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Beto, el caleño que puso a 'tirar' paso a los japoneses

Este artista chocoano criado en Cali logró llevar a lo más alto la salsa caleña en el Japón. Con esa carga de sueños se fue para Japón. Ahora su grupo estará en esta ciudad.

5 de septiembre de 2010 Por: Luiyith Melo García | Reportero de El País

Este artista chocoano criado en Cali logró llevar a lo más alto la salsa caleña en el Japón. Con esa carga de sueños se fue para Japón. Ahora su grupo estará en esta ciudad.

Soñó con desafiar samurais a un duelo de pasos en una pista de baile armado del Cali Pachanguero y someterlos a punta de patadas rítmicas y golpes de boogalú. Soñó una discípula como Megumi. Con rumbearse una nueva vida en una cultura extraña, salpicada de geishas. Con abrazar la cima de ‘El sol naciente’ como no lo había hecho ninguno otro de su generación.Con esa carga de sueños Beto García se fue para Japón. A ciegas, sin saber japonés. Sin idea clara de a qué iba y qué se iría a encontrar. Pero con la certeza de hablar el lenguaje universal del baile para hacerse entender. Y conquistar ese mundo.De eso hace ya cuatro años. Un empresario japonés, esposo de una colombiana quería montar una academia de baile en Tokio, pero ‘con el tumbao que tienen los caleños al bailar’, porque quedó fascinado con los pasos de Swing Latino, en el congreso mundial de salsa que se hizo en el 2006 en Puerto Rico.Beto fue el elegido. Mejor, fue el único que se le midió al desafío de ir a conquistar al Japón con su sabor latino. Él, casi un niño, un joven negro de 19 años, que antes de los 10 se había venido de su natal Chocó a Cali, cargado de mapalé en sus caderas y ritmos africanos por todo su cuerpo. Él fue el único que en medio de la incertidumbre aceptó el reto. Y convenció después a su pareja de baile, Liliana Carmona, de que también se fuera.Lo único familiar que encontró en Tokio fue el nombre de la discoteca donde tiró sus primeros pasos: Copacabana. Un bailadero situado en ‘Roppongi’, una zona de rumba que es como el Juanchito caleño de Tokio. Allí hay discotecas americanas, europeas, asiáticas y de todos los ritmos. A Copacabana, Beto llegó a dar su primera clase de salsa caleña, porque aún no estaba lista la sede de la academia.Todo fue una aventura. “Las personas que hicieron la academia no tenían ni idea del baile, era gente de la vida normal apenas con ganas de hacer empresa”, recuerda. Cuando llegó a dar su primera clase no había ni un estudiante. La gente estaba interesada en bailar salsa de Los Ángeles o de Nueva York que es más un baile de salón y se sustenta en los primeros pasos de la clave (pam pam... pampam). “Pero nadie sabía de la salsa caleña que es más rápida y juega con los ochos pasos de la clave”, explica Beto, desde Japón.Así que había que motivar al público y reclutar voluntarios para la academia. En ese momento conoció a Megumi. “Le dijimos que se metiera a la lección y que probara a ver cómo le iba”. Fue difícil para ella, porque la salsa caleña es rápida. Fruko y sus Tesos repicaban al fondo. Megumi decía que “por qué eso así tan rápido”, que “así una persona no aprende a bailar”. Sus ganas de aprender se enredaban en los pasos ligeros de su maestro.Entonces a Beto le tocó cambiar de método y hacer la coreografía más lenta, más ceñida al ritmo japonés. Apareció Son de Cali con una introducción más suave y una explosión de timbales después. Así logró conservar a su primera alumna que luego se convertiría en su mejor bailarina y cuyos pasos tan rápidos como el bailao caleño ya no podría detener. Meses después llegó Akio Kimura, el parejo de Megumi y con quien ella contraerá matrimonio en los próximos días. Le dicen ‘Nori Nori’, que es el alias que los japoneses le tienen a quien siempre se mantiene contento. Algunos como él llegaban entusiasmados a probar el ‘bailao’ caleño, pero muy pocos se quedaban. Los primeros pasos fueron duros. La jornada de trabajo de Beto empezaba a la 