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El testimonio de la víctima del conflicto que abrazó a Pablo Catatumbo

Luz Marina Cendales, hermana del policía asesinado en el plagio de los diputados, se reunió con las Farc. Un escrito y un abrazo de perdón sellaron la reconciliación. Este es el Testimonio.

25 de octubre de 2016 Por: Olga Lucía Criollo | Reportera de El País

Luz Marina Cendales, hermana del policía asesinado en el plagio de los diputados, se reunió con las Farc. Un escrito y un abrazo de perdón sellaron la reconciliación. Este es el Testimonio.

“Al saber que solo nos separaba una puerta, el corazón se empezó a acelerar, los recuerdos llegaron y por mi mente pasó la historia completa de lo qué pasó el 11 de abril del 2002 en la Asamblea... Nos sentamos y vimos entrar a Victoria Sanguino, Rodrigo Granda, Pastor Alape, Pablo Catatumbo y Manuela. Pasaron en frente de cada uno y nos dieron la mano, pero el joven Arismendy se cogió la cara entre los brazos y lloró inconsolablemente, al igual que su mamá, doña Consuelo, que tampoco les dio la mano. Yo estaba al lado de ellos y todo me empezó a dar vueltas, entonces dije: Dios, aquí estamos. Danos  fuerza para poder soportar todo. Escuchamos a la niña Daniela, a Laura Charry y oímos todos esos testimonios desgarradores, sus reclamos y tantos por qué.

Fue muy duro, pero cada uno, tras su testimonio, dejaba en claro que quieren la paz, que quieren perdonar, que ese capítulo que les tocó vivir a cada uno a su manera se cierre, y que debemos ayudar a pasar esta página para que otros colombianos no se vean en una situación así. Lea también: Acto de perdón en Cali por muerte de diputados del Valle será el 26 de noviembre

 Luego, monseñor Darío de Jesús, que era el que daba la palabra y cuyo acompañamiento fue vital, me dijo el turno. Yo estaba ahogada en llanto, el sábado lloré como hacía muchos años no lloraba por mi hermano, pero levanté la mirada y sentí que Dios, a través de monseñor, me dijo: Tú puedes pararte, no te quebrantes... Entonces me puse de pie. Yo había hecho estampar una camiseta con la foto de mi hermano y dije: No quiero hablar sentada, quiero estar de pie por la simple razón de que quiero que sepan quién era Carlos Alberto Cendales Zuñiga. Todos ellos miraron con asombro la camiseta, estaban al frente mío y les dije: valoro mucho que ustedes se estén haciendo responsables de lo que un día unos hombres físicamente hicieron en la Asamblea, porque si bien no fueron ustedes quienes lo hicieron, sí los hombres que estaban a su cargo.

 Luego les dije que él era un policía íntegro, honesto, que buscó ser policía desde los 15 años, cuando se ponía los uniformes de mi esposo, que es jubilado. ‘Yo algún día voy a ser policía’, me decía, y haber cumplido ese sueño le costó la vida. Ustedes le truncaron la vida. Yo creí que esta guerrilla era como la de las películas, que cuando el enemigo ve que un soldado se queda sin munición, indefenso, le perdonan la vida. Pero mi familia y yo somos víctimas de ustedes porque lo asesinaron vilmente, se saciaron en él. Por el hecho de representar al Estado, era  su enemigo y lo asesinaron de la manera tan brutal como lo hicieron y les narré todos los detalles que están en la historia clínica y que todo el mundo conoce cuando salen esas imágenes tan desgarradoras de la muerte de mi hermano. Les narré todo eso y ellos, de manera respetuosa, escuchaban y afirmaban con la cabeza.

