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La pesca en el Pacífico colombiano se encuentra entre la riqueza y el olvido

Desaparición de empresas, altos costos e inseguridad afectan hoy ese sector. Las crecientes importaciones desestimulan la actividad.

24 de marzo de 2013 Por: Redacción de El País en Cali y Buenaventura.

Desaparición de empresas, altos costos e inseguridad afectan hoy ese sector. Las crecientes importaciones desestimulan la actividad.

Las instalaciones de Copescol, una de las empresas pesqueras más antiguas de Buenaventura, son hoy apenas un recuerdo. Sus bodegas, ubicadas a orillas del estero San Antonio, se utilizan ahora para almacenar carbón. Un depósito que poco a poco está contaminando el estero.De Bahía Cupica, la mayor empresa pesquera del Pacífico de finales de los 90 y principios del 2000, no queda sino un aviso apenas visible desde el puente de El Piñal. La compañía fue cerrada en el 2008 luego de su intervención por parte de la Dirección Nacional de Estupefacientes, DNE. Llegó a tener 50 barcos pesqueros, y a pesar de las promesas del Gobierno de reactivarla, su naufragio es casi seguro. Similar suerte han corrido Arpecol, Inpesca, Marcol y Pescol, que hace dos décadas formaban parte de la cadena pesquera del Pacífico. Todas desaparecieron, y con ellas 16.000 empleos y más de 30.000 toneladas anuales de pescado. Hoy, con el comienzo de la mejor temporada de consumo de pescado por la Semana Mayor, la paradoja del sector es inmensa. En El Piñal existe un cementerio de pequeños barcos anclados en el olvido. Muchos están atrapados por el óxido, tras haber navegado en un mar de dificultades. El estigma del narcotráfico también ha sido responsable de la crisis. Una crisis que se mide en cifras: Hoy, las importaciones de pescado duplican la producción en el Pacífico. El panorama preocupa. De 35 empresas de pesca industrial, apenas quedan dos: San Francisco y C.I. Maquila, que exportan a Europa y Estados Unidos. El resto de la cadena la componen unas 15 firmas comercializadoras. La baja rentabilidad, la inseguridad, la competencia de las crecientes importaciones de pescado —especialmente de Vietnam, China, Ecuador, Panamá, Perú y Argentina— y los elevados costos de los combustibles tienen en jaque a esa industria.“En estas condiciones es muy difícil trabajar. El Gobierno debe ponerle la cara al mar y no la espalda para que no suceda lo mismo de San Andrés”, sostiene Judith Segura, presidenta de la Asociación Colombiana de Industriales y Armadores Pesqueros, Acodiarpe.En efecto, hoy ese gremio posee 75 naves entre camaroneras y de pesca blanca, pero sólo entre 15 y 20 zarpan a diario. El resto permanecen ancladas. Los dueños de las embarcaciones deben lidiar con altos costos de operación, el 60 % de ellos representados por combustibles.Una faena de entre 15 y 20 días utiliza entre 7.000 y 8.000 galones de diesel, y sumando víveres y otros gastos el viaje de una tripulación de 9 personas, cuesta $30 millones. Y casi siempre el valor comercial de las capturas no compensa esos costos. El director de la Cámara de la Industria Pesquera de la Andi, Alejandro Londoño, admite que hay dificultades, tras señalar que “buena parte de la flota de barcos es obsoleta, hasta con 40 años de uso, lo que encarece su operación”. Sugiere “chatarrizar” las viejas naves y sustituirlas por otras con apoyo crediticio, pero la Presidenta de Acodiarte señala que “no es fácil, ya que los bancos no reciben en garantía un barco para otorgar un préstamo por considerar que es un riesgo”. Navegando entre dificultadesPero si la situación es complicada para la pesca industrial, el panorama no puede ser peor para los pescadores artesanales. Hoy quedan escasos 3.000 pescadores, ya que los altos costos de la gasolina también los han alejado del mar. Una faena de tres días puede costar un millón de pesos. Ellos no gozan del subsidio de $1.200 a los combustibles —que sí tienen los barcos camaroneros—, pues aunque paradójicamente no viajan por calles, deben pagar sobretasa como cualquier automóvil.Manuel Bedoya, líder del sector pesquero del Pacífico, afirma que “la situación del pescador nativo ha empeorado en los últimos cinco años”.Mientras en Buenaventura se pagan $8.000 por un galón de gasolina —un poco más de US$4 —en Ecuador vale US$1,20, es decir, unos $2.186 a precios de hoy.“Es muy costoso salir a pescar y no hay investigación que ubique zonas específicas para enfrentar el cambio climático. Ello sin contar la inseguridad que persigue al pescador. Por eso muchos han preferido cambiar de oficio y engrosar los cordones de miseria del puerto”, dice Bedoya.“Uno sale a pescar y muchas veces no consigue ni para la gasolina. Si se navega mar adentro, donde hay más posibilidades, es muy peligroso. Nos pueden robar el motor y hasta matarnos”, afirma Desiderio Barahona, un veterano pescador de La Bocana.Inestabilidad oficialLa crisis obedece también en parte a que el manejo de las políticas pesqueras ha sido inestable. Primero estuvo a cargo de Instituto Nacional de Pesca, luego pasó al Incoder y al ICA. Hoy, corresponde a la Autoridad Nacional Pesquera, Aunap.Esta última entidad tiene sede en el sector de La Loma en Buenaventura, pero tal es su pobreza que hasta le cortaron la energía. Por ello el local permanece cerrado.Según Henry López, directivo de la de la Asociación de Procesadores y Comercializadores de Pesca Artesanales del Pacífico Colombiano, Acopar, “la riqueza está ahí, pero el Estado no se interesa en incentivar la pesca. La Aunap no ha respondido a las expectativas del sector”.Pese a ese reclamo, Carlos Robles, director de Pesca y Acuicultura del Ministerio de Agricultura, reconoce que “la actividad pesquera en el Pacífico ha disminuido por diferentes factores, pero no por falta de políticas del Gobierno”.Mientras la actividad pesquera se debilita, hombres como Flavio Ortiz, se niegan a dejar el oficio pese a la inseguridad. “Días atrás cuando entraba a la bahía me asaltaron, se llevaron el ‘mero’ de 20 libras que pesqué, más el motor de la lancha”, relata. Para él la pesca es su vida, aunque sigue atrapado en la red del olvido.Semana Santa: filete extranjeroSegún la Andi, las importaciones nacionales de pescado congelado fueron de 50.000 toneladas en 2012 y las de atunes y sardinas enlatadas, 54.000 toneladas. Ambas cifras duplican la producción del Pacífico, que no supera las 60.000 toneladas-año.Por eso, en esta Semana Santa en muchos hogares se consumirá filete pangliasus o basa vietnamita. Esa y otras variedades están desplazando las corvinas, merluzas, berrugosos y meros de la rica gastronomía porteña. Sus precios castigan al pescador local. Un filete de basa vale $2.500, mientras uno de corvina supera los $6.000.Además del lenguado asiático, invaden los comedores de la región los bocachicos y tormos argentinos, la pescadilla de Ecuador y el dorado panameño, entre otros.Carlos Robles, jefe de pesca del Minagricultura, señala que “es un fenómeno que impacta no sólo a Colombia, sino a todo el mundo”.

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