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Violencia en el Valle

"...al parecer, los vallecaucanos nos hemos acostumbrado al incesante acoso de la muerte y ya perdemos la sensibilidad sobre una tendencia que en cualquier parte del mundo daría para una protesta pública".

18 de enero de 2012 Por:

"...al parecer, los vallecaucanos nos hemos acostumbrado al incesante acoso de la muerte y ya perdemos la sensibilidad sobre una tendencia que en cualquier parte del mundo daría para una protesta pública".

Las cifras de muertes que deja la violencia en el Valle aterran. Y reclaman de las autoridades departamentales y municipales una acción coordinada y efectiva para terminar con lo que parece ser una tendencia inexorable que lleva a los vallecaucanos a acostumbrarse a la pérdida del valor de la vida y a la indiferencia frente al drama que padecen las víctimas y sus familias. Según el informe que publica en esta edición El País, en el 2011 las muertes violentas aumentaron el 8% en los 42 municipios. Es decir que 3.447 personas fueron asesinadas en el Departamento. Allí se publican datos tan estremecedores como que en un municipio antes tranquilo como La Victoria se pasó de tres a 25 asesinatos. O como el índice de criminalidad en los 18 municipios del Norte del Valle, donde se llegó a la tasa de 104 homicidios por cada 100 mil habitantes. Igual ocurre en Palmira, donde se produjeron 284 casos o Pradera, donde 87 seres humanos perdieron la vida. Los datos proporcionados por el Observatorio Departamental de Prevención y Control de Violencia indican a las claras que el fenómeno ha llegado a proporciones alucinantes. Mientras en La Victoria el aumento fue del 733%, en Ginebra se incrementó en el 400%, en Bolívar el 240%, en el Águila el 200% y en Vijes el 200%. A ello hay que agregar los 1.847 homicidios cometidos en Cali y los 132 reportados en Buenaventura, casos en los cuales si bien no hay un crecimiento de las mismas proporciones sí es notoria la persistencia de los hechos que atentan contra la vida. Las autoridades de Policía han explicado ese comportamiento como el resultado de confrontaciones entre bandas criminales y grupos de violencia común, en casos como el norte del Valle y Pradera. O como el aumento de hechos de intolerancia o de venganzas personales. Es decir, no parece haber nada nuevo en los incrementos de la violencia que se produce por la disputa por el territorio o por el negocio del narcotráfico. Pero las cifras están mostrando algo mucho más grave que eso. Es que al parecer, los vallecaucanos nos hemos acostumbrado al incesante acoso de la muerte y ya perdemos la sensibilidad sobre una tendencia que en cualquier parte del mundo daría para una protesta pública. Así, los gobiernos municipales siguen dando palos de ciego mientras la Policía hace esfuerzos por cubrir la geografía vallecaucana y detener la sangría mediante medidas que ya han demostrado sus limitaciones.¿Cómo romper esa tendencia? ¿Cómo lograr que los vallecaucanos despierten del letargo en que parece sumirlos la violencia que los circunda? ¿Cómo hacer para que las autoridades municipales y sobre todo las departamentales asuman la tarea de orientar a la sociedad para detener el terrible drama en que está sumido el Valle y no parece darse por enterado?Esas son sólo algunas de las preguntas que surgen al tener que registrar el sombrío paso de la muerte por una región que merece vivir en paz y puede lograrlo. Sin duda, el narcotráfico y las bandas criminales explican algo de ese drama. Pero no lo son todo: antes están la indiferencia, la politiquería y la dispersión de esfuerzos que impiden formar un frente común para desterrar la violencia de este Valle.

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