 Cuando terminé, les dije: yo estoy aquí porque sé que mi hermano está aquí conmigo y esto era lo que él quería, que les dijera que no los voy a juzgar ni a condenar, porque eso le corresponde a Dios, y que él soñaba con servirle al país, siendo un policía honesto por el bien de su hija, de sus sobrinos y de las generaciones que llegan. Nunca vistió ese uniforme con el ánimo de empuñar un fusil y enfrentarse a ustedes. De hecho, cuando le preguntábamos qué sentiría cuando se encontrara con la guerrilla, decía que no sabía cómo iba a reaccionar porque a él no le gustaba hacerle daño a nadie... También dije que yo estaba allí para decirles que no dejaran que la paz se trunque y que no se paren de la mesa, porque personas como Carlos fueron esa tierra de abono para ese árbol de paz que se está sembrando. Les dije: Lo que se está haciendo con ustedes no es la paz, es el camino, estamos sembrando el árbol y hay que echarle tierra abonada para que germine y dé buenos frutos. 

Yo les llevé un escrito que titulé ‘Un sueño para morir’ y les pedí que ojalá ese mensaje  llegara a ellos y a muchos colombianos, porque las víctimas reales de este conflicto son las madres. Mi madre sufrió hasta el último halito de vida el 15 de febrero de este año, cuando murió; a ella nadie le llenó el vacío que le dejó Carlos Alberto… Ustedes también han organizado su núcleo familiar, pero no han podido llevarse a su mamá, a su papá, a sus hermanos, a sus familias que los extrañan. Por todo eso tenemos que parar esta guerra. 

Luego le entregué el escrito a Pablo Catatumbo y hubo como un segundo eterno... Vi que tuvo intenciones de acercarse, pero se frenó. Entonces  pensé: Si no abrazo a este hombre, él jamás se atreverá a abrazarme, porque sé que está sintiendo dolor y arrepentimiento. Lo abracé y lloré en el pecho de ese hombre, de solo saber que él era el responsable; se lo entregué a él y me desahogué, pero a la vez sentía la fuerza de su abrazo y hasta sus sollozos. Me decía: ‘tranquila, compañera’, con voz entrecortada, y supe que ese abrazo fue tan sentido, que ahí conocí que las Farc tienen un lado humano, que ellos todavía se merecen ser rescatados, que los colombianos les demos una oportunidad y los volvamos a aceptar como esos colombianos de bien que quizá quisieron un día ser.

Cuando volví a mi lugar, hicimos un acto de oración, nos cogimos todos de la mano y me conmovió que Rodrigo Granda dijo: ‘me hago aquí, al lado de la señora Cendales, para darle la mano y que ella me llene de energía’.

Del otro lado cogí a Pastor Alape y oramos juntos. Luego dije: yo  me quiero abrazar y tomarme una foto con cada uno de ustedes, porque siento que mi hermano está en medio de cada uno de ustedes... Después pensaba: Dios mío, increíble que en esas personas haya habido tanta maldad; increíble que nosotros, como colombianos, tengamos un recuerdo de tanta barbarie. Victoria Sandino también me abrazó muy fuerte: ‘no sabe lo que le agradezco, no sabe lo que nos sirve, porque actitudes como la suya nos empujan a seguir con esto, usted nos da fortaleza para continuar’.

Catatumbo se metió a la reunión con el Gobierno, pero lo hice llamar para que nos tomáramos la foto y, claro, él salió. La verdad, pude ver gente maravillosa, a pesar del daño tan impresionante que hicieron. Él volvió a abrazarme y me dijo  lo mismo: ‘su testimonio nos llena de valor, de fortaleza para seguir’, y le dijo a una guerrillera que tomara la foto y se cuadró para que se viera bien la camiseta.

De Alape me gustó mucho su espiritualidad. Yo le hago un llamado a las Farc: que no se avergüencen de su espiritualidad, que por más que ahí mismo los trinos de las redes sociales empiezan a atacarlos porque ellos creen que han madurado espiritualmente, que no hagan caso, porque solo es Dios él que le transforma a uno el corazón. Él, Dios, me dio la oportunidad  de sentir que ellos sí están siendo reales y que tienen una disposición impresionante y eso es lo que tenemos que aprovechar: la disposición, el arrepentimiento, el compromiso y ese lado humano que hoy en día tienen las Farc”.

Las 60 víctimas que fueron a La Habana les presentaron a las delegaciones en Cuba un texto con 8 puntos sobre el acuerdo de paz. En él insistieron en la Comisión de la Verdad.

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