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Un aliado incómodo

El reciente enfrentamiento entre los gobiernos de Turquía y Alemania por la detención de seis activistas de derechos humanos es la nueva faceta del desafío que el presidente Recep Tayyip Erdogan le plantea a la Unión Europea.

23 de julio de 2017 Por: Editorial .

El reciente enfrentamiento entre los gobiernos de Turquía y Alemania por la detención de seis activistas de derechos humanos es la nueva faceta del desafío que el presidente Recep Tayyip Erdogan le plantea a la Unión Europea.

Según la opinión del polémico mandatario, Alemania da refugio a los perseguidos miembros del Partido de Trabajadores de Kurdistán y a seguidores de Fethullan Gulen, a quienes el gobierno acusa de ser los autores del golpe de Estado de julio del año pasado. Doce meses después del fallido intento contra Erdogan, este aprovechó para hacer la mayor purga de la historia de su país, llevar a cabo detenciones masivas y fortalecer su poder a través de un cuestionado.

Gracias a este mecanismo, Erdogan tendrá aún más control a partir del 2019 y eliminará la figura de primer ministro. A esto se suma que podría permanecer en el poder hasta el 2029, hecho que ha causado inquietud en las democracias europeas. El gobernante es una piedra en el zapato y se ha mostrado hostil ante cualquier reclamo de mayor apertura en su país. Sus insultos a la canciller alemana Ángela Merkel, a la que ha señalado de tener comportamientos nazis, han sobrepasado los límites.

En medio de una sociedad polarizada y dividida, Erdogan parece estar jugando la carta del autoritarismo extremo, para imponer una teocracia islámica, restringiendo las libertades y creando una especie de estado policiaco en el que cualquier oposición a sus políticas es interpretada como una amenaza para el Estado. Las más de 50.000 personas arrestadas y los cerca de 100.000 despidos de oficinas públicas son muestra fehaciente de la mayor ola represiva que ha sufrido Turquía en su historia moderna.

Estos hechos han alejado a Turquía de Europa y la acercan más a aquellos regímenes donde la democracia es solo una excusa para acrecentar el control sobre la ciudadanía, dejando de lado los valores en los que se sustenta y sin permitir ninguna distinción entre los poderes del Estado.

Sin embargo, a pesar de lo que sucede los líderes europeos han sido temerosos a la hora de cuestionar el régimen de Erdogan. Su incapacidad para resolver la llegada de miles de refugiados a sus costas y las dificultades para manejarlos ha dejado la llave de esta situación en manos del gobierno turco que regula los flujos migratorios y de seguridad.

La resolución de la guerra en Siria también pasa por Turquía, que ha apoyado la coalición contra el estado islámico pero cuestiona a los aliados por permitir que los combatientes kurdos sean la punta de lanza en la lucha contra los terroristas del EI. Como si esto fuera poco, también está envuelta en la crisis del Golfo Pérsico que se desató hace un mes, en la que Qatar, su principal aliado en esa región, ha sido acusado de apoyar a grupos terroristas.

Europa mira con desconfianza las acciones tomadas por Erdogan, pero se encuentra maniatada para tomar el toro por los cuernos. Lo único que le queda es seguir dilatando la entrada de Turquía a la Unión Europea y continuar maniobrando con un gobierno que percibe autoritario, pero que necesita como aliado, aunque sea incómodo.

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