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Cuatro historias de vida para seguir apostándole a la paz en Colombia

Se trata de una mujer desplazada por la violencia; dos jóvenes desmovilizados y un grupo de exguerrilleros que hacen instrumentos musicales son ejemplos de reconciliación y perdón.

31 de diciembre de 2015 Por: Andrés Felipe Becerra Ibáñez | Reportero de El País

Se trata de una mujer desplazada por la violencia; dos jóvenes desmovilizados y un grupo de exguerrilleros que hacen instrumentos musicales son ejemplos de reconciliación y perdón.

Una mujer desplazada por la violencia que aprendió a leer y a escribir; dos jóvenes desmovilizados que hoy disfrutan de sus familias, sus trabajos,  sus vidas; un grupo de exguerrilleros que hacen instrumentos musicales son ejemplos  de  reconciliación y perdón. Son historias de paz.

Una desplazada que aprendió a leer y a escribirMaría está recibiendo un diploma que la certifica como experta en  perdón, reconciliación y paz.  Ella, de 70 años de edad, recibe el diploma, llora, y dice unas palabras de agradecimiento para todas las personas que, de alguna manera,  la han ayudado. Las palabras, al final, son de manera especial para la Hermana Alba Stella Barreto, directora de la Fundación Paz y Bien, por haberla guiado. También  para la profesora Nelly y el profesor Jairo, por haberle enseñado a leer y a escribir. Y es que María, contará luego, mantiene agradecida por haber aprendido a leer y a escribir, pues  fue  lo que más le gustó  desde que llegó a Cali desplazada de Barbacoas, Nariño, y también lo que  la ayudó a salir adelante. Desplazada por la violencia Todo ocurrió en el 2006, cuando María quiso parar una pelea que vio entre dos  guerrilleras.  “Solo les dije que las mujeres no nos tratábamos así, que no pelearan”, dice. “Pero ese fue uno de los  errores más grandes que pude cometer en ese tiempo”, agrega. Y es que a las horas, cuando María salió  de su casa, varios hombres la esperaban. Eran integrantes de un grupo armado ilegal, el cual María prefiere no especificar. Los hombres la llevaron cerca a un río y le empezaron a decir que por qué estaba hablando mal de las guerrilleras, que por qué era tan metida.  María alcanzó a orar, pensó que la iban a matar, pues  estaban armados y tenían unos costales. De un momento a otro, cuando ya tenía los ojos cerrados y esperando lo peor, llegó una guerrillera que gritó y dijo que no le fueran a hacer nada.  “Esa mujer me salvó la vida, no sé por qué gritó, pero me salvó porque los hombres se fueron”, recuerda.  A María, sin embargo, ese mismo día le tocó salir corriendo de su pueblo con lo que tenía puesto, pues los guerrilleros, a los que ella alguna vez les vendió comida, la dejaron que siguiera viviendo, pero lejos de ahí, de su tierra. Una segunda vida Entonces María llegó con su familia a Cali, primero donde unos conocidos y luego donde la hermana Alba Stella.  “Empecé a vivir de nuevo, sin rencores por las personas que me desplazaron. En esta ciudad aprendí a leer, a escribir, incluso, aprendí a comer. Es que yo venía del monte y allá gritaba mucho. Hoy me siento liberada y no le deseo el mal a nadie”, comenta. Desde entonces, saber leer y escribir le ha servido a María para entender su nueva vida. “Antes, cuando apenas llegué a la ciudad, varias personas trataron de engañarme con propuestas que no me favorecían, pues como yo no entendía qué decían los contratos, cualquier cosa podía haber aceptado, pero ya todo ha cambiado”, asegura.    La hermana Alba Stella, que  conoce a María, dice  que ella es un caso especial, un ejemplo de progreso en las ciudades, en el país. “María está lista para el proceso de paz. Ha sabido perdonar a los que le hicieron mal, se ha integrado con otras víctimas del conflicto, con exguerrilleros y, pese a que cada uno tiene un pasado triste, pudieron salir adelante y ser los protagonistas del cambio, de lo que será la paz”, afirma. María participó por un buen tiempo de las Escuelas de Perdón y Reconciliación,  ESPERE, de la Agencia Colombiana para la Reintegración, ACR.  