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Wilson Chica es otro de los tantos ejemplos de persistencia y pujanza que le dan vida a la región: nació en el barrio Sucre de Cali, fue atleta nacional y se formó como licenciado en Educación Física de la Univalle. | Foto: Especial para El País

Valores vallecaucanos: Wilson, el gestor que se la juega por la cultura en La Cumbre

Wilson Chica es un gestor cultural que no escatima esfuerzos. Por las mañanas, se convierte en conductor de Uber para destinar recursos a las urgencias de la Casa de la Cultura que él dirige.

19 de noviembre de 2017 Por: Especial para El País 

A las cuatro de la mañana, cuando el tráfico en Cali casi apenas corresponde al del servicio público, al de los buses del MÍO que empiezan a salir de sus estaciones, al de los trabajadores que madrugan a marcar tarjeta y al de los taxis que terminan turno de trasnocho, Wilson Chica empieza a recorrer la ciudad en su automóvil gris a la espera de clientes.

“Siempre lo mejor de Uber es en la madrugada”, dice, explicando el comienzo de sus rutinas como esporádico conductor de la plataforma (generalmente hasta las 7:30 a.m.), ya que su trabajo de tiempo completo está en la Casa de Cultura del municipio de La Cumbre. Él es su director.

“En la Casa de la Cultura hay que resolver cositas todos los días. Si hay diez mesas sin armar en la biblioteca, no podés dejarlas tiradas solo porque no tenés 5 mil para los tornillos”, cuenta Wilson, que se autodefine como un hombre impaciente: “Tenés que ser impaciente para hacer la gestión, pero paciente para obtener resultados”.

La impaciencia, pues, en parte es su motor. El dinero que consigue en Uber lo destina a solucionar los asuntos más urgentes del ente cultural, y así queda más tranquilo sabiendo que en vez de esperar una licitación por 50 mil pesos, puede salir a conseguir los recursos más rápido.

Por ejemplo, en La Cumbre actualmente hay dos profesores de música; la Alcaldía paga uno y Wilson, con su rebusque, paga el otro. Después de lograr varios viajes de pasajeros en la madrugada, su destino siempre es el mismo: atravesar los 25 kilómetros que hay hasta La Cumbre para llegar a su oficina.

Haciendo cálculos, mensualmente invierte unos 800 mil pesos de su bolsillo poniendo en marcha distintas gestiones culturales. Pero no es una cuenta de cobro, aclara. Es una contribución sin esperar nada a cambio. “Es mi aporte. No voy a ponerle cuidado a 30 mil pesos diarios. Sería como contar cuánto se gastó mi entrenador de atletismo dándome de comer a mí cuando niño. Lo único que tiene es la satisfacción de haber formado a una buena persona. Yo me formé así y pretendo actuar de la misma forma”.

A sus 48 años Wilson es un hombre robusto, de pecho amplio y rostro de mirada vivaz. Mide 1 con 81 y conserva la agilidad del atleta que fue en otra juventud, cuando llegó a integrar la selección colombiana de atletismo. Y aquello se hace evidente en los pasos que da por los recovecos de la Casa de la Cultura, un edificio de dos plantas compuesto por un laberinto de oficinas en el centro del municipio.

Mientras va de un lado a otro en la solución de inconvenientes de distintos tamaños, suda continuamente debido a las preocupaciones, el afán y su característica impaciencia. Pero a pesar de las carreras, la suya es una labor silenciosa: “Si vos amas tu profesión, sabes lo que tenés que hacer”. Superar adversidades es un hábito en el que tiene experiencia. Nació en Cali y se crió en el barrio Sucre junto a su madre, Luz Marina Arteaga, cabeza del hogar que mantuvo hasta que murió; para entonces Wilson tenía 19 años y estudiaba Educación Física en la Universidad del Valle. Ese pudo ser un punto de inflexión, pero no: “Afortunadamente me rodeé de gente que me mostró el camino”.

Esa gente, termina de explicar al resumir su vida, fue gente del deporte y la cultura, “esa que siempre trabaja más por amor que por dinero”, reflexiona. Y así fue como se terminó de enrutar en la vida, vinculándose a las escuelas de deporte y arte del Departamento, y accediendo al apoyo de instituciones públicas (Coldeportes lo becó con una maestría en Cuba) que le permitieron, con el tiempo, convertirse en lo que es hoy, un gestor cultural con el pie siempre puesto en el acelerador.

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