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Solidaridad y esperanza

"...De la Patagonia a Alaska, de Bagdad a New Orleans, donde se necesite hay una organización o una persona para llevar asistencia y brindar apoyo. Así eso signifique arriesgar la vida. El año pasado 69 ayudantes humanitarios murieron, 86 más resultaron heridos y 87 fueron secuestrados en diferentes lugares del mundo...".

20 de agosto de 2011 Por:

"...De la Patagonia a Alaska, de Bagdad a New Orleans, donde se necesite hay una organización o una persona para llevar asistencia y brindar apoyo. Así eso signifique arriesgar la vida. El año pasado 69 ayudantes humanitarios murieron, 86 más resultaron heridos y 87 fueron secuestrados en diferentes lugares del mundo...".

El mundo ha vivido en años recientes algunos de los peores desastres que se recuerden en la historia de la humanidad. Y también ha visto a miles de voluntarios desplazarse hacia las zonas afectadas para brindar su ayuda, sin importar los riesgos que puedan correr. Es la expresión máxima de amor al prójimo y la más alta muestra de solidaridad.Ayer se celebró el Día Mundial de la Ayuda Humanitaria, que les rinde homenaje a quienes dedican su vida a ayudar desinteresadamente a los demás. La fecha recuerda a los 22 trabajadores de la ONU que murieron en Iraq cuando su sede fue bombardeada el 19 de agosto de 2003. Es una conmemoración que lleva a reflexionar sobre la labor de los voluntarios, el apoyo que se les presta y la creación de políticas que faciliten su trabajo, sobe todo en un Estado como Colombia, que es víctima permanente de desastres naturales y padece las consecuencias que conlleva su conflicto interno. Como bien lo dice Ban Ki-moon, secretario general de la ONU, “nunca ha habido un año sin crisis humanitaria, y dondequiera que haya personas necesitadas hay quienes las ayudan: hombres y mujeres que se unen para aliviar el sufrimiento y llevar esperanza”. Haití, tras el terremoto del 2010 que dejó 350.000 heridos y 1,5 millones de seres sin hogar, es ejemplo de esa solidaridad. Personal de la salud, bomberos, constructores o ayudantes llegaron para atender a la gente y reconstruir el país. Chile, después del terremoto que afectó sus costas en febrero del 2010; o Japón tras el desastre causados por el sismo y el maremoto del 11 de mayo, que dejaron 9.500 muertos, 16.000 desaparecidos y una de las mayores emergencias nucleares, son ejemplos recientes. Hoy las miradas y la ayuda están centradas en el Cuerno de África, donde 12 millones de personas sufren por la hambruna provocada por años de sequía. De la Patagonia a Alaska, de Bagdad a New Orleans, donde se necesite hay una organización o una persona para llevar asistencia y brindar apoyo. Así eso signifique arriesgar la vida. El año pasado 69 ayudantes humanitarios murieron, 86 más resultaron heridos y 87 fueron secuestrados en diferentes lugares del mundo.Colombia ha sido beneficiario de primera mano, pero como sucede en la mayoría de naciones, adolece de políticas que fortalezcan y garanticen la labor de quienes se dedican a la ayuda humanitaria. Ni con la avalancha que sepultó a Armero, ni con los terremotos de Popayán y el Eje Cafetero, ni con las crisis que genera el desplazamiento, ni con las emergencias que cada año provoca el invierno, el país ha asumido la obligación de tener organismos de socorro y organizaciones de apoyo humanitario sólidos y permanentes. Incluso Cali, que en la década de los años 90 fue ejemplo de ayuda y solidaridad a través de Visecali, se olvidó de ellas.La reflexión debe centrarse entonces en cómo fortalecer las políticas públicas para asistencia humanitaria. Ese sería el mejor homenaje para quienes dedican sus días y esfuerzos a ayudar a quienes lo necesitan en medio de los desastres y emergencias.

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