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Héroes anónimos que están dispuestos a dar sus vidas por los colombianos

Con ocasión de los 193 años del Ejército Nacional, el pasado 7 de agosto, PalmiraHoy les rinde un homenaje. Historias de soldados.

16 de agosto de 2012 Por: Luz Stella Cardona, Reportera de PalmiraHoy

Con ocasión de los 193 años del Ejército Nacional, el pasado 7 de agosto, PalmiraHoy les rinde un homenaje. Historias de soldados.

"En el Ejército un soldado no ve nacer a sus hijos, ni morir a su madre”.Esta frase refleja la realidad de miles de hombres que por una u otra razón deciden entregar sus vidas al servicio de su patria.Una patria que en muchas ocasiones pareciera no valorar el sacrificio de estos seres anónimos que dejan su tierra, sus familias y lo que más aman para que otros, a quienes ni siquiera les importa, puedan vivir en paz.Con motivo de los 193 años del Ejército colombiano, el pasado 7 de agosto, PalmiraHoy habló con varios de estos héroes con corazón de león, que luchan en las selvas y sobre campos minados, movidos sólo por el honor y un profundo sentido del deber.A la Virgen de Las LajasJaber Andrés Muñoz Montilla, de 27 años y natural de Pasto, Nariño, ingresó hace cinco años al Ejército Nacional.Lo llevó la necesidad de conseguir la libreta militar para poder trabajar. Sin embargo, antes de cumplir su servicio militar decidió vincularse como soldado profesional.Sus patrullajes lo han llevado a Corinto, Cauca, Llorente, Nariño y desde hace dos años al Valle del Cauca, donde el Batallón de Ingenieros número 3, Agustín Codazzi, de Palmira, es su nuevo hogar.Jaber, francotirador de precisión a distancia (a 800 metros logra un tiro efectivo), es de pocas palabras y rostro inexpresivo. Ni siquiera cuando habla de la muerte sus rasgos se alteran. Para él está claro: este es su trabajo y si tiene que morir en combate, está dispuesto a hacerlo.¿Por qué? Jaber responde: “amo mi trabajo, si usted no ama lo que hace, no funciona”, enfatiza. Los soldados, más que impulsados por la paga, se mueven por una convicción que raya en lo místico, y es que cualquier sacrificio, incluso el de sus vidas, vale la pena si es para salvar su país.En el 2008, Jaber estuvo a punto de abandonar la milicia. Durante una operación, en zona rural de Palmira, pisó una mina antipersona. Al darse cuenta de lo que ocurría se puso frío, cerró los ojos y le informó a su superior. Cuando sus compañeros se pusieron a salvo, se echó la bendición y arrancó a correr. La mina no explotó. Era de telemando, por eso se salvó. Ese día pensó en volver a su casa, con sus dos hijos: un niño de seis años y una bebé de cinco meses de nacida y a quien sólo conoció cuando tenía dos meses.No obstante, afirma que Dios y la Virgen de Las Lajas, a quien se encomienda cada que sale a patrullar, le dieron otra oportunidad y por eso decidió quedarse. Así, sin alterarse, asegura que espera ahorrar un dinero para retirarse.“Es bastante difícil cuando la población no entiende el sacrificio, los trasnochos y todo lo que un soldado tiene que hacer, pero no hay que verlo desde ese punto de vista, sino dejárselo al de arriba, que Él lo ve todo”.Pura vocación El cabo tercero Manuel Arturo Padilla Rivera dice que llegó por gusto a las filas del Ejército.Enfermero de profesión, sostiene que lo sedujo la disciplina, la rectitud de la institución y la vocación de servicio, así como la posibilidad de luchar por conseguir la paz.Natural de Sabanalarga, Atlántico, señala que su oficio le permite no sólo ayudar a las tropas, sino también a la población civil, e incluso, a los delincuentes que combaten.Desde hace cinco años está en la milicia (tiene 25 años) y aunque reconoce que lo más duro ha sido dejar la familia, el calor del hogar y la comida de su mamá, especialmente el sancocho de pescado, ama su trabajo. “A veces uno quiere desistir, pero cuando tiene vocación de servicio recuerda por qué está luchando y el orgullo de la familia, son cosas que lo motivan y lo hacen mantenerse firme”, afirma.En el 2009 le tocó vivir una experiencia que lo marcó para siempre. Fue en el Huila. Un soldado profesional pisó una mina antipersona que le destrozó las piernas y gran parte del cuerpo.“Él me decía: dragoneante, por mis hijos no me deje morir, pero no pude hacer nada. Fue muy doloroso”, recuerda el cabo Manuel, quien no obstante, sostiene que “sí vale la pena dar la vida por el Ejército”.Agrega que el orgullo que se siente es inmenso, así situaciones como las recientemente registradas en el departamento del Cauca, les dejen un sinsabor en la boca.“Nosotros somos una fuerza legítima y cumplimos con un deber y es luchar por el bienestar de la gente”, manifestó.El orgullo del camufladoJeifry Apráez Murillo y Luis Yerson Ocoró Caicedo, el primero del Tolima y el segundo de Guapi, Cauca, están prestando su servicio militar desde hace cinco meses en el Agustín Codazzi.Los jóvenes, ambos de 20 años de edad, se emocionan cuando hablan del Ejército.“Me gusta lo que hago”, sostiene Apráez, mientras Ocoró, un negro espigado, anota que “me siento orgulloso de portar el camuflado”.Ambos quieren seguir la carrera militar, inspirados sólo por el amor a su país.¿Y la familia? Sí, la extrañan, pero ahora hacen parte de otra gran familia: El Ejército Nacional. En ella también han creado lazos de amor y respeto, pero sobre todo, han aprendido que por encima de los intereses personales está el de salvar una patria llamada Colombia.

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