Allí, por ejemplo, ayudó a construir un salón social para una comunidad localizada en el oriente de la capital del Valle. Andrés Felipe Ortega, de la Fundación Paz y Reconciliación, que estuvo en el programa ESPERE, del cual María se graduó y recibió un diploma, explica que “aunque dejamos una obra física, lo que nos interesa es que se convierta en un símbolo de paz y que las personas realmente interioricen lo que aprendieron sobre cultura de perdón y reconciliación, manejo de emociones y resolución óptima de los conflictos, y que esto se replique en la escuela, en el barrio. Eso es lo que esperamos que siga sucediendo con ella y con personas en situaciones similares”. María escucha atenta todo lo que se habla de  ella. Les vuelve agradecer, pide permiso para declamar un poema, luego para leer en voz alta lo que dice en el diploma. María no se cansa de hablar, de leer, de escribir. Eso, como reitera, la mantiene liberada. “Gracias a Dios y a la sociedad  pude cambiar mi  vida”Camilo, como se llamará en este texto por seguridad, está parado en un parque del oriente de Cali, desde donde resumirá lo que ha sido un poco su vida.  Antes de hacerlo, Camilo, que viste un jean y una camisa blanca,  agradece a Dios  y a la sociedad por el giro que  ha dado. “Le doy gracias a Dios por el cambio de vida que tuve, por la hija que tengo. Pero también le doy  gracias a la sociedad porque  me brindó la oportunidad de abrir  los ojos para poder  ver lo que me estaba perdiendo:  la familia, el calor humano, la comprensión,  la educación.”  Pasados  los agradecimientos, Camilo cuenta  que cuando tenía 15 años de edad  ingresó a las Farc.  Con el grupo patrulló e hizo actos revolucionarios, como él los llama, en  poblaciones y montañas del  Valle del Cauca primero y luego en otras partes de Colombia.  Llegó ahí, a la guerrilla, por la falta de recursos económicos, por la forma de vida que llevaba en su barrio, en su entorno familiar. “Son decisiones que uno toma a veces, pero con el pasar del tiempo se aprende  que la vida no es del color que uno la ve y que tiene otros colores, otras cosas. Además, con el tiempo y las situaciones uno entiende que si queremos hacer revolución hay que hacerla de otra  manera, no con violencia ni con sangre”, dice Camilo, que estuvo cinco años en esa organización y  luego  decidió dejar las armas impulsado por unos compañeros. Se desmovilizó.  Hoy tiene 26 años y afirma  que es lo único que quiere contar de ese paso por  las Farc, que ese es su resumen del lado A de su vida. El lado B  Esta parte de la historia de Camilo, entonces, también es un resumen de su  vida  luego de alejarse de la insurgencia. Tras su desmovilización, el joven llegó a la Agencia Colombiana para la Reintegración, ACR, desde donde pudo terminar el bachillerato y luego empezar a trabajar. “Hoy tengo una niña de 3 años de edad, una esposa,  una familia, un hogar, una vida saludable y agradable, gracias al Señor”, expresa. En todo este tiempo, Camilo  cuenta que lo más importante que ha aprendido es a llenar su corazón de  amor para comprender al prójimo, a ponerse en los zapatos de los demás. “En estos tiempos de diálogos yo me considero  un ejemplo de que entre todos podemos construir la paz. La sociedad a mí me dio una oportunidad de cambiar, de alguna manera me perdonó, me aceptó, y hoy en día estoy dando mi testimonio para que en todo el país se repliquen este tipo de casos y se puedan dar más procesos de reconciliación y perdón”, dice. Hoy, además de llevar una vida como cualquier civil, Camilo participa de programas como  las  Escuelas de Perdón y Reconciliación,  ESPERE, desde donde sigue ayudando a comunidades vulnerables por el conflicto armado a  construir  sueños.  