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Bicialbergue: embajada ciclística del mundo en Cali

Conozca como una modesta casa, ubicada a orillas del río Meléndez, se convirtió en el hogar de cientos de ciclistas de todo el mundo que llegan a Cali durante todo el año. Ruedan las historias.

27 de mayo de 2011 Por: Por Alda Mera | Reportera de El País

Conozca como una modesta casa, ubicada a orillas del río Meléndez, se convirtió en el hogar de cientos de ciclistas de todo el mundo que llegan a Cali durante todo el año. Ruedan las historias.

Una modesta casa a orillas del río Meléndez, con huerto incluido, es la embajada del mundo en Cali. Toda una diversidad cultural, lingüística y étnica confluye en un remolino de experiencias de paseantes de diversas nacionalidades, pero unidos por un amor de dos ruedas: son viajeros del orbe en bicicleta.Alemanes, holandeses, americanos, franceses, suizos, neozelandeses, argentinos, australianos, polacos, españoles, belgas, vascos... todos encuentran en la casa de Hernán Miller Yunde Villano el calor de hogar que dejaron, mientras van pedaleando de continente en continente.Todo empezó en 2007 con Tomás, un electricista polaco que iba en cicla por la Calle 5 y preguntaba por la vía a Yumbo. Y Hernán, un ciclista consumado que sabe los avatares de andar en bici, invitó a Tomás a su casa, tomar una ducha, descansar y si quería, quedarse hasta el día siguiente para reemprender su camino. Al calor de una comida normalita, el polaco le sugirió que si quería ayudar a más ciclistas, incluyera sus datos en Internet.Y así fue como apareció la web La Casa de Cicloturista Cali, un albergue para ciclistas del mundo al estilo de los de Latinoamérica o Europa. O mejor, dice Erin Syth, una joven estadounidense que pernoctó con su esposo, Alan Turnquist, en casa de Hernán: “Aquí se puede compartir como en una familia. Todos tienen que ver con una bicicleta”.Lo dice en su español aprendido a lo largo de Centro América, mientras mira a su joven anfitrión y a Lorenzo Rojo, un vasco que salió a recorrer América Latina en dos ruedas durante año y medio y lleva 14 años rodando por el mundo. Tan diversos como ellos son los motivos que han llevado a 200 viajeros en cuatro años a La Casa del Cicloturista de Hernán, auxiliar audiovisual en la Universidad San Buenaventura. Como Alan y Erin, que se casaron en Wisconsin, EE.UU. hace un año, un día antes de tomar la Panamericana para conocer la diáspora cultural de México a La Patagonia.La pareja pasó de largo por Cali, porque prefiere el campo y los pueblos. Pero su bicicleta doble tandem se dañó en Piendamó (Cauca). Les tocó pedir la pieza a su familia en su país. Como no la podían esperar en la carpa a campo abierto, se devolvieron al bicialbergue de Hernán. Una dirección fija les permitía recibir el repuesto y seguir hacia Ecuador.Lorenzo (Lontxo en vasco), quien conoce las casas de bicituristas del mundo, destaca la hospitalidad de Hernán y su familia. Él dejó su aula de profesor de lengua y literatura básica en España e hizo del planeta su casa. Y luego de conocer los cinco continentes, volvió porque acá se siente como en casa.Y la casa de Hernán está lejos de ser un hostal. Pero brinda servicios que ningún hotel cinco estrellas ofrece: desayuno con chocolate preparado con el cacao que cultiva y huevos de las gallinas del corral. O sorbete de zapallo – una receta tan caucana como sus padres–. La hortaliza se da salvaje en el patio de atrás donde sus viajeros arman sus carpas para dormir.En casa de Hernán las puertas siempre están abiertas. No hay horarios o falta de disponibilidad como en otros sitios. Si van de rumba, como los holandeses que vinieron a aprender a bailar salsa, él les da copia de la llave para que no despierten a nadie. No hay tarifas: cada quien puede aportar para comprar los alimentos. Y no hay ‘room service’ sino autoservicio. Lo más valioso para Hernán es la amistad eterna que queda abierta, más valiosa que las dádivas que sus hermanos de ruedas le dan en señal de gratitud.En la Casa del Cicloturista de Hernán no hay libro de contabilidad sino una minuta de testimonios y agradecimientos escritos en euskera (lengua vasca), ‘spanglish’, francoespañol, germanoespañol y una mezcla idiomática inverosímil en diversas caligrafías acompañadas de sus fotografías con un denominador común: todos con su compañera inseparable de viaje: su bicicleta.Ese es como un libro de los tesoros para Hernán. Cada huésped lo hojea, reconoce con el que se cruzó en China, en Bolivia, en Andorra, en el rincón X... En sus páginas Lorenzo supo de Andoni, un joven vasco y su esposa belga, Alice, que conoció en Turquía en Navidad de 2004. Y se los reencontró en Pasto montando una bicitanden doble y remolcando un coche de bebé, una especie de cuarto infantil de su hija Maia.La pareja, que le aconsejó a Lontxo ir donde Hernán, le contó que había viajado durante tres años, tres meses y tres días y habían vuelto a Bruselas, donde nació Maia, hoy de 3 años, “la visitante más pequeña”, dice Hernán. Ahora Alice tiene cuatro meses de embarazo, pedaleará dos meses más y la familia regresará a Bruselas para el nacimiento del bebé.En este reencuentro espiritual con compañeros casuales de viajes gracias al cuaderno de Hernán, Lontxo supo de Pierre, un francés que a sus 65 años recorría el mundo en un triciclo reclinado hacia atrás, como en una siesta permanente.“Lo conocí en Quito. Su triciclo tiene hasta páneles solares para cargar la batería de su GPS y su computador, se viste como explorador con brújula, termómetro, mapas. Es barbado, de pelo largo, muy amable, cómico habla solo y sabio: trabaja para la Agencia Espacial Francesa. Es todo un personaje”, dice el vasco.Hernán recuerda con afecto a Pierre y a todos sus huéspedes. Como al sacerdote brasileño Valdir, que colgó sus hábitos. Precisamente, hace un año recibió una llamada de la hermana de Valdir que le quería agradecer todas las atenciones que le había brindado al religioso. Valdir había muerto en su carpa en México y en su diario mencionaba con cariño a Hernán y su familia de Cali.Y es que este joven caleño está dispuesto a hacer lo que sea para brindar bienestar a sus compatriotas de vehículo. “Una vez llegó una pareja argentina, pero en un viejo Renault 4. Igual les brindamos posada y comida, pero me preocupó que el carro quedara afuera porque allí tenían su casa: ropa, mantas, ollas, platos, todo, lo que se les perdiera era un daño para ellos: entonces quité las bisagras de la puerta principal y el carro desfiló por este pasillo hasta el fondo, quedando solo 4 cms. a lado y lado”, recuerda sonriendo.Así viven los amantes de la vida en dos ruedas. Reconocerse en cualquier rincón del mundo como hermanos de mentalidad ambientalista de razón y conciencia ecológica de corazón, que les facilita renunciar a lujos o cargos, títulos u honores que inflan el ego, para viajar sólo con lo estrictamente necesario y enriquecidos en experiencias de vida e inflamados el corazón de alegría y amor por los demás.

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