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Vallecaucanos padecen una encrucijada invernal

En esta época invernal que ha afectado a cerca de 1.2 millones de personas en Colombia, los vallecaucanos en particular se han visto obligados a modificar sus hábitos cotidianos, al punto que solo piensan en no quedar con el agua hasta el cuello.

11 de noviembre de 2010 Por: Corresponsales de El País

En esta época invernal que ha afectado a cerca de 1.2 millones de personas en Colombia, los vallecaucanos en particular se han visto obligados a modificar sus hábitos cotidianos, al punto que solo piensan en no quedar con el agua hasta el cuello.

En esta época invernal que ha afectado a cerca de 1.2 millones de personas en Colombia, los vallecaucanos en particular se han visto obligados a modificar sus hábitos cotidianos, al punto que solo piensan en no quedar con el agua hasta el cuello.En Zaragoza, pese a que el río Dagua retorna a la calma cuando deja de llover una o dos noches, sus habitantes no se confían de la situación, por lo que muchos de ellos procuran dormir poco o en casos extremos, no hacerlo.Todos están concientes que el afluente en cualquier momento les podría llenar de luto sus hogares, como aquel 12 de abril de 2006 en Bendiciones. Por eso, están atentos a cada cambio del cauce, incluso, al sonido mismo de la lluvia."Todos nos comunicamos cuando sentimos que la creciente es diferente a las demás, nos llaman o llamamos a Cisneros, donde nos dicen cómo está pasando el río por allá, mantenemos siempre un monitoreo de la zona", afirma Lucila Martínez, líder natural de la zona.Sin embargo y a pesar de las precauciones, ellos no dejan de escuchar a los "viejos" sobre el comportamiento del río, pues los "más viejos" aseguran que el río está hablando un idioma diferente, como en los días de la tragedia de Bendiciones."Ojalá que ahora que somos más en este río tengamos más oídos para escuchar a los viejos y al río, cuando nos traiga esa canción de tragedia que no quisiéramos escuchar más por acá", dice Rosaura Riascos, residente de Zaragoza.Para los habitantes del municipio de San Pedro, el recrudecimiento del invierno ha sido catastrófico, no precisamente a causa de inundaciones, sino por un derrumbe en la bocatoma ubicada en el corregimiento de Los Chancos que los tiene penando por falta de agua potable.María Fernanda Castro, una habitante del barrio El Porvenir, manifiesta: "La situación es desesperante, porque llevamos más de una semana sin podernos bañar, la poquita agua que nos traen los bomberos escasamente alcanza para hacer la comida".Lo contrario les sucede a los pobladores de las veredas El Porvenir y Puerto Bertín, en Buga, pues el desbordamiento del río Cauca los obligó a desocupar sus casas, luego que el agua alcanzara el metro de altura."Nosotros que vivimos de extraer arena, no hemos podido trabajar por estos días. No lo podemos hacer hasta que no baje el río Cauca", dice Luis Antonio Cuadros, un pescador de Mediacanoa.Por su parte, los campesinos de la zona montañosa de Tuluá están muy preocupados por el mal estado de las vías, especialmente la que comunica al sector de La Punta y San Lorenzo y el tramo que une los corregimientos de Monteloro y La Mansión. En ese sector, las lluvias de los últimos días han causado algunos deslizamientos que impiden la evacuación oportuna de sus productos agrícolas.En este contexto, los vallecaucanos lidian con esta ola invernal a la espera que pronto retornen los días soleados y con eso, sus actividades tradicionales.Adandono de tierras por amenaza de montañaCon el corazón en la mano cada vez que oye rugir la montaña por las fuertes lluvias, doña María Celina Quintero, ruega que la naturaleza calme su ira para que su casa pueda permanecer en pie un día más.Esta es el drama que está padeciendo desde hace varias semanas la jefe de una de las seis familias del corregimiento El Polmo, de El Cerrito, que este jueves debieron ser reubicadas ante el peligro de que centenares de metros de tierra se vengan encima de sus viviendas.“Afortunadamente hoy pudimos salir para donde un familiar y esperamos mañana (viernes ) irnos para donde nuestra hija Doralba, pues nos tocó dejar todo abandonado por miedo a morir”, narró entre sollozos la señora, quien compartía su humilde choza de ladrillo y bahareque con su esposo Enrique Paja y un niño de 14 años.Ahora, por la acción de la erosión y la gran cantidad de agua que ha caído sobre la loma, la tierra empezó a abrirse hasta dejar una grieta que cada día se hace más profunda y extensa.Ella al igual que muchos de quienes habitaban en el lugar, se fueron para dejar atrás sus pocas pertenencias y muchos años de trabajo.“En mi casa quedaron todas mis cositas, además de las vitrinas que hacían parte de un pequeña venta de mecato”, agrega doña Celina, al advertir que si el alcalde autoriza su reubicación se irán a la ciudad para huir del peligro generado por el fuerte invierno.

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