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EDUCACIÓN

Valores vallecaucanos: El amor por educar que brota en el tacto de la profe Raquel

Raquel Vidarte es una de esas docentes que van mucho más allá de los límites de las aulas, para convertirse en maestras de la vida. Cuando Úber Stiven, un alumno invidente, llegó a su salón para cursar séptimo, ella se dio a la tarea de inventar una herramienta para que él pudiera aprender matemátcas en un colegio del centro del Valle.

3 de diciembre de 2017 Por: Redacción de El País

La profesora Raquel Vidarte todavía se eriza cuando recuerda una de sus clases de matemáticas de hace un par de años en la Inmaculada Concepción, de Ginebra: los estudiantes debían exponer sobre cuerpos geométricos y ese día era el turno de Úber Stiven Naranjo. El joven salió al frente con la figura que le correspondía e hizo una presentación perfecta captando la atención de sus 46 compañeros; la tarea sin embargo no tenía la misma consistencia para él: una retinopatía prematura lo había dejado ciego a los seis años.

Se eriza también cuando piensa en la actitud de ese muchacho cada vez que en las actividades del colegio sonaba el himno nacional. Con la espalda derecha y las manos a los lados, Úber lo entonaba como si se tratara de su canción favorita. O tal vez lo es. Úber ha escuchado ese himno todas las veces que ha representado al país en competencias internacionales de atletismo, de las que guarda varias medallas de oro. Desde hace cuatro años inició su carrera como deportista paralímpico y hoy es uno de los más destacados en el Valle del Cauca.

Pero este no es el relato de una gesta deportiva sino de una clase de matemáticas. Aunque viéndolo bien, la raíz es la misma: la fe y el esfuerzo por alcanzar una meta. Cuando Úber ingresó a la Inmaculada Concepción a cursar séptimo grado, Raquel tuvo que replantear su estrategia para enseñarle: “Usábamos mucho el tacto, yo le daba las clases en la palma de la mano. Mis horas libres trabajaba con él para explicarle los temas antes de verlos con el resto. En los exámenes le dictaba las operaciones para que las escribiera en braille y luego me leía las respuestas. Le fue muy bien, era un muchacho muy juicioso”, cuenta la profe.

El segundo reto surgió en octavo. El tema principal eran las ecuaciones y Úber no lograba comprender eso de que se mezclaran los números y las letras. Tras múltiples jornadas de lectura sobre la enseñanza a personas invidentes, Raquel tuvo una idea: ¡monedas!, podía enseñarle álgebra con monedas de diferentes valores para que él supiera diferenciar las variables. Y así, dos semanas después de empezar, el álgebra fue otra conquista para los dos.

El reto mayor apareció en noveno: graficar funciones lineales y exponenciales en el plano cartesiano. “Como el papá era carpintero, le pedí que me mandara una tabla. Una amiga me ayudó a dibujar el plano y mi esposo le clavó dos tornillos distintos para que Úber diferenciara los ejes. Dibujamos la cuadrícula y en cada intersección abrimos un huequito. Para graficar, él hacía las operaciones en braille y luego ubicaba bolitas de plastilina en los huequitos según los valores obtenidos. Al final podía sentir la figura que había formado y se sentía feliz”, cuenta la profe.

Esta semana Úber Stiven terminó el bachillerato. Y hace unos días sorprendió a la profe en los pasillos del colegio con una noticia: “Profe, imagínese que me fue muy bien en el Icfes, y mi puntaje más alto fue en matemáticas…”

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