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El Samán que marcó la historia de Guacarí, duelo a un gigante

Hace 26 años, el majestuoso Samán de Guacarí que cubría todo el parque principal de ese municipio del Valle se cayó, sus habitantes recuerdan el árbol. Historia de un duelo eterno.

14 de agosto de 2015 Por: Camilo Osorio Sánchez | Reportero de El País

Hace 26 años, el majestuoso Samán de Guacarí que cubría todo el parque principal de ese municipio del Valle se cayó, sus habitantes recuerdan el árbol. Historia de un duelo eterno.

Todos en Guacarí sabían que el árbol estaba enfermo. Incluso, todos en Guacarí sabían que el árbol se iba a caer. Pero sólo empezaron a llorar la tarde de aquel domingo, cuando el tronco crujió y se empezó a partir en dos. En la mañana del 14 de Agosto de 1989 el Samán de Guacarí se murió.

Su tronco se levantaba desde la mitad del parque principal José Manuel Saavedra Galindo y desde ahí se erigía al cielo con un montón de ramas robustas cargadas de hojas de diferentes tonalidades del verde, una sobre otra, y otras ramas y más hojas, bordando un follaje que cubría todo el perímetro del parque, de esquina a esquina, de un lado al otro; simplemente era gigante.

“El sonido que alertó a todo el mundo fue como un crujido,  lo escucharon todos los que estaban ese domingo en el parque y de inmediato llamaron a los bomberos para que hicieran algo por él. Pero el Samán venía enfermo desde hace rato, porque ya habían traído especialistas para que revisaran esa mancha negra que botaba por sus ramas; decían que tenía cáncer”, me contó mi tía Amparo.

Mi tía guardó un pedacito del Samán caído en su casa, recortes del periódico y fotografías del parque tras el traslado de todo el cadáver. Ella, como muchos otros en Guacarí, lloró.

Recuerda que ese domingo muchos se amanecieron en el parque esperando lo inevitable. Los bomberos habían amarrado con lianas de acero todo el tronco del Samán, que medía aproximadamente 8 metros de diámetro, pero cada golpe del minutero fracturaba más la abertura. Y entonces empezó el pánico.

“Decían que se iba a caer la Iglesia y la Escuela Normal Superior,  todas las casas alrededor del parque, porque las raíces eran muy largas. Ya te imaginarás el susto”, agregó.

Veintiseis años después el parque no ha cambiado mucho. La iglesia que en honor tenemos a San Juan Bautista era blanca y ahora es gris. Los cambios en la Escuela Normal están adentro de sus aulas. Ahora hay un banco más, tres discotecas, oficinas de servicios públicos, un pequeño centro de salud y un parque cerrado por obras de remodelación.

“Eso sí, el parque era bellísimo”, recuerda Luzmila Hernández, una reconocida poeta del pueblo,  “no como ahora que uno no puede caminar por él, porque te puede atropellar una bicicleta y hasta motos, como si fuera una calle más”.

Luzmila es guacariceña de cepa, siempre ha vivido en el barrio El Limonar, uno de los más grandes y viejos de todo el municipio. Maestra, poeta, trigueña, bombero, alta, líder, madre.

Bajo el límpido azul de su cielo, la población abrió sus ojos y el árbol aún estaba allí. Los días de agosto son más soleados, el aire es más fresco y los guacariceños ya  estaban preparados para las Fiestas de San Roque, las que se hacen en honor al patrono del pueblo, que iniciaban el jueves próximo con una gran alborada.

[[nid:454133;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/563x/2015/08/ep001007324.jpg;full;{Archivo de El País.}]]

Pero ese día, el Samán seguía enfermo. Amparo estaba terminando de comer la arepa con queso del desayuno. Luzmila estaba sentada en su escritorio. Las vecinas barrían la ceniza del andén. Y el sol calentaba como todos los días en la mañana. Hasta que sonó una vez la sirena de los bomberos. El tronco crujía. Dos veces. Y sonó el teléfono. Tres veces, cuatro veces, como cuando se muere un bombero. La poeta contestó.

-          Aló -

-           Luzmila,  hablas con J.M. González, el periodista del noticiero Campeones de Buga. Estoy emitiendo desde Guacarí, ¿qué poema tenés allí sobre el árbol? -

-         - ¿Por qué? -

-        - Porque se cayó hace unos segundos -

Lágrimas escurrieron por sus pómulos. Amparo también lloraba. La sirena no paraba de sonar en el pueblo. Las lianas se reventaron y el Samán sembrado por don Ramón Becerra en 1904, se partió por su mitad exacta, y cayó lentamente sobre la tierra que del sol protegió, sin ocasionar  daño alguno. “Elegía al Samán” fue escrita en segundos.

El alcalde Luis Rodrigo Álvarez,  decretó en común acuerdo con el Concejo Municipal, cancelar las Fiestas de San Roque y guardar tres días de luto al imponente icono. Sólo quedaron firmes las cuatro palmeras sembradas en cada esquina del parque, ahora desolado y custodiado por miles de ojos vidriosos que llegaban a ver al cadáver.

Cuentan que esa noche muchos llegaron con sus velas y velones para llorar la terrible pérdida. Se quedaron allí hasta el alba, incrédulos de lo evidente.

Desde entonces del árbol sólo quedó su recuerdo: un mural pintado en la Escuela Saulo Ricardo Molina, un cuadro con su imagen en el restaurante de Macana, fotografías en los portarretratos familiares y su inolvidable nombre en la Cooperativa de Taxis El Samán, Rifas El Samán y Orquesta El Samán de Oro.