Es una tarea que siente tiene que hacer,  pues hace parte de ese cambio de vida del que tanto habla.  Camilo se despide, su   hija lo está llamando para jugar en el parque. Por eso el afán, por eso el resumen. “Dejar la guerrilla fue una buena opción, no me arrepiento”El cargo era miliciana popular. Era la encargada de llevar todo tipo de material al grupo, lo que necesitaran.   Quien la vea hoy, no  imaginaría nunca que hasta hace poco perteneció a las Farc.  Esta mujer, que tiene 21 años  y una sonrisa blanquísima, prefiere que la llamen Karen. “Fui del Frente Tercero Osvaldo Patiño de las Farc, en Florencia, Caquetá. Estuve cinco años en el grupo y hace unos meses tomé la decisión de desmovilizarme, en especial, porque tengo una hija y pasaba muy poco tiempo con ella, me la cuidaba una tía mientras yo caminaba en el monte con el grupo”, dice la joven, quien no le   quita la mirada a su pequeña, que la espera mientras habla. Karen, entonces, se desmovilizó con mucho temor. Influenciada por su madre, quien también hizo parte de la guerrilla y desde hace seis meses está en un proceso de reintegración. El temor, claro, Karen aún lo tiene porque todo ocurrió hace poco. Tiene miedo a las represalias, al rechazo, a retroceder. Pero ahí va, esperanzada en salir adelante, en recuperar el tiempo perdido. “Estoy en el proceso de reintegración, terminando el bachillerato, la ayuda ha sido muy buena. También estoy trabajando en un almacén y  lo que me pagan me sirve para sostener a mi hija. Tengo muchas metas y quiero cumplirlas todas”, expresa Karen. Dejar la guerrilla, buena opción Karen, afirma, no se arrepiente de haber dejado el grupo armado ilegal. “Son caminos equivocados que por una u otra razón se toman, pero lo que se hizo en el pasado ya quedó atrás, se tomó conciencia de lo malo y se pudo recapacitar a tiempo”, dice. A los compañeros que aún siguen en las filas de las Farc, les manda a decir que la desmovilización es una buena opción, que el Gobierno está dando buenas oportunidades, que la paz es posible si todos ayudan, que le crean lo que dice ella porque así le pasó: no creía en lo que le decían otros desmovilizados, pero un día se atrevió y pudo comprobar que era verdad.   “Y es que si pudiera mandarles fotos y  videos a mis compañeros que aún están en la guerrilla, les mostraría  lo que me ha pasado: cambié de estilo de vida, de hogar, la forma de vestirme, me estoy educando, estoy trabajando, tengo un sueldo, puedo compartir con mi hija, con mi mamá, con mi familia, con mis amigos”, cuenta la joven.  Karen, por ejemplo, el pasado domingo 6 de diciembre, en un acto cultural en el oriente de Cali, estuvo con su hija riendo, bailando, feliz. Ella, por supuesto, registró ese momento en su celular. Por lo menos ahora puedo hacerlo, expresa. Una persona que conoce de cerca el proceso de Karen, cuenta que se siente orgullosa de ver su cambio.   “Es una mujer hermosa, inteligente, que está comprometida con el proceso de reintegración, que ama a su hija, que quiere salir adelante. Es una muestra de que querer es poder y de que la paz puede ser posible con detalles tan simples como aceptar al otro y darle oportunidades”, dice. Sin miedo Es domingo y Karen está disfrutando desde muy temprano de todas las actividades. En algún momento abrazó a varias personas e intentó hacer una coreografía. Luego siguió jugando con su hija, habló con otras personas, ayudó a acomodar todo, atendió dos entrevistas... El lunes, contó, le tocaba  ir a trabajar desde muy temprano, pues es diciembre y la temporada es de mucho movimiento. Pero Karen está feliz con lo que está haciendo. Karen, acepta, ha ido perdiendo el temor. Construyendo instrumentos musicales para aportar a la pazTodo sucede en Buenaventura, uno de los municipios del Valle más golpeados por el conflicto armado. Allí, hace poco,  quince excombatientes de grupos armados ilegales y que están en proceso de reintegración con el Gobierno, hicieron