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En Palmira, hay progenitores que además de ser papás también son mamás

El tecnólogo Andrés Alberto Herrera, el transportador Julián Vásquez, el médico Jairo Ernesto Caracas y el vendedor John Jairo Martínez son ejemplos de que el instinto materno no es solo de mujeres. Cuatro ‘progenitores’ para destacar en el Día del Padre.

17 de junio de 2012 Por:

El tecnólogo Andrés Alberto Herrera, el transportador Julián Vásquez, el médico Jairo Ernesto Caracas y el vendedor John Jairo Martínez son ejemplos de que el instinto materno no es solo de mujeres. Cuatro ‘progenitores’ para destacar en el Día del Padre.

“Me considero una buena madre”Andrés Alberto Herrera Fernández es un hombre con los ‘calzones’ bien puestos, como él mismo dice.Cuando se separó de su esposa, hace siete años, se hizo cargo de sus hijos María del Mar y Juan Pablo, quienes tenían 11 y un año de edad, respectivamente.Tecnólogo en sistemas y docente de una institución privada, Andrés Alberto reparte su tiempo entre su negocio propio, una sala de internet en El Recreo, y sus hijos, que le demandan toda su atención como padre cabeza de hogar.Ella cumplió 18 años el pasado jueves y asegura que su progenitor, de 51 años de edad, “ha sido como una madre”, pues es quien la acompaña a las citas médicas, está pendiente de sus estudios y la aconseja en los asuntos del corazón y en sus cosas de mujer.“Yo no tengo secretos con mi papá. Le cuento todo lo que me pasa y él me escucha y me habla como un amigo. Mi papá es lo mejor, es el eje de mi vida”, asegura María del Mar con admiración.Entre tanto, Juan Pablo, de 7 años, dice que su papá es “chévere” porque le compra cosas, juega computador con él y le ayuda con las tareas.“El niño duerme conmigo. Yo lo levantó, lo baño, le cepillo los dientes y lo despacho para el colegio. En las tardes, me ayuda en el negocio”, comenta Andrés Alberto, quien descarta cualquier posibilidad de volverse a casar, pues dice que el amor de sus hijos es lo mejor que le pudo pasar. Además, María del Mar es celosa y no permite que nadie se le acerque. “Hay gente que se pone a buscar el amor afuera cuando el amor verdadero está en los hijos”, recalca. Como cualquier ‘mujer’ de hogar, Andrés Alberto es quien se encarga del aseo y la preparación de la comida para que sus niños encuentren todo listo cuando regresen del colegio.“Me considero una buena mamá”, afirma entre risas, mientras sus hijos no vacilan en señalarlo como un padre ejemplar.“Miguel Ángel fue mi tabla de salvación”La vida de Jhon Jairo Martínez Balcázar, un vendedor de productos tienda a tienda de 34 años de edad, dio un vuelco de 180 grados hace seis años cuando le diagnosticaron a su único hijo una lesión cerebral, producto de una epilepsia de ausencias.El pequeño, que había quedado a su cargo con sólo un año de nacido, tras la separación con su esposa, comenzó a padecer a los tres años y medio.“Empezó a quedarse como ausente, con la mirada perdida”, recuerda su padre quien ese año viajó al Chocó en una misión humanitaria y dejó el menor al cuidado de la madre.Sin embargo, tras permanecer lejos por año y medio, comprendió que su Miguel Ángel, quien vivía en Manizales, era el más necesitaba su ayuda.Cuando cumplió 7 años, ella se lo entregó nuevamente y John Jairo se lo llevó a vivir a Pradera, municipio del que es oriundo. Así, dos años y medio atrás tuvo que aprender a distribuir su tiempo entre el cuidado del niño y su trabajo.Todos los días se levanta a las 6:00 de la mañana para vestirlo y prepararle el desayuno. Después lo trae a la Fundación La Luz del Sol, en Palmira, donde se lo cuidan tres veces a la semana, durante todo el día.Los otros dos trabaja medio tiempo y aprovecha para llevarlo a las terapias. Desde diciembre pasado, el pequeño tuvo un retroceso en su enfermedad, pero él no pierde la esperanza de que algún día sea un niño normal.Aunque algunos le aconsejan que lo deje en una fundación, insiste en no abandonar a su hijo. “Vamos a salir adelante con la ayuda de Dios. Yo llevaba una vida desordenada antes de que él naciera y Miguel Ángel fue mi tabla de salvación”.”Se puede querer más a un hijo adoptivo”Julián Vásquez Tabares tenía tres hijas propias y otra de crianza de su esposa Ruby cuando se le cumplió su máximo anhelo: tener un hijo varón.Cierto día que estaba con ella en la casa de su madre, en el barrio El Recreo, una amiga les dijo que una mujer había tenido un niño en el hospital y lo quería regalar porque ya tenía tres en la casa “aguantando hambre”.Su esposa lo miró y le dijo: “Mijo, ¿usted qué dice? ¿Nos quedamos con él?”. Él lo dejó a su parecer, sin importar que la amiga les aclarara que era de raza negra.Cuando Julián Andrés, como fue llamado, cumplió los 4 años de edad, doña Ruby falleció debido a un mal procedimiento quirúrgico.La ausencia de su esposa, sostiene Julián, fortaleció aún más los lazos de amor entre padre e hijo, pues debió prepararle la comida y alistarlo para llevarlo al jardín, como hacía su madre.“Como hombre y padre puedo decir que todo cambió desde la llegada de Julián a mi vida. Él me enseñó a ser más dedicado a la casa, a la familia”, enfatiza al mirar con orgullo a su hijo de 19 años, quien estudia cuarto semestre de mecánica industrial en la Universidad Santiago de Cali, sede Palmira.Aclara que si bien también ama profundamente a sus hijas, Julián se convirtió en el consentido de la casa.Por su parte, el joven afirma que, por disparatado que parezca, se parecen en muchas cosas: “Los dos somos testarudos y nos gusta el fútbol, aunque más a mi que a él, y somos hinchas del Deportivo Cali”.Don Julián recuerda que cuando iba al colegio a las distintas celebraciones, inclusive, las del Día de la Madre, los profesores se reían y le decían: “Aquí hay una madre con calzones”.Por eso, no duda en decir que “se puede querer más a un hijo adoptivo que a uno de sangre”.“Es como un papá para mis hijos”El médico Jairo Ernesto Caracas Tabares confiesa con orgullo que es papá de más de cien niños que a diario visitan la Fundación Moce, ubicada en Barrio Nuevo, Palmira. La entidad nació hace quince años, cuando le descubrieron un cáncer de estómago y los doctores declararon que tenía unos pocos meses de vida.Sin embargo, en medio de la mayor desesperación, él encontró refugio en los brazos del Padre Celestial, quien le dio fuerzas para superar la enfermedad y convertirse en un hombre de fe.“El Señor me mostró que habían otros métodos para sanar y tenían que ver con la transformación del ser; cambiar el interior a través del contacto íntimo con Dios”, dice.Surgió así la idea de ayudar a otras personas que también eran pacientes terminales. Pero lo que en principio fue sólo un puñado de voluntarios hoy es un centro que congrega más de 300 ancianos, madres cabeza de hogar y niños de Las Delicias que todos los días llegan en busca de comida.Jazmín Hernández, de 32 años y madre de cinco niños, asegura que “es muy lindo y es como un papá para mis hijos”. En ese mismo sentido se expresa, Mónica, de 25 años, quien también tiene cinco pequeños.Padre de dos hijos naturales, una médica y estudiante de diseño de medios, dice que ayudar a estos pequeños es una tarea muy bonita motivada únicamente por el amor.

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