Horas más tarde llegaron los funcionarios de la Empresa de Servicio Público de Aseo de Cali Emsirva, con sus motosierras, para demoler las frondosas astillas de hasta cuatro metros, donde los guacariceños se tomaban el retrato del adiós. Y ante la petición de los afligidos, se despedazaron los troncos en tajadas, para que turistas y locales, se llevaran los huesos para sus casas.

-Recuerdo que había tanta gente peleando por esos pedazos, que en un momento de esos, una señora se tiró por uno, cuando el trabajador impulsaba su herramienta, y yo dije, ¡le arrancó el brazo! El obrero lo detuvo de milagro y enojado les pidió que se quitaran de allí, porque él no quería ver a otro guacariceño muerto – dijo Amparo mientras recordaba el momento.

La razón de su muerte se corrió de voz a voz: los temerosos hablaban del cáncer que dejó necrótico las escamas de su tallo; los conocedores explicaron que un escarabajo africano le devoró las raíces y el tronco. Otros hablaron de una mariposa blanca, muchos hablaron de un hongo.

Cuatro días después asesinaron a Luis Carlos Galán en Soacha, candidato presidencial por el partido liberal y el Samán dejó de ser noticia. Se declaró su muerte natural, como por cosas de la vida, pero nunca nadie  investigó su homicidio.

En 1970, cuando el árbol ya era frondoso, la plaza de Guacarí no correspondía al crecimiento del pueblo, por lo cual se encomendaron las labores del progreso y con ellas la transformación del pastizal en un Parque Central.

La característica de esta obra pública, que estructuralmente es la misma en tiempos del 2012, fue bajar el nivel de la tierra para levantar los muros, circulaciones y escaños,  en los que hoy se sientan los novios y los grupos de amigos para tomar aguardiente.

“Su follaje medía 60 metros de longitud aproximadamente, cifra igual a la que tenía su raíz principal y superficial en la tierra, como la de todos los samanes. Cuando subieron el nivel del piso del parque,  una  raíz se cruzó en el camino y tuvieron que cortarle algunos 15 metros. La obra se concluyó y el parque quedó ‘perfecto’”, explicó Álvaro Javier Muñoz Plaza, arquitecto guacariceño.

Accidentalmente, como todos los grandes errores humanos, la raíz inoportuna que se cruzó en el progreso era la falange principal del gigante, que imponente y fuerte, guardó silencio ante el dolor. La repentina mutilación le impidió absorber por años los nutrientes necesarios, haciéndolo débil al ataque de un posible escarabajo africano, una mariposa blanca o un hongo grisáceo.

Pero en Guacarí por accidente se rompe el asfalto de la calle y se funden las lámparas del alumbrado público. Por accidente en este pueblo se muere mucha gente. Por accidente el municipio que en 1993 y 1994 fue  el más pacífico del departamento, hoy es un territorio anclado en algunas balas perdidas y un par de granadas que alguien detonó accidentalmente.

Pero del Samán no sólo queda el recuerdo. El 27 de diciembre de 1993 el Banco de la República aprobó por Resolución Externa número veinte, de agosto 6 de 1993 de la Junta Directiva del Banco, la circulación de la moneda de $500 pesos diseñada por el artista caldense David Manzur en homenaje al Samán caído.

[[nid:454136;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/563x/2015/08/foto-1.jpg;full;{Foto: Ramiro Torres - Archivo Fotográfico del Valle.}]]

También quedan cerca de 18 fotografías y dibujos guardados, con un reloj y un porta memos fabricados con la madera del gigante, en el pequeño museo, que tiene Juvel Ospina un guacariceño de alma y corazón, nacido en Caicedonia, Valle del Cauca.

Junto a la historia completa del Samán, de la estampilla con la imagen de la Casa Colonial, de los afiches de cada versión del Festival Latinoamericano de Danzas y de la historia de la Escuela Normal Superior, reposan en este pequeño museo cerca de 80 variedades de orquídeas, 40 de anturios, 20 de bromelias y el bonsái de un saludable Samán, hijo legítimo del árbol difunto “que ya tiene 26 añitos”.

“El error del guacariceño es que no vende las joyas que tiene. La Casa Colonial es una joya arquitectónica que vale plata, pero no la venden. Aquí van dejando que todo lo importante de Guacarí no salga a flote”, relata el coleccionista que trabajó durante 33 años como psicorientador de la Escuela Normal Superior Miguel de Cervantes Saavedra.

“Yo estaba aquí cuando se cayó el árbol. También vi cuando trajeron en grúas al Samán que intentaron sembrar después, el mismo que en meses terminó secándose. Y así como se murió ese, se pueden morir los cuatro samanes que tiene el parque actualmente, porque usted nunca ve que les hagan mantenimiento. Porque a Guacarí le falta es ganas”, añadió Juvel.

La memoria histórica que guarda Juvel sobre el Samán y el resto de Guacarí no la tiene la Casa de la Cultura, ni la Alcaldía Municipal, ni algún otro guacariceño de cuna. Porque  en  1989  este era un pueblo pequeño  y sigue siéndolo aún, porque el principal obstáculo del pueblo es que 'guacariceño come guacariceño', porque hay que esperar a que se caigan todos los samanes del parque para declararlo patrimonio, porque antes teníamos un icono y ahora no tenemos nada.

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