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En menos de 5 meses 700 vallecaucanos volvieron a ser damnificados del invierno

Damnificados que aún no se reponen de los estragos de 2010 ahora viven el drama de la nueva ola invernal. El invierno les volvió a tocar a la puerta.

17 de abril de 2011 Por: Elpais.com.co I Diana Ruiz Girón

Damnificados que aún no se reponen de los estragos de 2010 ahora viven el drama de la nueva ola invernal. El invierno les volvió a tocar a la puerta.

Cuenta Estelia Cucuyame, una mujer de 60 años, que la creciente del río Cauca que inundó su casa el pasado miércoles fue mucho peor que la que tuvo que afrontar en noviembre del 2010.Estelia vive bajo el puente de Juanchito, en el municipio de Candelaria, y ahora hace parte de las cien personas que resultaron damnificadas por el desbordamiento del río en esta zona, como consecuencia de la actual ola invernal.También engrosa la lista de los más de 700 vallecaucanos que en menos de cinco meses vuelven a ser víctimas de las inclementes lluvias.Con un tono de resignación, la mujer, de cabello blanco y sandalias permanentemente embarradas, relata que esta vez su nevera no soportó la fuerza de la corriente que entró a su humilde vivienda hace cuatro días.En esta oportunidad, la estrategia para poner a salvo uno de sus más preciados electrodomésticos, falló. “Yo ponía la neverita sobre cuatro tarros grandes y vacíos de pintura, la otra vez no le pasó nada. Pero es que esta creciente de ahora estuvo muy fuerte y cuando menos sentí fue el estruendo, cayó al agua y vi las verduras y la carnita flotando”, explica.La pérdida de la nevera no es lo único que le preocupa. También la ropa y las sábanas que, cómo la vez pasada, y como todas las otras veces, tiene que tirar a la basura porque el lodo que penetra en las fibras es imposible de sacar con jabón.Las camas de Estelia y la de su hija y nietas están encaramadas en ladrillos para evitar que la madera de la que están hechas se desgaste más de lo que ya está. Lo mismo pasa con el resto de los muebles, apilados sobre una resquebrajada mesa y ubicados en una esquina de la sala, de paredes azules y rosadas, desteñidas y húmedas.“A mí ya no me provoca decorar la casa, es que uno ya no sabe cuándo se va a meter el río. Igual toca limpiar y sacar las cositas, pero este invierno sube y baja. Dios quiera que esto no se ponga peor”, dice.Hace cinco meses y por causa de la inundación en Juanchito, Estelia dormía junto a sus vecinos en la escuela del barrio, pero esta vez no fue posible. En esta oportunidad la institución educativa también se inundó y ahora pasa las noches bajo una carpa, donde todo lo que la protege del exterior son bolsas negras templadas. “Hay que sufrir con paciencia y resignación. Algún día el río Cauca se cansará de nosotros o nosotros del río. Eso será cuando tengamos plata para irnos o nos reubiquen en otro lado”, afirma Estelia.Lo mismo piensa Diego Vivas, un pescador de 33 años, habitante de la vereda Punta Brava, zona rural del municipio de Yotoco, quien hoy vive un drama similar al que enfrentó en noviembre del año pasado, cuando el río Cauca inundó la población entera.En ese entonces, la casa de Diego y de 78 familias más quedaron bajo el agua. Por eso tuvieron que vivir en improvisados albergues donde guardaron lo poco que les quedó. Por causa de aquella inundación, el pescador perdió varios muebles, una grabadora y el televisor, el tesoro más preciado de sus hijas de cuatro, siete y once años.Diego y su familia vivieron en el albergue hasta enero de este año, cuando las aguas del Cauca bajaron por completo. Su vivienda quedó deteriorada, pero aún así regresaron con la ilusión de empezar de nuevo.Reinstalados, empezaron a limpiar poco a poco los vestigios de la tragedia, mientras ponían en la pesca la esperanza de volver a tener ingresos para comprar todo