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Adonai Cárdenas, el poeta de la verdad

Ayer fuer cremado Adonai Cárdenas Castillo, corresponsal de El País en Buenaventura durante las dos últimas décadas. Recuerdo de un periodista inolvidable.

3 de marzo de 2015 Por: Redacción de El País

Ayer fuer cremado Adonai Cárdenas Castillo, corresponsal de El País en Buenaventura durante las dos últimas décadas. Recuerdo de un periodista inolvidable.

En 1979, cuando llegó a Buenaventura para empezar la vida otra vez, “lo que escribía sólo lo entendían él y su máquina”. Diego Calero, gerente del semanario El Puerto, uno de los primeros medios que le abrieron las puertas en la ciudad, dice que en ese tiempo Adonai Cárdenas Castillo escribía de una forma tan “etérea” que casi siempre resultaba muy difícil comprender cuál era la intención de sus textos. Pero él insistía. Escribía. Escribía siempre. Lo hacía empujado por una pulsión vital. Como si aquello fuera tan necesario como tragar saliva o llenar los pulmones de aire. Como si eso hubiera estado escrito en su naturaleza. Con los años, la persistencia le fue puliendo el talento.“La pasión de él era escribir. Y cuando no tenía un encargo periodístico o no tenía a quien escribirle, lo hacía para él. Entre sus archivos debió quedar un libro que no se animó a publicar y toda la poesía que hacía. Era un poeta. Pero muy pocas personas conocieron esa faceta porque siempre fue muy reservado, muy humilde”, cuenta Calero al teléfono, antes de enviar por correo electrónico las dos últimas columnas escritas por Adonai para el semanario. Tal vez como una reiteración de su consistencia poética, en la penúltima entrega, publicada el pasado 9 de febrero, así le dio inicio a una reflexión sobre los esteros: “Recorriendo el estero San Antonio, ese regalo de la naturaleza que los dioses le dieron a Buenaventura, olvidado y temeroso brazo de mar donde se confunden las historias de horror y los relatos gastronómicos de Agustín Escandón, los despropósitos de la industria del carbón y los barcos varados, rendidos al orín del tiempo, insobornable, incapaz de perdonar, el olvido…”Adonai llegó a Buenaventura a los 27 años para fundar una nueva familia. En su Tuluá natal había tenido a sus tres primeros hijos: Carlos, Adela y Luis. En el puerto, con Mariana, su segunda mujer, tuvo a Claudia y a Luisa y se hizo cargo de John Jairo, el sexto hijo que le regaló la genética del amor. En algún momento, aunque no bajo el mismo techo, todos terminaron viviendo en el Puerto y Carlos el mayor, dice que eso fue la felicidad para su papá. “Era papá sobre todas las cosas. Siempre estuvo para nosotros, siempre nos ayudó y nos dejó la misma enseñanza: amor por la familia y trabajo honesto”.Aunque uno de los primeros trabajos con los que se ganó la vida fue haciendo análisis de tejidos de cadáveres, el único trabajo que realmente tuvo este hombre fue el de periodista. Su hijo Carlos escuchó muchas veces la historia de cómo empezó en el oficio: cuando tenía 16-17 años, el joven Adonai se escapaba a algún mangón donde estuvieran jugando fútbol para treparse a un árbol y así poder narrar lo que veía. De esa manera empezó a entrenar esa voz cálida y espumosa que al bajar de las ramas lo llevó a convertirse en locutor de Radio Espacial, en Tuluá y más tarde en La Voz de Armenia, donde su vocación terminó de encaminarse al descubrir que más leer las historias escritas por otros, lo que quería era escribirlas él mismo. Persiguiendo el deseo pasó por Radio Zipaquirá, Todelar Cali y luego dio el salto a las páginas de los periódicos Occidente y El Pueblo, en Cali. Al llegar al Puerto, soltó el ancla en Radio Buenaventura, de la que fue voz institucional por más de 30 años.“Era el periodista-conductor de los noticieros de las seis de la mañana y del mediodía. Que yo me acuerde, nunca llegó tarde; estaba en la cabina diez minutos antes dispuesto a ayudarle a los compañeros, siempre con un sí en la boca. Muchas de las equivocaciones que había al aire, la gente no las percibía porque él las arreglaba sobre la marcha sin necesidad de echar al agua a nadie. Un compañero inmejorable y un periodista de tiempo completo”, dice Herlinda López, gerente de la emisora que también se convitió en su casa.Durante los últimos tres años, Óscar Gutiérrez fue su llave en la radio. Todos los días, al terminar el noticiero de la mañana, los dos se sentaban en una cafetería para hablar de los temas que habían tratado en la emisión y de los asuntos que, por seguridad, no habían podido hablar al aire. Adonai fue amenazado varias veces: comenzando la década del 2000, cuando Buenaventura era un edén de narcotraficantes y políticos corruptos, llegaron las primeras intimidaciones. Luego en el 2004, tan graves, como para haberse tenido que vestir a diario de chaleco antibalas y dejar la ciudad por unos meses. Y luego más. Tantas como para que le hubieran conseguido un asilo en España que él rehusó, pues desde que se hizo periodista en el Puerto nunca concibió la vida de manera distinta. “Era un maestro, un ejemplo”, recuerda su colega radial.Por esa bella obstinación con la verdad, en el 2008 recibió el Premio Orlando Sierra al Coraje de un Periodista Regional entregado por la revista Semana. Entonces viajó a Bogotá y se vistió de corbata, aunque no del todo feliz: Adonai, siempre humilde, le huía a los reconocimientos públicos y al frío. Ayer, Mariana su mujer, recordaba que después del cateterismo que le habían hecho hace dos semanas como consecuencia del problema coronario que lo venía afectando, lo había llevado a Dapa para que se recuperara pero a los pocos días él quiso regresar al calor del Puerto.En esa ciudad, su segunda ciudad, donde trabajó como corresponsal de este periódico durante las dos últimas décadas, era donde quería morir, dice su hijo Carlos. “Amaba la ciudad. La amaba”. Y así ocurrió el pasado domingo, a los 62 años, tras una recaída de su afección cardiaca. Este lunes, buena parte de la ciudad le rindió homenaje en una ceremonia religiosa oficiada por el obispo del Puerto, Héctor Epalza, que fue tantas veces su entrevistado. Luego, en cumplimiento de otro de sus deseos, su cuerpo fue trasladado a Cali. “Cuando su mamá murió, él no pudo estar y cada que se acordaba de eso se ponía a llorar, por eso siempre dijo que el día que muriera quería que lo cremaran donde la cremaron a ella y que pusieran sus cenizas al lado. Solo por esa razón sus restos no quedan en el Puerto. Porque mi papá amaba la ciudad, la amaba”.

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