ocurrió el nombre porque el sitio en el que suelen reunirse es una esquina en la que hay un muro de contención que evita que el terreno de varias casas se vaya a pique. 

A unos cien metros de ellos, entre casas pequeñas, calles aún más pequeñas, ondulaciones de montañas, hay otra. Se llama 'La Amistad' y entre ellos y los  del 'El Muro de Berlín' se inició una guerra hace algunos meses. 

El intendente Jesús Arboleda, quien trabaja hace 9 años en Siloé y juega ajedrez y fútbol e invita de cuando en cuando a los jóvenes de las pandillas a tomarse una gaseosa como una forma de acercarse a ellos, cuenta cómo inició esa otra guerra.

Un miembro de 'La Amistad' quiso iniciar la venta de drogas en la zona dominada por 'El Muro de Berlín'. Estos se negaron, hicieron salir de esa zona al otro y, días después se iniciaron los tiroteos. 

Arboleda, quien puede acceder a cada una de las pandillas y tiene diálogo directo con los jóvenes, trata ahora de mitigar el conflicto.

Se reúne en cada uno de los barrios con los jóvenes de esos grupos. Él, también, trata de entender. “En el fondo lo que uno ve son familias descompuestas, chicos que no han tenido ejemplos, a los que no les han ofrecido nada más que la calle”.

Michael Steven, de 21 años, es la materialización de esas afirmaciones. Nació en Siloé. No conoció a su padre. Sus tíos y sus hermanos hacían parte de pandillas, algunos, de bandas criminales fuertes. A uno de sus tíos lo mataron cuando él tenía 13.

Entonces se dijo que no iba a estar tranquilo hasta que vengara esa muerte. Hizo parte de una banda criminal durante muchos años.

Hace dos, invitado por Francy Muñoz, decidió salirse del grupo y empezar a hacer varios cursos de mecánica de motos en el Sena. 

Hace tres meses pudo establecer, junto a otros expandilleros, un taller de motos en la zona de los Guayabales, al costado sur de la Comuna 20. 

Michael Steven tiene tres hijos. Las cosas en el taller han ido evolucionando bien, salvo que hace varios días que algunos hombres que pertenecen a una banda con la que él se había peleado antes, han estado rondando, lo que ha obligado a mantener el taller cerrado por varios días. 

“El pasado, que a veces no quiere dejarlo a uno”, dice. 

***

Einson, Francy y el intendente Arboleda son incansables. No dejan de ser personas un tanto extrañas, héroes que terminan por no ser del todo comprendidos. 

Einson y Francy han vivido toda la vida en la Comuna 20. Ambos, también, han padecido las durezas de sus barrios: Einson alguna vez debió salir de su casa junto a su familia hacia otro barrio luego de ser amenazado por un grupo delincuencial. 

Hace algunos meses, el hijo de Francy, de 15 años, fue golpeado cuando salía de su colegio luego de que se encontrara, camino a casa, con un grupo de jóvenes que viven en una la calle de la pandilla contraria a la que hace presencia en la zona en que vive Francy.  Ambos dicen lo mismo: “si les damos a estos chicos un proyecto de vida, si les damos una alternativa, esta violencia se puede frenar”.  Conmueve ver la fe con la que lo dicen, la convicción de hierro que ponen en sus palabras. “Si uno quiere cambiar el mundo, tiene que empezar desde abajo, desde su propio barrio”, termina Einson.

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