aquello que perdieron. “La gente piensa que cuando el río se crece al pescador le va muy bien, pero están equivocados. Cuando el río está en su nivel normal pescamos bastante y podemos ganarnos hasta $150.000 semanales, pero con esa creciente pescábamos muy poquito y escasamente conseguíamos $70.000”, afirma.Pero la ilusión del pescador empezó a desvanecerse el pasado miércoles cuando nuevamente el río Cauca inundó la vereda de Punta Brava. Sólo tres meses le duró la tranquilidad a Diego y su familia.Sin camisa, con sus botas pantaneras puestas y una sudadera, el pescador de 33 años comenzó otra vez el trasteo hacia un alberge. Pero, en comparación con la inundación de noviembre del 2010, la tarea ha sido más difícil.“En este momento tenemos sólo una canoa para hacer los trasteos y eso es un problema, porque nos toca esperar turno para poder ir a nuestras casas. Y usted sabe que esperar es perder tiempo porque el agua sube y sube y estamos en riesgo de perderlo todo. Por lo que veo esta vez el invierno va a estar peor”, afirma.Con todo y problema, Diego considera que esto es cuestión de darle tiempo a la naturaleza. Esta es la conclusión a la que llegó luego de vivir la ola invernal del año pasado con resignación, pero con la esperanza de volver a su hogar.“Si uno fuera una persona pudiente pues compraba casa en otro lado y se acababa el problema. Pero como no, me toca quedarme aquí. Por eso hay que asimilar la situación y tratar de superarse para recuperar las cositas. No sabemos cómo va a quedar la casa después de la inundación, pero la ilusión de volver no se pierde”, manifiesta el pescador, con un optimismo que pocos entienden.Volver a sus casas es el deseo de quienes viven nuevamente los estragos del invierno. Lo más duro es que hay quienes ni siquiera han podido regresar a sus viviendas desde la ola invernal de finales del año pasado.Esperanza Soto de 53 años, habita desde noviembre en un improvisado cambuche, luego que el río Cauca inundara su casa, ubicada en la vereda el Porvenir, zona rural de Buga. Como ella, algunos habitantes de la zona tienen daños estructurales graves en sus viviendas, lo que les impide usarlas, pese a que las lluvias dieron una tregua a comienzos del 2011.La casa de Esperanza, amplia y construida en ladrillo, hoy está invadida por agua y lodo que se cuelan por cada rincón de la sala, el comedor, la cocina y los tres cuartos que la conforman. En las paredes sólo permanecen algunos cuadros colgados, para que, según ella, el panorama no se vea tan desolador. Aunque explica que durante la ola invernal pasada perdió algunas camas y colchones, no duda al afirmar que lo que más le dolió fue perder su fuente de trabajo.Detrás de la casa, la mujer construyó una cochera para criar cerdos, actividad que durante siete años le ha permitido obtener ingresos para mantenerse. En noviembre del año pasado, tenía en la cochera dos marranas y catorce marranitos que vendería a los carniceros de Buga. Pero la creciente súbita del río Cauca los ahogó.“Ahora tengo quince marranos engordando y si el río vuelve a inundarnos se me mueren, porque no tengo a donde llevarlos. El Banco Agrario me perdonó la deuda que tenía por lo del negocio, pero ahora, si se ahogan, me tocaría asumir todos los costos y ese sí es un problema muy grave”.A ella no le importa estar viviendo en su cambuche, donde la cama está subida en ladrillos y rodeada por el armario, el televisor, la cocineta y la poltrona, sus únicos bienes. “Lo importante es que tenemos vida, pero el tema del trabajo es complicado”, repite con angustia esta mujer de 53 años.Por cruel que suene, hay muchos a los que estas nuevas lluvias los sorprenden siendo damnificados con experiencia, reincidentes de una tragedia que se repite y vuelve a acabar con todo. Historias de un dolor conocido.

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