felices a muchas personas. A los más jóvenes del Puerto. Lo hicieron con la ayuda de integrantes de la Fundación para el Desarrollo Integral de los Discapacitados de la Costa Pacífica, Fundispa, elaborando instrumentos musicales en beneficio de niños y jóvenes de escasos recursos que residen en Buenaventura. La fecha exacta fue el pasado 15 de diciembre, donde después de un largo proceso, en un acto especial en las instalaciones de la Escuela Taller de Buenaventura, institución que capacitó a las personas en reintegración en la elaboración de dichos instrumentos,  se entregaron marimbas, guasá, bombos y cununos a los beneficiados.  Ese día repicaron todos esos instrumentos por varias horas. Ese día, los más jóvenes de Buenaventura sintieron que las personas que en algún momento pudieron hacer el mal, habían cambiado. Así, por lo menos, lo expresaron en la ceremonia. “Muchas gracias al Gobierno por darme la oportunidad de llevar a cabo mi servicio social, que fue una experiencia incomparable e inolvidable. Es muy confortable saber que podíamos realizar instrumentos para donarlos a una fundación y es algo muy bueno  obtener ese conocimiento. Me doy cuenta que sí es posible y es muy bueno darle ejemplo a las nuevas generaciones para que tengan en cuenta tomar otras herramientas, como la música, en vez de las armas”, dijo Danilo, uno de los exguerrilleros, el día del acto. Los beneficiados con los materiales hacen parte de la Fundación Maestro Alí Garcés Álvarez, Fundamaga, dedicada a impartir clases gratuitas de música del Pacífico a quienes residen en la Comuna 1 de Buenaventura, ayudando así a la prevención del reclutamiento infantil.  Danilo, que también está feliz como los jóvenes que recibieron los instrumentos, dice que quiere agregar algo.  “Solo es decir que en la Escuela Taller de Buenaventura, el mismo 15 de diciembre,  también se realizó el acto de culminación de la Ruta de Reintegración de cuatro ciudadanos que decidieron un día abandonar la guerra para volver a la legalidad. Son conocidos míos. Con ellos, ya son más y más  las personas que se han reintegrado en Buenaventura, y que hacen parte de los diez mil colombianos que buscamos una segunda oportunidad en la sociedad, para seguir aportando a la paz. Así como yo”, cuenta.   Siguen sonando los instrumentos Han pasado unos días y ahora Danilo, a quien se la ha cambiado el nombre por seguridad, cuenta por teléfono que sigue contento por lo que ha hecho.  “Ver la alegría de los niños por tener esos instrumentos en sus manos no se puede explicar tan fácil.  Es que pienso que desde un principio pude haber hecho cosas como esas, cosas buenas para los demás, pero hay veces que se comenten errores que gracias a Dios después del tiempo se pueden corregir”, dice. Los objetivos ahora de  los quince excombatientes son construir empresa o buscar trabajar para alguien, pero todo que  tenga que ver con la elaboración de instrumentos musicales, pues es lo que saben, lo que aprendieron.  “Este será nuestro aporte a la paz, nuestra manera de cambiar la cara de Buenaventura, del país”, resalta Danilo. Eso que dice Danilo, lo complementa María Isabel Barón, asesora de reintegración de la Agencia Colombiana para la Reintegración, ACR, en el Valle del Cauca, quien explica que “esta iniciativa, llamada 'Construyendo instrumentos musicales para la paz’, no solo contribuye a fortalecer espacios de reconciliación por parte de quienes decidieron dejar el conflicto armado, sino también a la prevención del reclutamiento, porque con esos instrumentos estamos logrando que más niños escojan una herramienta artística en vez de un arma”. Danilo tiene que colgar el teléfono, pero antes hace sonar un cununo, se alcanza a escuchar que le da varios golpes, que lo está afinando. Danilo se está alistando para entregar más instrumentos. Quiere ver a más muchachos felices.

 

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