1:00 de la tarde y terminaba a las 10:00 de la noche. Pero si daba dos clases en esas nueve horas era mucho. No había alumnos y el futuro no era halagador. Por eso, Liliana Carmona, su pareja, no aguantó el primer año y decidió devolverse para Colombia. Beto se quedó esculpiendo sus sueños.Un año después, su tiempo estaba copado con estudiantes. Daba una hora de clase y descansaba media. Durante el descanso aprovechaba para aprender japonés. Llevaba un cuaderno y cada día aprendía cuatro o cinco palabras. A punta de gestos los estudiantes le ayudaban, sobre todo las alumnas que se interesaban por él más allá del baile. “Es que el amor asiático es más tranquilo y dedicado”, comenta. Así aprendió a hablar japonés. No lo escribe porque es más difícil y no es indispensable para su trabajo. Aprender el idioma le sirvió para seguir enseñando cuando no pudo hacerlo con sus pasos sobre la pista de baile. Beto se lesionó de sus rodillas por estar día y noche parado y bailando. En las mañanas, que era su tiempo de descanso, se dedicaba a ensayar con Liliana Carmona que en 2008 había regresado a Tokio, para participar en el Festival Mundial de Salsa, en Beijin (China). Y en las tardes y parte de la noche tenía que estar en la academia. El premio de ese esfuerzo fue lograr el campeonato mundial de baile por parejas ese año en la capital china. Pero también se ganó una lesión que lo tendría dando clases sentado durante casi un año.Un médico japonés le dijo que la única cura para su problema era dejar de bailar por un largo tiempo y levantar las piernas sobre la cama durante tres o cuatro horas diarias, si no quería quedar inválido.Pero el contrato de Beto en Japón no le permitía darse ese lujo. “No podía porque la cultura japonesa es muy ‘kabishii’ (muy exigente), tenía el Congreso de Salsa en Japón ese año, mi compañera Lilliana no estaba y yo no podía dejar de trabajar”.Así que sentado y con las rodillas envueltas en esparadrapos, siguió dando clases. Megumi era su apoyo, le preparaba todo el montaje y le ayudaba en la clase, mientras él daba instrucciones en japonés. Así se la pasó todo el 2009.Su gran recompensa fue llevar cinco parejas de su grupo Sabor Latino al Congreso de Salsa de Miami, en agosto de ese año. Japoneses bailando salsa caleña, haciendo malabares en el aire, enredando y desenredando pasos frenéticos como si estuvieran en Juanchito. Moviendo las caderas y los hombros con el swing afrocaleño que aprendieron en un salón de Tokio de la mano de un negro chocoano.En Miami no lo podían creer. Todos sabían que alguna vez existió la Orquesta de la Luz que tocó ‘salsa caliente del japón’ en la voz de Nora, en los 90. Pero nadie se imaginaba a un grupo de japoneses bailando salsa en las grandes ligas como lo hacen hoy los mejores del mundo.Bueno, lo sabía el puertorriqueño Albert Torres, uno de los organizadores del Congreso que estuvo varias veces en Japón con Beto y su Sabor Latino, los vio ya mayorcitos y los invitó a Miami. Pero fue una sorpresa para Argemiro Cortés, secretario de Cultura de Cali, quien estaba allí, en medio de la ovación del Nightclub de Alcazaba, y en el grupo nipón sintió el sabor latino de la salsa de su casa. No había duda, Beto y sus japonesitos deberían venir este año al Festival Mundial de Salsa en Cali (del 17 al 19 de septiembre), porque en sus pasos pudo saborear el sabor caleño de la salsa. Después de cuatro años de estar en Japón, sin haber venido en ese tiempo a la ciudad y con una obra que mostrar, Beto no dudó un momento en aceptar la invitación.El aire le huele a “caña, tabaco y brea”, la boca le sabe a sancocho porque ya está cansado de la ‘tempura’ (camarones envueltos en berenjena, calabaza y zanahorias). Y viene hablando japonés, con Megumi, ‘Nori Nori’, Akio y siete más.De la lesión de sus rodillas no está curado del todo. Mantiene una rodillera siempre para bailar. Pero no importa. El sueño japonés se le hizo realidad.

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